Ángel Olgoso.
La máquina de languidecer.
Páginas de Espuma. Madrid, 2009.
En la imprescindible Antología del nuevo cuento español que publicó hace ya unos años Páginas de Espuma en la serie Pequeñas resistencias y en la muy reciente segunda entrega de Sea breve, por favor, aparecía el nombre de Ángel Olgoso representado por una breve muestra que permitía entrever una poderosa voz narrativa.
No es por tanto un recién llegado. Tras editar desde 1991 sus libros de relatos en editoriales de escasa difusión, acaba de publicar en Páginas de Espuma La máquina de languidecer, un espléndido conjunto de cien microrrelatos que confirman la calidad de un escritor que trabaja sus textos con la intensidad del poeta y la precisión del narrador eficiente.
Una muestra, el relato que titula Il giardino segreto:
Bajo la breve tarde de invierno todo mueve al silencio en el patio del convento de clausura. Arriates entre blancos muros, el verdor del huerto y, al fondo, la antigua cripta rodeada de plantas medicinales. Huele a incienso olíbano y ciprés. Dos gatos se pasean despreocupadamente sobre las enormes losas pulidas. En esto, las monjas salen de sus celdas, van desnudas a excepción de la toca que cubre sus cabezas, y en un rincón del patio, cerca de la galería porticada, atrapan a los gatos, que maúllan y chillan enloquecidos durante un corto tiempo. Como ménades de un rito siniestro, degradado, los desentrañan y comienzan a devorarlos. Oscurece. Los lienzos blancos de sus tocas y de sus carnes refulgen con la luna. La glicinia trepa por el muro.
La propuesta narrativa de Ángel Olgoso en estos relatos es la incursión en lo fantástico, una exploración iluminadora de otros mundos ocultos tras la apariencia y la rutina, en lo que sigue la inagotable vía abierta por Poe, Kafka o Cortázar, lo que José Mª Merino propuso como fin y método de la literatura: hacer una crónica de la extrañeza.
Muchos de los microrrelatos de La máquina de languidecer hablan de la intromisión del misterio en lo cotidiano, manifiestan una voluntad visionaria que los hace ir más allá de lo visible, iluminan las zonas de sombra de la realidad con una mirada que viene de los maestros del XIX y que persiste en Arreola, Marco Denevi o José Mª Merino, referentes fundamentales en el cuento contemporáneo en español.
Pero lo que más llama la atención en estos textos breves de Ángel Olgoso es el difícil equilibrio entre una forma trabajada palabra por palabra y la potencia imaginativa que despliegan los relatos para darnos una perspectiva inédita del mundo. De esa mezcla de lo fantástico y lo poético habla Fernando Valls en el prólogo sobre lo microfantástico en Ángel Olgoso, que en una poética explícita declaró que prefería las miniaturas a los frescos monumentales, las ascuas a las hogueras, los dardos a los cañones o las luciérnagas a las supernovas.
Concentración narrativa, pues, imaginación desbordante y contención verbal en unos textos depurados y pulidos hasta conseguir el deslumbramiento que producen en el lector. Deslumbramiento que procede por partes iguales de la presentación extrañada de la realidad y de la brillantez de un estilo en el que todo es exacto, matizado y preciso, todo cumple una misión crucial en el ajustado mecanismo del relato.
Ese es el mayor mérito de estos relatos breves de Ángel Olgoso, que resuelve la difícil tarea de equilibrar fondo y forma y funde tensión narrativa y tensión estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura, con una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer en los peligros de la prosa poética.
Santos Domínguez