José María Merino.
La glorieta de los fugitivos.
Minificción completa
Páginas de Espuma. Madrid, 2007.
La glorieta de los fugitivos.
Minificción completa
Páginas de Espuma. Madrid, 2007.
José María Merino acaba de reunir en La glorieta de los fugitivos, que publica Páginas de Espuma, su minificción completa: los relatos que ya aparecieron en Días imaginarios (2002) y en Cuentos del libro de la noche (2005), más algunos inéditos y dispersos que se recogen en la primera parte, Ciento once fugitivos. A ellos se añaden en una segunda parte los veinticinco textos de La Glorieta miniatura, que fueron su aportación – teórica y práctica a la vez- al IV Congreso Internacional de Minificción que se celebró en Neuchátel hace ahora casi un año.
No es José María Merino un recién llegado al género de la minificción, que por otro lado es tan antiguo como el impulso narrativo del ser humano y empieza por manifestarse en las historias cortas, en las leyendas o en las fábulas orales:
La ficción –escribe Merino en uno de los textos reflexivos del libro- fue la primera sabiduría de la humanidad, el jardín literario en donde está la verdadera historia de la humanidad.
Y allí, en uno de los extremos de ese jardín literario, lindando con los alcorques de la leyenda, los macizos de la fábula, los parterres y pabellones de la poesía y las praderas del cuento, se halla la Glorieta Miniatura. Hay muchos que al llegar allí quedan desorientados, porque los relatos diminutos no les permiten ver el inmenso bosque de la ficción pequeñísima.
Las leyendas medievales, el Patrañuelo, la Sobremesa y alivio de caminantes de Timoneda o algunos pasajes cervantinos dan razón del antiguo origen de una modalidad que para muchos escritores es un género de llegada, una meta que alcanzan algunos narradores privilegiados como Merino cuando descubren la capacidad expresiva del minicuento, en el que se condensa la quintaesencia de la narratividad con la intensidad de unas pocas líneas.
Un género que desde el chispazo de la intuición inicial, desde la inspiración y la subjetividad que relaciona el microrrelato con el poema, requiere la elección de un título atractivo pero que no dé pistas sobre un desenlace a menudo inesperado, en el que caben el humor y la ironía de la última frase, el ritmo del relato y la imprescindible tensión narrativa que distingue el minicuento de la mera ocurrencia chistosa.
Por eso al microrrelato le exige Merino que sea pequeño pero que sea volátil, que desaparezca enseguida de nuestro campo de visión, pero que nos deje una intensa imagen de ese mundo paralelo, certero, hecho sólo con palabras que tiene que suscitar la narrativa verdadera.
José María Merino viene reivindicando a través de toda su obra narrativa, larga o corta, la tradición de la literatura fantástica que tiene uno de sus referentes en Hoffmann y en sus narraciones inquietantes, pero también en una tradición española que está ya en Don Juan Manuel y en los libros de caballerías y que fue arrasada por la labor inquisitorial de la iglesia tridentina y por una crítica posterior no menos inquisitorial, encabezada por Menéndez y Pelayo con las perniciosas secuelas que aún hoy pueden leerse en los suplementos periódicos de los diarios nacionales.
Tal vez sea en esta recopilación, al ver reunidos estos textos, en donde se puede rastrear con más nitidez la intensa reivindicación de lo fantástico que conecta a Merino también con un larga tradición de relatos hispanoamericanos, de Borges a Cortázar.
Cuentos nocturnos en los que la fragilidad de límites entre el sueño y la vigilia, la metamorfosis y la identidad, lo fantástico y el misterio del tiempo, los espejos y las simetrías, la muerte o el terror apenas sugerido en el acecho invisible de lo cotidiano, que son algunos temas fundamentales de su universo narrativo, aquí se abordan con el rigor y la depuración que exige el género.
El fulgor breve pero intenso de estas narraciones, la elipsis de los datos o la inquietante e invisible fauna doméstica que las habita, producen en los lectores un vértigo pendular que les lleva de la ficción a la realidad, de la orilla de la vida a la de la muerte y de un tiempo a otro, con la conciencia de vivir un sueño o una pesadilla como parientes próximos de Kafka, uno de los padres del microrrelato contemporáneo.
Acabamos con un ejemplo modélico, porque resume los temas, la tonalidad y la concentración estilística de estos textos:
A las doce, hora de límites, el tiempo separa cada jornada con su peligrosa cuchillada. Es la hora en que, a veces, se reúnen. Hablan en voz muy baja, con murmullos tenues, pero desde la cama, forzando mi atención, puedo advertir esos cuchicheos, sus risas, el tintineo de los vasos. Varias noches me he levantado con sigilo para intentar sorprenderlos. Camino a tientas por el pasillo, abro despacio las puertas, enciendo de repente la luz del salón. Ya no están, nunca están cuando llego. ¿Que si dejan rastros? Una vez, mi gato tenía en el cuello un lazo verde. Otra, había un clavel sobre la mesa. Ayer, una postal de un templo hindú cuyo destinatario no soy yo, con una letra poco inteligible que, al parecer, habla de calor y recomienda no olvidarse de los peces.
No es José María Merino un recién llegado al género de la minificción, que por otro lado es tan antiguo como el impulso narrativo del ser humano y empieza por manifestarse en las historias cortas, en las leyendas o en las fábulas orales:
La ficción –escribe Merino en uno de los textos reflexivos del libro- fue la primera sabiduría de la humanidad, el jardín literario en donde está la verdadera historia de la humanidad.
Y allí, en uno de los extremos de ese jardín literario, lindando con los alcorques de la leyenda, los macizos de la fábula, los parterres y pabellones de la poesía y las praderas del cuento, se halla la Glorieta Miniatura. Hay muchos que al llegar allí quedan desorientados, porque los relatos diminutos no les permiten ver el inmenso bosque de la ficción pequeñísima.
Las leyendas medievales, el Patrañuelo, la Sobremesa y alivio de caminantes de Timoneda o algunos pasajes cervantinos dan razón del antiguo origen de una modalidad que para muchos escritores es un género de llegada, una meta que alcanzan algunos narradores privilegiados como Merino cuando descubren la capacidad expresiva del minicuento, en el que se condensa la quintaesencia de la narratividad con la intensidad de unas pocas líneas.
Un género que desde el chispazo de la intuición inicial, desde la inspiración y la subjetividad que relaciona el microrrelato con el poema, requiere la elección de un título atractivo pero que no dé pistas sobre un desenlace a menudo inesperado, en el que caben el humor y la ironía de la última frase, el ritmo del relato y la imprescindible tensión narrativa que distingue el minicuento de la mera ocurrencia chistosa.
Por eso al microrrelato le exige Merino que sea pequeño pero que sea volátil, que desaparezca enseguida de nuestro campo de visión, pero que nos deje una intensa imagen de ese mundo paralelo, certero, hecho sólo con palabras que tiene que suscitar la narrativa verdadera.
José María Merino viene reivindicando a través de toda su obra narrativa, larga o corta, la tradición de la literatura fantástica que tiene uno de sus referentes en Hoffmann y en sus narraciones inquietantes, pero también en una tradición española que está ya en Don Juan Manuel y en los libros de caballerías y que fue arrasada por la labor inquisitorial de la iglesia tridentina y por una crítica posterior no menos inquisitorial, encabezada por Menéndez y Pelayo con las perniciosas secuelas que aún hoy pueden leerse en los suplementos periódicos de los diarios nacionales.
Tal vez sea en esta recopilación, al ver reunidos estos textos, en donde se puede rastrear con más nitidez la intensa reivindicación de lo fantástico que conecta a Merino también con un larga tradición de relatos hispanoamericanos, de Borges a Cortázar.
Cuentos nocturnos en los que la fragilidad de límites entre el sueño y la vigilia, la metamorfosis y la identidad, lo fantástico y el misterio del tiempo, los espejos y las simetrías, la muerte o el terror apenas sugerido en el acecho invisible de lo cotidiano, que son algunos temas fundamentales de su universo narrativo, aquí se abordan con el rigor y la depuración que exige el género.
El fulgor breve pero intenso de estas narraciones, la elipsis de los datos o la inquietante e invisible fauna doméstica que las habita, producen en los lectores un vértigo pendular que les lleva de la ficción a la realidad, de la orilla de la vida a la de la muerte y de un tiempo a otro, con la conciencia de vivir un sueño o una pesadilla como parientes próximos de Kafka, uno de los padres del microrrelato contemporáneo.
Acabamos con un ejemplo modélico, porque resume los temas, la tonalidad y la concentración estilística de estos textos:
A las doce, hora de límites, el tiempo separa cada jornada con su peligrosa cuchillada. Es la hora en que, a veces, se reúnen. Hablan en voz muy baja, con murmullos tenues, pero desde la cama, forzando mi atención, puedo advertir esos cuchicheos, sus risas, el tintineo de los vasos. Varias noches me he levantado con sigilo para intentar sorprenderlos. Camino a tientas por el pasillo, abro despacio las puertas, enciendo de repente la luz del salón. Ya no están, nunca están cuando llego. ¿Que si dejan rastros? Una vez, mi gato tenía en el cuello un lazo verde. Otra, había un clavel sobre la mesa. Ayer, una postal de un templo hindú cuyo destinatario no soy yo, con una letra poco inteligible que, al parecer, habla de calor y recomienda no olvidarse de los peces.
Santos Domínguez