José Ángel Valente. Obras Completas.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2006.
Cima del canto.
El ruiseñor y tú
ya sois lo mismo.
Ese haiku, fechado el 25 de mayo de 2000, menos de dos meses antes de la muerte de José Ángel Valente, es el último poema de Fragmentos de un libro futuro, el libro póstumo que cierra la trayectoria poética de un escritor total, de trayectoria tan personal como decisiva para la poesía española contemporánea.
Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores acaba de publicar el primer tomo de sus Obras Completas, en una edición preparada por Andrés Sánchez Robayna. Organizada en dos tomos, el primero recoge su obra de creación en verso y prosa y el segundo será una recopilación de su obra ensayística preparada por Carlos Rodríguez Fer.
A este primer tomo que recoge la obra lírica de Valente se añade su importantísima labor como traductor de Celan, Jabès o Cavafis (lo que se había recogido en el póstumo Cuaderno de versiones) y en forma de apéndice se incorpora un numeroso conjunto de poemas inéditos o dispersos y nunca hasta ahora publicados en libro.
Y aquí el lector debe exponer sus dudas, compartidas seguramente con alguien como el editor, de la entera confianza de Valente. Siempre que en este tipo de obras se recogen textos inéditos, la desazón es importante, porque en general estos poemas aporatan poco y desmerecen mucho del conjunto, porque forman parte de la arqueología o de la cocina del poema. Hay no pocas razones éticas y estéticas para respetar la decisión del autor que decidió eliminarlos de la versión definitiva de sus libros.
No hay que hacer demasiado esfuerzo para suponer que Valente, que se resistía a reeditar en Punto cero sus primeros libros, no hubiera autorizado este apéndice. Pero en fin, esos son los riesgos y la responsabilidad que asume Sánchez Robayna, autor por lo demás de un excelente prólogo y de una minuciosa y cuidada edición.
Yo fui un joven escritor en un tiempo sombrío, recordaba Valente en 1996, mirando desde lejos ya su trayectoria poética, exigente y rigurosa como pocas, una trayectoria creciente desde A modo de esperanza hasta la primera inflexión importante que supuso Material memoria y culmina en El fulgor y en No amanece el cantor, en una evolución marcada por la coherencia y la depuración. Porque Valente es un poeta de indiscutible importancia y de innegable incidencia incluso entre quienes se sienten distantes de su poesía, de su poética y de sus juicios jupiterinos.
Poesía y crítica comparten rigor y coherencia evolutiva en la creación verbal de nuestro autor. Ya en aquellos años años cincuenta de su primer libro escribe Valente el ensayo Conocimiento y comunicación, una de las cimas de la reflexión sobre la creación poética en la España de la segunda mitad del XX. Un ensayo con el valor añadido, quizá imprescindible, de que esa reflexión la hace un creador que une a su poesía de meditación una constante reflexión crítica. Lo que por otro lado no es una excepción, sino una norma. De Machado a Eliot, de Cernuda a Gil de Biedma, de Leopardi a Bécquer, los poetas más conscientes han sido los que han marcado esa línea de reflexión sobre el método poético y la función de la poesía.
En este artículo inédito, incluido en un cuaderno de trabajo de los años setenta, y publicado por primera vez en El País en julio de 2001, al año de su muerte, Valente se reconocía 'fuera del cuadro' de la vida española:
Respecto del llamado grupo de los 50, yo me consideraría retratado en él si el retrato se llamase Retrato de grupo con figura ausente. El grupo no es más que la momentánea asamblea de los que se aprestan a correr. Todos adoptan una posición análoga en la línea de partida. Sólo una vez que la señal ha sido dada empieza la verdadera aventura del escritor: la larga, la prolongada soledad del corredor de fondo (Sillitoe). Lo que pasa es que los antólogos o los críticos -que suelen ser personajes bastante funestos- suelen confundir el punto de partida -más o menos impuesto- con la trayectoria del corredor -infinitamente libre. Su trabajo resulta así más fácil: le facilita, en efecto, la composición de antologías y manuales y las clases sobre poesía contemporánea con que se engaña o aburre a los adolescentes en las universidades o en los cursos donde se vende pseudocultura española de Smith o Middelbury College.
Esa confusión entre punto de partida y trayectoria ha sido particularmente padecida por los poetas que me son contemporáneos. La mistificación empezó con la famosa antología de Castellet Veinte años de poesía española que se publicó en 1960 y que dio la vuelta al mundo en distintos idiomas más o menos progresistas. El engaño aún persiste. El grupo, en cuanto tal, no es más que un criadero de mediocres. La lectura individual se sustituye por la lectura de grupo y lo singular por lo mostrenco. Se olvida así algo fundamental: el hecho de que, con respecto al grupo, el escritor es un fenómeno póstumo. Nace, en realidad, cuando el grupo fenece.
En la también fenecida teoría de las generaciones se buscaba para la constitución de éstas un hecho común determinante. El hecho histórico del presente siglo que yo siento hoy como más determinante es la aparición del cometa Halley, que se interpretó en 1910 como un signo del fin de los tiempos. Así lo vio Alexander Blok, en un impresionante poema que se llama Némesis: 'Siglo veinte... / Los incendios humeantes del crepúsculo / (presagio inquieto de los días nuestros), / el espectro terrible de un cometa / amenazador y caudal, allá en lo alto'. El cometa debe reaparecer hacia 1986. Así es como cabría describir en manuales o antologías veraces al autor de los libros firmados con mi nombre: Poeta español relativamente contemporáneo, situado entre dos apariciones del cometa Halley.
Pero eso será la materia del segundo tomo de estas Obras Completas de José Ángel Valente, que en La piedra y el centro (1983) escribía:
Todo el que se haya acercado, por vía de experiencia, a la palabra poética, en su sustancial interioridad sabe que ha tenido que reproducir en él la fulgurante encarnación de la palabra. No ha oído ni leído. Ha sido nutrido. Se ha sentado a una mesa. Ha compartido, en rigor, un alimento.
Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores acaba de publicar el primer tomo de sus Obras Completas, en una edición preparada por Andrés Sánchez Robayna. Organizada en dos tomos, el primero recoge su obra de creación en verso y prosa y el segundo será una recopilación de su obra ensayística preparada por Carlos Rodríguez Fer.
A este primer tomo que recoge la obra lírica de Valente se añade su importantísima labor como traductor de Celan, Jabès o Cavafis (lo que se había recogido en el póstumo Cuaderno de versiones) y en forma de apéndice se incorpora un numeroso conjunto de poemas inéditos o dispersos y nunca hasta ahora publicados en libro.
Y aquí el lector debe exponer sus dudas, compartidas seguramente con alguien como el editor, de la entera confianza de Valente. Siempre que en este tipo de obras se recogen textos inéditos, la desazón es importante, porque en general estos poemas aporatan poco y desmerecen mucho del conjunto, porque forman parte de la arqueología o de la cocina del poema. Hay no pocas razones éticas y estéticas para respetar la decisión del autor que decidió eliminarlos de la versión definitiva de sus libros.
No hay que hacer demasiado esfuerzo para suponer que Valente, que se resistía a reeditar en Punto cero sus primeros libros, no hubiera autorizado este apéndice. Pero en fin, esos son los riesgos y la responsabilidad que asume Sánchez Robayna, autor por lo demás de un excelente prólogo y de una minuciosa y cuidada edición.
Yo fui un joven escritor en un tiempo sombrío, recordaba Valente en 1996, mirando desde lejos ya su trayectoria poética, exigente y rigurosa como pocas, una trayectoria creciente desde A modo de esperanza hasta la primera inflexión importante que supuso Material memoria y culmina en El fulgor y en No amanece el cantor, en una evolución marcada por la coherencia y la depuración. Porque Valente es un poeta de indiscutible importancia y de innegable incidencia incluso entre quienes se sienten distantes de su poesía, de su poética y de sus juicios jupiterinos.
Poesía y crítica comparten rigor y coherencia evolutiva en la creación verbal de nuestro autor. Ya en aquellos años años cincuenta de su primer libro escribe Valente el ensayo Conocimiento y comunicación, una de las cimas de la reflexión sobre la creación poética en la España de la segunda mitad del XX. Un ensayo con el valor añadido, quizá imprescindible, de que esa reflexión la hace un creador que une a su poesía de meditación una constante reflexión crítica. Lo que por otro lado no es una excepción, sino una norma. De Machado a Eliot, de Cernuda a Gil de Biedma, de Leopardi a Bécquer, los poetas más conscientes han sido los que han marcado esa línea de reflexión sobre el método poético y la función de la poesía.
En este artículo inédito, incluido en un cuaderno de trabajo de los años setenta, y publicado por primera vez en El País en julio de 2001, al año de su muerte, Valente se reconocía 'fuera del cuadro' de la vida española:
Respecto del llamado grupo de los 50, yo me consideraría retratado en él si el retrato se llamase Retrato de grupo con figura ausente. El grupo no es más que la momentánea asamblea de los que se aprestan a correr. Todos adoptan una posición análoga en la línea de partida. Sólo una vez que la señal ha sido dada empieza la verdadera aventura del escritor: la larga, la prolongada soledad del corredor de fondo (Sillitoe). Lo que pasa es que los antólogos o los críticos -que suelen ser personajes bastante funestos- suelen confundir el punto de partida -más o menos impuesto- con la trayectoria del corredor -infinitamente libre. Su trabajo resulta así más fácil: le facilita, en efecto, la composición de antologías y manuales y las clases sobre poesía contemporánea con que se engaña o aburre a los adolescentes en las universidades o en los cursos donde se vende pseudocultura española de Smith o Middelbury College.
Esa confusión entre punto de partida y trayectoria ha sido particularmente padecida por los poetas que me son contemporáneos. La mistificación empezó con la famosa antología de Castellet Veinte años de poesía española que se publicó en 1960 y que dio la vuelta al mundo en distintos idiomas más o menos progresistas. El engaño aún persiste. El grupo, en cuanto tal, no es más que un criadero de mediocres. La lectura individual se sustituye por la lectura de grupo y lo singular por lo mostrenco. Se olvida así algo fundamental: el hecho de que, con respecto al grupo, el escritor es un fenómeno póstumo. Nace, en realidad, cuando el grupo fenece.
En la también fenecida teoría de las generaciones se buscaba para la constitución de éstas un hecho común determinante. El hecho histórico del presente siglo que yo siento hoy como más determinante es la aparición del cometa Halley, que se interpretó en 1910 como un signo del fin de los tiempos. Así lo vio Alexander Blok, en un impresionante poema que se llama Némesis: 'Siglo veinte... / Los incendios humeantes del crepúsculo / (presagio inquieto de los días nuestros), / el espectro terrible de un cometa / amenazador y caudal, allá en lo alto'. El cometa debe reaparecer hacia 1986. Así es como cabría describir en manuales o antologías veraces al autor de los libros firmados con mi nombre: Poeta español relativamente contemporáneo, situado entre dos apariciones del cometa Halley.
Pero eso será la materia del segundo tomo de estas Obras Completas de José Ángel Valente, que en La piedra y el centro (1983) escribía:
Todo el que se haya acercado, por vía de experiencia, a la palabra poética, en su sustancial interioridad sabe que ha tenido que reproducir en él la fulgurante encarnación de la palabra. No ha oído ni leído. Ha sido nutrido. Se ha sentado a una mesa. Ha compartido, en rigor, un alimento.
Santos Domínguez