Rafael Dieste.
Obras Literarias.
Fundación Santander Central Hispano. Obra fundamental.
Madrid, 2006.
Se cumplen ahora 25 años de la muerte de Rafael Dieste, uno de esos escritores minoritarios e imprescindibles que abundan en la literatura española del siglo XX, del que se acaba de publicar una amplia recopilación de Obras literarias.
Nació y murió en Galicia tras más de veinte años de exilio en Buenos Aires y Montevideo y aunque generacionalmente pertenece al 27 (nació el mismo año que Emilio Prados), es un autor inclasificable al que en España se le descubrió cuando en 1974 Alianza publicó las Historias e invenciones de Félix Muriel, de prosa de diamante y fuego, por decirlo en palabras de Carmen Martín Gaite.
Tan inclasificable es que se le ha emparentado con el espíritu novecentista, con la vanguardia y con el grupo del 36. Fue uno de los fundadores de Hora de España, y en su voz personal conviven la herencia clásica y la influencia de Valle-Inclán, Cervantes y la literatura europea más avanzada del primer tercio del siglo XX, en una integración ejemplar de géneros, de perspectivas y actitudes.
Precisamente sobre ese aspecto, sobre la integridad creadora de Rafael Dieste, organiza su estudio introductorio Darío Villanueva, que ha preparado esta amplia selección de textos que la Fundación Santander Central Hispano publica en su colección Obra Fundamental.
Textos que reflejan la multiplicidad creadora de Dieste, su escritura plural en la que se integran armónicamente creación, pensamiento, sentimiento y compromiso.
Brillantísimas piezas teatrales, con la sorprendente potencia verbal y escénica de Viaje y fin de Don Frontán o Duelo de máscaras, casi inencontrables en una vieja edición de Hiperión. Obras de segura técnica y lenguaje certero y maduro que oscila entre lo esperpéntico y lo guiñolesco, con las influencias combinadas de Valle-Inclán, Castelao y García Lorca.
O poemas que tienden a lo conceptual, a la pureza juanramoniana incrementada con rasgos superrealistas y con elementos de la poesía clásica o tradicional que explican que su poesía se antologue en el marco del Grupo del 36 en la muy reciente recopilación que ha preparado Ruiz Soriano para Cátedra.
Ensayos espléndidos en forma y contenido, como La vieja piel del mundo, escrito poco antes de la guerra civil: una aproximación a la filología de la historia universal, el prolegómeno a una ética de la integración.
En el exilio bonaerense escribió Dieste su obra fundamental: Historias e invenciones de Félix Muriel, que se publicó en 1943 en Buenos Aires y más de treinta años después en España, cuando la editó Alianza Tres.
Recuerdo las reseñas asombradas del Informaciones de las artes y las letras de Rafael Conte y Juan Pedro Quiñonero, y la impresión que me produjo aquella primera lectura, que se confunde en mi memoria con otras revelaciones como la de Los galgos verdugos de Corpus Barga y las novelas de Manuel Andújar para poner en duda un canon narrativo académico y universitario agarrotado por la pereza y la rutina.
Los nueve relatos de diversa extensión (entre la estampa lírica de El quinqué color guinda y las novelas cortas que son en realidad El jardín de Plinio o La peña y el pájaro) constituyen un conjunto de textos de altísimo valor literario que ahondan en un pasado perdido y doloroso y de heridas recientes.
Está aquí ya en sazón lo que algún tiempo después exploraría Alejo Carpentier como lo real maravilloso, una visión mágica e inquietante de la realidad que no sólo está en las Antillas o en el Caribe. Tiene también sus raíces en la literatura oral y en las tradiciones supersticiosas de la Galicia rural y profunda, su antecedente en Valle, su contemporáneo en Castelao, su continuador en Cunqueiro, con una mezcla muy peculiar de simbolismo lírico y narrativa fantástica, de autobiografía y proyección en el paisaje.
Ese es sin duda uno de los mejores libros de relatos que se han escrito en español en el siglo XX. Quien los haya leído, sabrá por qué lo digo. Quien no haya tenido ese privilegio aún, debería comprobar que, más allá de los gustos personales de cada uno, no exagero nada.
Santos Domínguez