17/1/09

Oír la luz


Eloy Sánchez Rosillo.
Oír la luz.
Tusquets. Barcelona, 2008.



Debo decir que cuando yo era niño
y en el campo veía la densa muchedumbre
de estrellas en los cielos del verano,
además de mirar tanto fulgor,
podía oír la luz: se escuchaba allí arriba
como un rumor de enjambre laborioso.

La sinestesia del título, tomado del poema Oír la luz, al que pertenecen esos versos, está en el centro del último libro de Eloy Sánchez Rosillo, que sitúa ese texto y esa actitud como ejes de una obra en la que la melancolía elegiaca se ilumina de una serenidad y una mirada que recuerdan a la poesía oriental, a la secular estirpe budista de esa sinestesia central.

Con la infancia, el tiempo y el sueño como alguno de sus temas centrales, Sánchez Rosillo explora el misterio absoluto que es la vida. Y en la edad de las pérdidas, los recuentos y las despedidas hay también un espacio y un tiempo para la celebración del momento irrepetible, para recuperar el pasado en el recuerdo o el sueño.

Celebración de lo que huye, con el gozo de disfrutar lo irrepetible, la alegría y el dolor, la luz del atardecer de otoño o la plenitud de una mañana de verano. Y así un texto escrito tras la desaparición de Ramón Gaya se eleva desde la elegía en una negación de la muerte:

Porque todo está siempre comenzando /.../ Porque nada termina.

Los poemas de Oír la luz, que publica Tusquets, son una integración de contrarios, una armonización de estaciones y horas en la voz de un poeta que canta o gime, mira y evoca la condición de lo bello:

Qué extraña la belleza. Cuántas veces
a un tiempo nos alegra y nos aflige;
su luz te da en los ojos y te salva,
pero en el pecho canta la elegía.

Un poeta que ofrece en este libro uno de sus poemas más memorables (Trenes) y tiene siempre a mano el consuelo de la palabra en un libro maduro y sosegado en el que también la alegría de la plenitud paga su precio de dolor previsto:

Esta mañana de oro, ¿con qué dolor se paga?

Santos Domínguez