Teresa de la Parra.
Ifigenia.
Del Taller de Mario Muchnik.
Madrid, 2007.
Ifigenia.
Del Taller de Mario Muchnik.
Madrid, 2007.
El Taller de Mario Muchnik reedita Ifigenia, la novela de la venezolana Teresa de la Parra (1890-1936) , la obra maestra de la literatura popular latinoamericana.
Subtitulada y planteada como el Diario de una señorita que escribió porque se aburría, cumple ahora los ochenta años de su edición definitiva y del escándalo que provocó su planteamiento feminista. Porque el eje de la obra es el desajuste entre la realidad y el deseo, el conflicto entre la nueva mujer latinoamericana, a quien las lecturas y los viajes a Europa les descubrieron otro mundo, y una realidad que la tenía atada a los prejuicios y sometida a la autoridad familiar, paterna, materna o matrimonial.
Subtitulada y planteada como el Diario de una señorita que escribió porque se aburría, cumple ahora los ochenta años de su edición definitiva y del escándalo que provocó su planteamiento feminista. Porque el eje de la obra es el desajuste entre la realidad y el deseo, el conflicto entre la nueva mujer latinoamericana, a quien las lecturas y los viajes a Europa les descubrieron otro mundo, y una realidad que la tenía atada a los prejuicios y sometida a la autoridad familiar, paterna, materna o matrimonial.
Lo paradójico de la situación es que esta novela sirvió más de consuelo que de revulsivo a las mujeres que la leían, muchas veces de forma clandestina: se identificaban con la heroína de la novela y se consolaban en el ensueño de aquella identificación.
Retrato crítico de la alta sociedad caraqueña en los comienzos del XX, su planteamiento es más irónico que combativo y su humor desenfadado a veces se convierte en sarcasmo, pero por su prosa elegante ha pasado el tiempo sin hacer estragos.
Con un más que probable componente autobiográfico, Ifigenia arranca con una carta muy larga, casi una novela epistolar, que Mª Eugenia Alonso le escribe a su amiga Cristina de Iturbe para entretenerse y porque no puede callar más y necesita un desahogo para su vida tapiada. Soñadora, viajera y lectora de novelas, ha decidido salir de la timidez y entrar en el mundo con el convencimiento de que ella vale mucho más que las heroínas de sus novelas. Ha viajado por Europa, ha descubierto el cuerpo, se ha educado en París, pero a su vuelta a Venezuela aquella sociedad cerrada y patriarcal no le permite más expansiones que las de una biblioteca circulante. Aquellos libros prohibidos que frecuenta en secreto son su único consuelo en el huerto cerrado de su existencia, porque la monotonía y el aburrimiento han vuelto a su vida.
Después de esa primera parte empieza propiamente el diario de Mª Eugenia Alonso, una mujer que espera y espera no sabe bien qué, una contemplativa proclive a la verbosidad desde el balcón de Julieta que acaba conversando con las ramas de las acacias, una compañía que prefiere a las obras completas de Shakespeare. O habla con el río y- lo que es más prodigioso- este no sólo le contesta, sino que le da consejos en esta novela de formación frustrada, en esta narración de amores imposibles:
Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quién corre a saciar sus odios no sé adónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre. Sólo él puede apagar las iras de ese dios de todos los hombres en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios. ¡Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a miles las doncellas...! Y dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta para el martirio!
Después de esa primera parte empieza propiamente el diario de Mª Eugenia Alonso, una mujer que espera y espera no sabe bien qué, una contemplativa proclive a la verbosidad desde el balcón de Julieta que acaba conversando con las ramas de las acacias, una compañía que prefiere a las obras completas de Shakespeare. O habla con el río y- lo que es más prodigioso- este no sólo le contesta, sino que le da consejos en esta novela de formación frustrada, en esta narración de amores imposibles:
Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quién corre a saciar sus odios no sé adónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre. Sólo él puede apagar las iras de ese dios de todos los hombres en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios. ¡Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a miles las doncellas...! Y dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta para el martirio!
Mayra Vela Muzot