9/5/09

Guardia nativa


Natasha Trethewey.
Guardia nativa.
Edición bilingue.
Traducción y prólogo de Luis Ingelmo.
Bartleby Editores, Madrid, 2009.

Desconocida en España hasta ahora, Natasha Trethewey (Misisipi, 1966) obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía con Guardia nativa, su tercer libro.

Guardia nativa se plantea como una elegía doble para restaurar una parte de la memoria histórica de los Estados Unidos y de la memoria personal de su autora a través de un conjunto sólido de poemas que acaba de publicar Bartleby en edición bilingüe con traducción y prólogo de Luis Ingelmo.

A veces la historia no la escriben los ganadores. Quienes han reescrito la historia desde una perspectiva racista han borrado la participación de soldados negros en la Guerra de Secesión. Aquellos regimientos de libres o libertos, desatendidos y despreciados, relegados a tareas insalubres o rebajados a la consideración de animales de carga, integraban la Guardia nativa de la que toma título este libro. Para rescatarlos del olvido y del silencio, les presta su voz Natasha Trethewey .

Fiel a la vocación narrativa de la poesía norteamericana, el relato central de las tres partes del libro se organiza en torno a un conjunto de fotografías y a diez sonetos de un soldado negro durante la Guerra de Secesión. Se agrupan bajo el rótulo Guardia nativa y se encadenan en una estructura circular en forma de corona de homenaje fúnebre.

En esa parte las Escenas de la historia documental de Misisipi son otro espléndido conjunto de poemas que toman como punto partida una fotografía. Es lo que ocurre en este Glifo, Aberdeen, 1913:

La cabeza el niño inclina, como en sueños.
Desnudo el pecho, de perfil, se sujeta
en el regazo del hombre que, con peto,
flaco, mece el brazo delgado del niño
-codo en punta, de hueso y piel marcas blancas-
tira de él para exhibir al contrahecho
y acentuar -joroba, columna curva-
el diario infortunio de su vida, el niño
que le sigue a los campos, horas junto a un
saco pasa, desplomado inquiere su
cuerpo ¿cuánto algodón?, o ¿cuánta comida?
buscando en la nevera de la cocina,
o de rodillas en la iglesia a su lado,
¿por qué, Señor, por qué? Posan y nos dicen
Miradnos, del dolor somos la silueta:
con él carga el niño, un túmulo como
tierra sobre una tumba amontonada.

Las otras dos partes del libro, más líricas, reflexivas y evocadoras, se centran en la propia biografía de la autora y en las composiciones elegiacas en memoria de su madre, asesinada y silenciada también en una tumba sin nombre. El paralelismo con los soldados afroamericanos es evidente. No hay lápidas para conservar su memoria y el libro las reivindica cuando se convierte en el monumento que rescata los nombres de los soldados negros y de su madre, también negra.

Por eso Natasha Trethewey, hija de un matrimonio interracial, de padre blanco y madre negra, dedica el volumen a la memoria de su madre, Gwendolyn Ann Turnbough. El tono de esos textos sobre el Sur, Misisipi, el mestizaje y los recuerdos familiares es el de este poema, provocado por la muerte de su madre:

Tras tu muerte

Saqué primero tu ropa de los armarios,
a la basura tiré la fruta, macada
por el tacto de tu mano, dejé vacíos

tus tarros de conservas. Al día siguiente
oí unos pájaros en los frutales, luego,
al ir a coger un higo maduro y suelto,

lo encontré medio comido, la otra mitad
pudriéndose, o -como otro que arranqué y abrí
al medio- comido desde dentro hacia fuera:

mil insectos lo vaciaban. Llego tarde
de nuevo, otro espacio por la pérdida hueco.
El mañana, el frutero que habré de llenar.


Santos Domínguez