Cartas de Inglaterra
Editorial El Acantilado. Barcelona, 2006.
El escritor portugués José Maria Eça de Queirós, ese Galdós cosmopolita que escribió novelas como Los Maia, La Reliquia o El crimen del padre Amaro, también ejerció como periodista. En estas Cartas de Inglaterra que publica la editorial Acantilado, escritas mientras fue cónsul de Portugal en Bristol, y publicadas en un periódico brasileño, expresa sus opiniones sobre diversos acontecimientos de la época (están todas fechadas entre 1880 y 1885).
Unas cartas tratan en apariencia sobre auténticas bagatelas: la tragedia estética de una Navidad sin nieve en Inglaterra le sirve como excusa para criticar los desmanes británicos en África o en Irlanda. La prensa británica se ocupa del cambio climático mientras Irlanda sigue anclada en la miseria y el feudalismo, y por las colonias africanas corre la sangre. La actitud de Eça está lejos de ser antibritánica, pues admira la creatividad intelectual de los ingleses, pero no soporta su esnobismo, su prepotencia ni el puritanismo de la era victoriana.
Otras cartas tratan de temas muy serios, como un brote antisemita en Alemania en 1880. Escribe Eça: “Que en 1880, en la sabia y tolerante Alemania, después de Hegel, Kant y de Schopenhauer, (…), se vuelva de nuevo a una campaña contra el judío, el que mató a Jesús, (…), es como para quedarse con la boca abierta durante todo un largo día de verano.” Faltaban nueve años para el nacimiento de Hitler, pero ya Eça parece vislumbrar la polvareda ideológica que pronto enlodaría Europa.
Hasta seis cartas fechadas entre septiembre y octubre de 1882 dedica Eça a un esclarecedor incidente colonial de los británicos en Egipto. Un caudillo militar egipcio, Arabi, empieza a destacar como hombre fuerte y pone en riesgo el poder británico basado hasta entonces en la manipulación de un gobernante títere, el jedive, que se ha ido plegando progresivamente al interés británico, esto es dominar Egipto para controlar el canal de Suez que conduce a la India.
Pero para acabar con el díscolo Arabi los ingleses necesitan un casus belli, y lo encontrarán en un incidente en el barrio europeo de Alejandría, que se saldó con la muerte de cerca de cien europeos y más de trescientos musulmanes, lo que llevó, lógicamente, a la prensa británica a referirse al incidente como "la masacre de los cristianos": “No quiero, de ningún modo, resultar desagradable a mis hermanos en Cristo, pero sugiero respetuosamente que se la llame la matanza de los musulmanes”.
Arabi para evitar el ataque británico prometió castigar a los asesinos de los cristianos, lo que obligó a Inglaterra a buscar un nuevo motivo para la intervención. Pronto lo encontró en unas obras de refuerzo de las defensas artilleras del puerto de Alejandría. “Arabi hizo algo inteligente: cedió y prometió interrumpir los trabajos de defensa. Inglaterra se llevó una decepción.”
Pero al fin los británicos encontraron las armas de destrucción masiva: una noche desde un acorazado inglés un vigía vio a dos egipcios limpiando un viejo cañón. Ya tenían una excusa para arrasar Alejandría y claro, lo hicieron, no por sus intereses económicos, por supuesto, sino para evitar "la anarquía en Egipto".
“Europa tomó en seguida su tradicional actitud: o sea, murmuró algunas palabras de ligera amonestación y después dio un paso atrás, para contemplar como un brazo fuerte sabe usar de su fuerza, para estudiar cómo se consuma el expolio de los humildes”.
Eça no duda de la victoria británica contra los egipcios, pero se hace una pregunta inquietante: “Pero, ¿y si Arabi, una vez derrotado, consiguiera inducir al jerife de la Meca a proclamar contra Inglaterra una Yihad, que es una Guerra Santa, una cruzada, un alzamiento en masa del mundo musulmán?”.
Unas cartas tratan en apariencia sobre auténticas bagatelas: la tragedia estética de una Navidad sin nieve en Inglaterra le sirve como excusa para criticar los desmanes británicos en África o en Irlanda. La prensa británica se ocupa del cambio climático mientras Irlanda sigue anclada en la miseria y el feudalismo, y por las colonias africanas corre la sangre. La actitud de Eça está lejos de ser antibritánica, pues admira la creatividad intelectual de los ingleses, pero no soporta su esnobismo, su prepotencia ni el puritanismo de la era victoriana.
Otras cartas tratan de temas muy serios, como un brote antisemita en Alemania en 1880. Escribe Eça: “Que en 1880, en la sabia y tolerante Alemania, después de Hegel, Kant y de Schopenhauer, (…), se vuelva de nuevo a una campaña contra el judío, el que mató a Jesús, (…), es como para quedarse con la boca abierta durante todo un largo día de verano.” Faltaban nueve años para el nacimiento de Hitler, pero ya Eça parece vislumbrar la polvareda ideológica que pronto enlodaría Europa.
Hasta seis cartas fechadas entre septiembre y octubre de 1882 dedica Eça a un esclarecedor incidente colonial de los británicos en Egipto. Un caudillo militar egipcio, Arabi, empieza a destacar como hombre fuerte y pone en riesgo el poder británico basado hasta entonces en la manipulación de un gobernante títere, el jedive, que se ha ido plegando progresivamente al interés británico, esto es dominar Egipto para controlar el canal de Suez que conduce a la India.
Pero para acabar con el díscolo Arabi los ingleses necesitan un casus belli, y lo encontrarán en un incidente en el barrio europeo de Alejandría, que se saldó con la muerte de cerca de cien europeos y más de trescientos musulmanes, lo que llevó, lógicamente, a la prensa británica a referirse al incidente como "la masacre de los cristianos": “No quiero, de ningún modo, resultar desagradable a mis hermanos en Cristo, pero sugiero respetuosamente que se la llame la matanza de los musulmanes”.
Arabi para evitar el ataque británico prometió castigar a los asesinos de los cristianos, lo que obligó a Inglaterra a buscar un nuevo motivo para la intervención. Pronto lo encontró en unas obras de refuerzo de las defensas artilleras del puerto de Alejandría. “Arabi hizo algo inteligente: cedió y prometió interrumpir los trabajos de defensa. Inglaterra se llevó una decepción.”
Pero al fin los británicos encontraron las armas de destrucción masiva: una noche desde un acorazado inglés un vigía vio a dos egipcios limpiando un viejo cañón. Ya tenían una excusa para arrasar Alejandría y claro, lo hicieron, no por sus intereses económicos, por supuesto, sino para evitar "la anarquía en Egipto".
“Europa tomó en seguida su tradicional actitud: o sea, murmuró algunas palabras de ligera amonestación y después dio un paso atrás, para contemplar como un brazo fuerte sabe usar de su fuerza, para estudiar cómo se consuma el expolio de los humildes”.
Eça no duda de la victoria británica contra los egipcios, pero se hace una pregunta inquietante: “Pero, ¿y si Arabi, una vez derrotado, consiguiera inducir al jerife de la Meca a proclamar contra Inglaterra una Yihad, que es una Guerra Santa, una cruzada, un alzamiento en masa del mundo musulmán?”.
Es lo que tienen los clásicos, que por antiguos que sean y por extraño y alejado el tema que traten, siempre se dirigen a nosotros y escriben sobre nuestros conflictos.
Jesús Tapia Corral