Vladimir Pozner.
Tolstói ha muerto.
Traducción y prólogo
de Adolfo García Ortega.
Seix Barral. Barcelona, 2022.
Los tres primeros días:
del 1 al 3 de noviembre de 1910
1. Nikoláyev
El 1 de noviembre de 1910, a las diez y diez de la mañana, se envió un telegrama desde la ventanilla de la pequeña estación de Astapovo, situada en la línea férrea Riazán-Ural.
Ayer caí enfermo. Viajeros me han visto bajar del tren muy débil. Temo que la noticia se propague. Hoy, mejoría. Proseguimos viaje. Tomad medidas. Tenednos al corriente.
Veinte minutos más tarde, un nuevo telegrama es expedido a la misma dirección por una de las dos mujeres que acompañan al enfermo.
Ayer bajamos en Astapovo. Fiebre alta, estado inconsciente. Esta mañana, temperatura normal; actualmente, de nuevo fiebre. Imposible viajar. Ha expresado su deseo de veros.
El primer telegrama está firmado «Nikoláyev»; el segundo, «Frolova». (El destinatario se llama Chertkov.)
2. Un viejo
Tres días antes, en la noche del 27 al 28 de octubre, un viejo del que, dos años atrás, el mundo entero había celebrado el ochenta aniversario, había abandonado su hacienda, sus libros, a sus allegados y a su mujer, sobre todo a su mujer. Se proponía ir a reunirse con unos pretendidos discípulos que estaban muy lejos. Por otro lado, el destino le importaba menos que el hecho de marcharse. Ya había tratado de huir en otra ocasión, pero su mujer se lo había impedido. Esta vez, viajaría con un nombre falso. En un país donde la censura había prohibido la versión íntegra de Resurrección, Tolstói llevaría el nombre de Nikoláyev y su hija se llamaría Frolova.
Nadie sospecharía nada. Sería uno más de los viejos que van sentados en el banco del vagón.
Con esos dos fragmentos comienza el primero de los capítulos en los que Vladimir Pozner organiza su Tolstói ha muerto, que publica Seix Barral con traducción y prólogo de Adolfo García Ortega.
Vladimir Pozner (París 1905-1992), hijo de judíos rusos, lo publicó en francés en 1935 con un aviso al lector que señalaba: “Cuando huyó de su casa y de los suyos, Tolstói cayó enfermo en la lejana estación de Astapovo. Moriría allí una semana más tarde, el 7 de noviembre de 1910, veinticinco años antes de la redacción de este libro. Durante siete días, el telégrafo fue el único nexo entre Astapovo y el mundo.”
Esos telegramas son la base de la construcción de Tolstói ha muerto, que toma su título del último de ellos, el que cierra la obra con la noticia de la muerte del novelista.
A partir de ese material inicial, Pozner elabora un potente mosaico narrativo que reconstruye los últimos días de Tolstói y las circunstancias que provocaron su huida en tren, en compañía de su hija Alexandra, con la que aparece en la magnífica fotografía de la portada. “Una huida -aclara Adolfo García Ortega en el prólogo a su traducción- que transformó una pequeña aldea rusa en la capital del imperio por unos días”.
De la agitación, de la confusión que produjeron aquellos hechos en aquel pueblo perdido y de las distintas versiones que suscitaron da cuenta este caleidoscopio de voces y miradas en torno a la huida y a la agonía de Tolstói a través de un amplio elenco de personajes: su abundante familia, los médicos que le atendieron, los periodistas que cubrieron la información, los empleados del ferrocarril, las autoridades locales, los policías, los representantes de la iglesia o los empleados del telégrafo.
Sus veintisiete capítulos se organizan en una estructura oscilante que alterna el seguimiento cronológico de la enfermedad entre el 1 y el 7 de noviembre (‘El drama’) y los antecedentes de la crisis familiar, evocada con citas de las obras de Tolstói y de sus cartas, con testimonios de su mujer y de sus allegados (‘Historia de un matrimonio’). “Dichos testimonios -advierte Pozner- explican la tragedia final por los malentendidos acumulados durante los cuarenta y ocho años de un matrimonio tan célebre como infeliz.”
El conjunto, que ensambla sus ciento ochenta y cinco fragmentos en un sabio montaje de documentos policiales, artículos periodísticos e informes médicos, completa una vertiginosa narración que no sólo recrea los hechos como un reportaje periodístico ilustrado con espléndidas fotografías de aquella semana, sino que aventura una hipótesis explicativa desde el territorio de la literatura sobre las llamativas circunstancias que envolvieron la última semana de vida de Tolstói.
“Tal vez no exista en este libro ni un gramo de ficción -concluye García Ortega-, pero el conjunto, el modo de montar cinematográficamente los fragmentos de todo este material tiene la estructura de una novela moderna absorbente y literaria. […] Con esta audaz propuesta narrativa sobre la agonía mítica de Tolstói, Vladimir Pozner logra hacer la crónica de un país, de un tiempo y de unas figuras insólitas del siglo XIX iluminando sus sombras con la luz del siglo XX.”
Santos Domínguez