Así, Novela de amor e inquilinato, subtituló Rafael Azcona El pisito, una narración de 1957 que sirvió como base del guión de la película que dirigió Marco Ferreri. La reescribió en 1999 para la recopilación de tres novelas cortas que publicó Alfaguara con el título Estrafalario/1.
Aquel volumen tuvo una excelente acogida crítica. Ahí están las reseñas de Miguel García Posada y Rafael Conte en El País y ABC respectivamente. (No, no me he equivocado con el orden: es que el mundo da muchas vueltas).
Entonces se destacó "la maestría de Azcona como narrador y la inadmisible omisión del autor en el cuadro de la promoción a la que pertenece y a la que se encuentra muy ligado por su estética." (García Posada) y se le animó a seguir publicando su obra secreta: "sigamos persiguiéndole, leyéndole y alimentando esas pesadillas que para nuestra suerte le siguen acechando." (Rafael Conte)
Esa versión nueva de El pisito (ni España, ni Azcona ni la novela de 1957 eran ya los mismos) es la que se edita ahora en Cátedra. Letras hispánicas.
Neorrealista, como sus compañeros de generación, tertulia y cinefilia (Aldecoa, Fernández Santos o Ferlosio), se le llamó con notable simpleza el Zavattini español. Es más que eso. Su narrativa enlaza con la mejor tradición de la prosa anterior a la guerra civil, con Baroja y con los humoristas del 27 (Jardiel o Mihura), con el esperpentismo de Valle-Inclán, con Cela o Quevedo. Y, naturalmente, con la influencia visual de Goya o Solana en un momento en que las referencias narrativas estaban muy vinculadas al cine, sobre todo al neorrealismo italiano.
Escritor clandestino, narrador secreto que sobrevivió escribiendo novelas rosas y del oeste con seudónimo, su perfil literario lo empezó a recuperar Josefina R. Aldecoa en Los niños de la guerra (Anaya Tus libros, 1983), donde incluye (entre Ferlosio y Benet) su cuento Cassette, lo más ambicioso que conozco de la obra de Azcona. Una obra que tiene quizá su referente más sólido en Baroja, en su escepticismo y en su retraimiento.
Conocido fundamentalmente como guionista, esa faceta le ha permitido contar con un espacio en la Biblioteca de Autor de la Biblioteca Cervantes.
Se accede allí también al pasodoble que le compuso Carmelo Bernaola. Con ese fondo un poco charanguero, como de Bienvenido Mister Marshall, se puede visitar la página.
Esa ha sido la causa de que una parte considerable de la crítica académica y de las monografías sobre la narrativa española contemporánea lo ignoren.
La pereza de esa parte de la crítica instalada en la rutina y en la autoridad, sumada a la actitud de quien como Azcona nunca ha tenido interés en reivindicarse públicamente como escritor explican ese oscurecimiento de su obra narrativa.
Hay una tercera razón más definitiva, claro, no nos engañemos. El pisito, Los ilusos o Pobre, paralítico y muerto (la base de El cochecito), aunque se lean con gusto, sobre todo tras la revisión de 1999, no están a una altura comparable a la de Los bravos o El Jarama.
Santos Domínguez