Cees Nooteboom.
El enigma de la luz. Un viaje en el arte.
Traducción de Isabel Clara Lorda-Vidal.
Siruela. Madrid, 2007.
El enigma de la luz. Un viaje en el arte.
Traducción de Isabel Clara Lorda-Vidal.
Siruela. Madrid, 2007.
Cees Nooteboom realiza en El enigma de la luz, que acaba de publicar Siruela, un viaje hacia la belleza y el misterio de la pintura, un diálogo con el arte y consigo mismo en el que la mirada del escritor se detiene en la imagen con emoción, nostalgia, admiración o placer.
Transeúnte de la belleza y viajero constante, Noteboom ha escrito un ensayo en varios capítulos sobre la percepción del mundo en la pintura, una manifestación del enigma y la incertidumbre. Y lo ha hecho con una mirada intensa y profunda, limpia de apriorismos, una mirada que desde la inocencia y el despojamiento va más allá de la superficie del cuadro y no sólo mira, sino que escucha las historias que cuentan las pinturas: los enigmas de la luz en Hopper y Vermeer o de los grabados y los frescos de Tiépolo con su teatralidad, su delirio rococó y su técnica sin misterio, la naturaleza de Leonardo da Vinci y su agua sólida, el milagro de la pintura de Piero della Francesca en Arezzo, el autorretrato de Rembrandt, los interiores de Vermeer, los paisajes de Brueghel, los rostros sin ojos de Chirico y su autorretrato en La incertidumbre del poeta, el lado oscuro de la pintura en Friedrich en su cárcel autista y sus laberintos de niebla o las soledades urbanas de Hopper, uno de esos pocos pintores que inventan su propia luz.
El enigma de la luz es la narración de un viaje en busca de la revelación de la belleza por museos, iglesias y palacios de todo el mundo, en ese lugar intermedio donde confluyen la mirada del escritor y la del pintor, un lugar donde se oye en un cuadro de Vermeer, La lección de música interrumpida, la voz de una muchacha holandesa.
Porque la pintura tiene en Nooteboom una consistencia narrativa y propone un relato con argumento, personajes, ambientes y situaciones que no son el resultado del análisis técnico, sino el de la intuición del voyeur que ha escrito en estas líneas la clave del libro:
Un poeta que ama a un pintor no puede remediar ver los cuadros de este como seres vivos, como personas incluso, o, cuando menos, como objetos con un universo propio que el cuadro permite visualizar.
Santos Domínguez