Razonado desorden.
Textos y declaraciones surrealistas, 1924/1939.
Edición, prólogo, traducción y notas de Ángel Pariente.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2008
Textos y declaraciones surrealistas, 1924/1939.
Edición, prólogo, traducción y notas de Ángel Pariente.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2008
Comprendería menos a Rimbaud sin el surrealismo, escribió Ernst Delahaye. Tal vez recordaba que en una carta de 1871 Rimbaud proponía como objetivo de la poesía llegar a una iluminación de lo desconocido mediante “un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos.”
A esa propuesta obedece el título de la amplia selección de textos y declaraciones surrealistas que publica Pepitas de calabaza en una edición ilustrada que ha preparado Ángel Pariente.
Organizados cronológicamente entre el Primer Manifiesto Surrealista de 1924 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se recogen en este volumen una gran cantidad de textos que trazan una imagen global de los primeros años –los de la adolescencia provocadora- del movimiento surrealista, el más consistente de la vanguardia de entreguerras.
Medio centenar de documentos que son un testimonio del activismo surrealista, de una nueva manera de escribir, de afrontar el arte y de intervenir en la vida pública con la práctica de la desobediencia y el escándalo. Porque, a diferencia de otros movimientos de vanguardia, el surrealismo vivió más en la acción que en la teoría, más en la escritura que en el manifiesto y más en la calle que en los cafés.
Como en las novelas policiacas, al principio de este libro hay un cadáver. Es el de Anatole France, que moría en 1924, el mismo año que Breton firmaba el Primer Manifiesto Surrealista.
Cuando lo enterraron se enterraban también los últimos residuos decimonónicos. No le acompañó la piedad de las declaraciones: hortera, siniestro personaje, vulgar plato de entremeses, encarnación del servilismo, el oportunismo y la marrullería del cobarde fueron algunas de las flores que le mandaron Eluard o Breton para ambientar una oración fúnebre que despedía a toda una época.
Ese fue uno de los momentos más agresivos de un movimiento provocador y creativo que cambió la forma de escribir y de mirar la realidad desde el arte. Con esas declaraciones sobre un cadáver -no exquisito precisamente- y sus lectores degradados (desechos del género humano en palabras de Aragon) se abre este amplio volumen con textos y declaraciones surrealistas de los primeros años (1924/1939), de la adolescencia radical y provocadora del movimiento.
Desalojaron del canon para siempre a Moréas, a Barrés o a Claudel, poeta de sacristía, contra el que firmaban el 1 de julio de 1925 una carta abierta que terminaba así:
Catolicismo, clasicismo greco-romano, os abandonamos a vuestras devociones infames. Que os aprovechen de todas formas, engordad aún, reventad bajo la admiración y el respeto de los ciudadanos. Escriba, ruegue, babee; reclamamos el deshonor de haberle tratado de una vez por todas de pedante y de canalla.
Manifiestos, declaraciones, encuestas sobre el suicidio, la sexualidad y el onanismo, libelos contra los curas, protestas contra los hipócritas que erigen en 1927 una estatua a Rimbaud:
Vivió como vosotros, comemierdas. Pensad que no necesitaba vivir: se emborrachaba, se peleaba, dormía bajo los puentes, tenía piojos.
Todos esos textos fijan la postura moral del surrealismo, su defensa de la libertad en todos los órdenes de la vida y la literatura, su desprecio de la religión, su propuesta de “barrer a Dios de la superficie de la tierra”, su repudio de la burguesía y las tradiciones, su protesta contra el fascismo y su denuncia de la sublevación militar en España.
Acompañada de una cronología, El surrealismo y su tiempo (1919-1940) que sitúa el surrealismo en su ambiente, la selección de textos se completa con una bio-bibliografía de los principales firmantes de los documentos.
Aragon, Artaud, Bataille, Breton, Chagall, Char, Crevel, Desnos, Éluard, Ernst, Giacometti, Péret, Pound, Prévert, Ray, Reverdy, Tzara, son algunos de esos nombres que hablan por sí solos de la importancia del fenómeno y demuestran que la repercusión del surrealismo transcendió los límites de la cultura para afectar a todas las manifestaciones sociales y a las distintas modalidades artísticas, desde el cine a la fotografía, desde la poesía a la pintura.
Franceses en su mayoría, hay entre ellos una importante representación española con los previsibles Buñuel o Dalí y con los más radicales Agustín Espinosa o Domingo Pérez Minik.
Otros dos volúmenes publicados por esta misma editorial -Los días en rojo y ¿Qué hay de nuevo, viejo?- confirman la repercusión del surrealismo como un movimiento transcendental en la cultura contemporánea.
A esa propuesta obedece el título de la amplia selección de textos y declaraciones surrealistas que publica Pepitas de calabaza en una edición ilustrada que ha preparado Ángel Pariente.
Organizados cronológicamente entre el Primer Manifiesto Surrealista de 1924 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se recogen en este volumen una gran cantidad de textos que trazan una imagen global de los primeros años –los de la adolescencia provocadora- del movimiento surrealista, el más consistente de la vanguardia de entreguerras.
Medio centenar de documentos que son un testimonio del activismo surrealista, de una nueva manera de escribir, de afrontar el arte y de intervenir en la vida pública con la práctica de la desobediencia y el escándalo. Porque, a diferencia de otros movimientos de vanguardia, el surrealismo vivió más en la acción que en la teoría, más en la escritura que en el manifiesto y más en la calle que en los cafés.
Como en las novelas policiacas, al principio de este libro hay un cadáver. Es el de Anatole France, que moría en 1924, el mismo año que Breton firmaba el Primer Manifiesto Surrealista.
Cuando lo enterraron se enterraban también los últimos residuos decimonónicos. No le acompañó la piedad de las declaraciones: hortera, siniestro personaje, vulgar plato de entremeses, encarnación del servilismo, el oportunismo y la marrullería del cobarde fueron algunas de las flores que le mandaron Eluard o Breton para ambientar una oración fúnebre que despedía a toda una época.
Ese fue uno de los momentos más agresivos de un movimiento provocador y creativo que cambió la forma de escribir y de mirar la realidad desde el arte. Con esas declaraciones sobre un cadáver -no exquisito precisamente- y sus lectores degradados (desechos del género humano en palabras de Aragon) se abre este amplio volumen con textos y declaraciones surrealistas de los primeros años (1924/1939), de la adolescencia radical y provocadora del movimiento.
Desalojaron del canon para siempre a Moréas, a Barrés o a Claudel, poeta de sacristía, contra el que firmaban el 1 de julio de 1925 una carta abierta que terminaba así:
Catolicismo, clasicismo greco-romano, os abandonamos a vuestras devociones infames. Que os aprovechen de todas formas, engordad aún, reventad bajo la admiración y el respeto de los ciudadanos. Escriba, ruegue, babee; reclamamos el deshonor de haberle tratado de una vez por todas de pedante y de canalla.
Manifiestos, declaraciones, encuestas sobre el suicidio, la sexualidad y el onanismo, libelos contra los curas, protestas contra los hipócritas que erigen en 1927 una estatua a Rimbaud:
Vivió como vosotros, comemierdas. Pensad que no necesitaba vivir: se emborrachaba, se peleaba, dormía bajo los puentes, tenía piojos.
Todos esos textos fijan la postura moral del surrealismo, su defensa de la libertad en todos los órdenes de la vida y la literatura, su desprecio de la religión, su propuesta de “barrer a Dios de la superficie de la tierra”, su repudio de la burguesía y las tradiciones, su protesta contra el fascismo y su denuncia de la sublevación militar en España.
Acompañada de una cronología, El surrealismo y su tiempo (1919-1940) que sitúa el surrealismo en su ambiente, la selección de textos se completa con una bio-bibliografía de los principales firmantes de los documentos.
Aragon, Artaud, Bataille, Breton, Chagall, Char, Crevel, Desnos, Éluard, Ernst, Giacometti, Péret, Pound, Prévert, Ray, Reverdy, Tzara, son algunos de esos nombres que hablan por sí solos de la importancia del fenómeno y demuestran que la repercusión del surrealismo transcendió los límites de la cultura para afectar a todas las manifestaciones sociales y a las distintas modalidades artísticas, desde el cine a la fotografía, desde la poesía a la pintura.
Franceses en su mayoría, hay entre ellos una importante representación española con los previsibles Buñuel o Dalí y con los más radicales Agustín Espinosa o Domingo Pérez Minik.
Otros dos volúmenes publicados por esta misma editorial -Los días en rojo y ¿Qué hay de nuevo, viejo?- confirman la repercusión del surrealismo como un movimiento transcendental en la cultura contemporánea.
Santos Domínguez