14/12/22

Antonio Pereira. Todos los cuentos



 Antonio Pereira.
Todos los cuentos.
Prólogo de Antonio Gamoneda.
Siruela. Madrid, 2022.

“Sin escoger apenas, he leído y recortado una y otra vez en cualquiera de las casi novecientas páginas del tomo. El recorte, en ocasiones, me ha proporcionado cuanto esperaba y también una rítmica. No voy a considerar la poética esencial que esto comporta porque no es necesario y porque la rítmica es componente notable y sabido de mucha de la mejor prosa que por el mundo circula y bien la quisiera para mí. Lo que anoto para terminar con discreta decencia es que, como yo, los lectores habrán advertido (habrán sentido son palabras más justas) la doble potencia semántica del fraseo; es narración, sí, pero la narración es sustancialmente poética. Y no digo más porque yo, simple «hermano menor» de Antonio Pereira, no sé decirlo”, escribe Antonio Gamoneda para cerrar su prólogo a la reedición de Todos los cuentos de Antonio Pereira que acaba de publicar Siruela.

Una página ya conocida –sostenía Pereira- es nueva en cada relectura, en cada actualización, porque el lector nunca es el mismo. La esmerada reedición de toda su narrativa breve en el volumen que publica Siruela es una nueva ocasión para comprobar la vitalidad de sus relatos, para releer o para leer por vez primera a Antonio Pereira, del que decía Manuel Talens: “Si en el mundo hubiera eso que llamamos justicia, si Dios (¿pero existe?) fuera en verdad misericordioso, hace años que Antonio Pereira estaría públicamente considerado como el contador de historias más grande que ha dado este país en el último cuarto de siglo.” Aquel artículo terminaba con una recomendación que agradecerán quienes aún no hayan leído estos cuentos: “Lean a Antonio Pereira. Les cambiará la vida.”

Se reúnen en este volumen todos los relatos que fueron apareciendo en seis libros publicados entre 1967 y 2007, entre Una ventana a la carretera y La divisa en la torre. Y se añade un último relato, ‘Bradomín’, de 2008, que comienza así:

«Puede tratarme de tú, otra cosa no oirá en esta república libertaria, pero llámeme Marqués», me pidió mi compañero de habitación la primera vez que me hablaba, de vuelta yo del quirófano y de la anestesia. Con el despertar había ido reviviendo el viraje brusco del coche que me llevaba a Santiago, la maldición del conductor. En el hospital, en una ciudad de la Galicia más interna, me dijeron que se estaba construyendo un hospital nuevo y que en este de ahora el operado de una rodilla podía tener de compañero a un demente senil.
Mi demente era pacífico y se me presentó cortésmente: «Soy el marqués de Bradomín», y siguió con una sarta de apellidos, los Cela, los Montenegro, y el más improbable, un Bibbiena de Rienzo. Cuando dejaba la cama, y lo hacía según su marquesal gana, su figura era noble y quijotesca, aun con la bata gregaria que te presta la Seguridad Social. Yo, en cambio, no podía moverme, con la pierna estirada y prisionera en un cepo odioso.

Está recogido en este espléndido volumen la totalidad del inconfundible mundo narrativo de Antonio Pereira, la oralidad del filandón estilizado que es el humus de sus relatos, en los que se armonizan con refinado oficio lo mejor de la tradición y de las aportaciones del relato contemporáneo para integrar una evidente variedad de técnicas narrativas en un continuo ejercicio de virtuosismo formal, de equilibrismo divertido y seguro en el filo de la navaja, como destacó Ricardo Gullón.

En Pereira se funden la ironía cervantina y el humor comprensivo, la profundidad sicológica y el uso magistral de los diálogos, la fluidez de la oralidad y la sabiduría en el uso de las técnicas elusivas. Y una melancolía en las evocaciones que tiene algo de indecible y que convive en su mirada con la cordialidad zumbona, con esa forma castiza de ironía que llamamos retranca.

La publicación de su narrativa breve completa depara una nueva ocasión de comprobar que el cuento no es un género menor, sino una manifestación fundamental de la literatura, un género para el virtuosismo. Nos lo tuvieron que venir a decir los autores sudamericanos y entonces se empezó a valorar a Ignacio Aldecoa o al mismo Antonio Pereira como referencias fundamentales cuya sombra ha ido creciendo en el panorama narrativo español.

Estos cuentos completos dan cuenta de la altura narrativa, de la variedad temática y la riqueza técnica de un autor experto en sutileza e ironía, en un esperpentismo suave, sin desgarro ni alejamiento, que busca siempre  la complicidad de aquellos lectores que Pereira invocaba en el título de una de sus antologías más leídas, Cuentos para lectores cómplices.

‘El ingeniero Balboa’, ‘Las peras de Dios’, ‘El síndrome de Estocolmo’, ‘La ilustre casa de Pereira’, ‘La Orbea del coadjutor’ o ‘El pozo encerrado’ son algunos de esos textos imprescindibles e inolvidables. Cuentos en los que la realidad y la imaginación convergen en una técnica que Antonio Pereira maneja como pocos: la que le permite contar lo irreal de forma verosímil para hacer creíble lo increíble y para presentar lo real con un toque de fantasía que lo eleva un palmo o dos por encima de su altura diaria.

Además de las valoraciones de la crítica, los mayores elogios de la obra narrativa de Antonio Pereira los han firmado Mateo Díez, José Mª Merino o Martín Garzo. Y no sólo narradores como esos, también poetas como Antonio Colinas, Juan Carlos Mestre o Antonio Gamoneda, que escribió para la primera edición de este libro una espléndida ‘Carta (sin fecha) a Antonio Pereira’, en la que afirma: “Realidad poética es el componente verídico y esencial de tu narrativa breve, y esta es la razón de su sencilla, íntima –implicada- grandeza. Todo ello tiene como causa –aquí una obviedad necesaria- que tú, esencialmente, eres poeta, y, precisamente porque eres poeta, escribes una prodigiosa narrativa breve.”

Y es que la precisión y la exactitud de la prosa de Pereira aproxima sus cuentos a la estilización de la poesía. Y así surge un relámpago de acero como el de la navaja de la barbera alemana de uno de sus libros, Picassos en el desván. Termina con este párrafo:

Hubo un relámpago de acero en el aire (se notó un movimiento en las gabardinas) y un alivio de los agentes cuando la navaja rozó apenas la nuez del registrador, limpiándole ese poco de pelusilla. Luego la barbera ofreció las muñecas y ellos le pusieron unas esposas que parecían estarle pequeñas. Así salió en las fotografías de sucesos, junto a esos horrores de Düsseldorf que cuesta trabajo creer.

Un volumen para el disfrute de sus lectores, que podrían llevar una pancarta como la que llevaban sus amigos canarios cuando fueron a recibirle al aeropuerto de Tenerife: LEA USTED A PEREIRA.

Pues eso. Léanlo.

Santos Domínguez