9/5/22

Flaubert. Dos cuentos góticos

 




Gustave Flaubert.
Dos cuentos góticos.
Prólogo de Miquel Molina .
Traducción de Alberto Gómez y Carlos Primo.
Carpe Noctem mini.  Madrid, 2022.
 

En una calle angosta y sombría de Barcelona vivía, no hace mucho, uno de esos hombres de frente pálida y ojos apagados y hundidos, uno de esos seres satánicos y extraños como los que Hoffmann exhumaba en sus sueños.
Era Giacomo, el librero. Tenía treinta años y ya parecía viejo y agotado. Era alto, pero encorvado como un anciano; su cabello era largo, pero blanco; sus manos eran fuertes y vigorosas, pero marchitas y cubiertas de arrugas; su traje era miserable y andrajoso; su aspecto, torpe y timorato; su rostro, pálido, triste, feo e incluso insignificante.
Rara vez pisaba las calles, excepto cuando se subastaban libros raros y curiosos. En tales ocasiones dejaba de ser el hombre holgazán y ridículo de siempre. Sus ojos cobraban vida, corría, caminaba, pisoteaba; le costaba moderar su alegría, sus inquietudes, sus angustias y sus dolores; llegaba a casa con la lengua fuera, sin aliento, tomaba el preciado libro, lo acariciaba con los ojos y lo amaba con la pasión de un un avaro por su tesoro, de un padre por su hija, de un rey por su corona.

Así comienza Bibliomanía, uno de los dos relatos góticos de Flaubert que publica Carpe Noctem en su colección de bolsillo mini, con traducciones de Alberto Gómez y Carlos Primo y un prólogo (‘La iniciación de un escritor de fondo’) en el que Miquel Molina destaca que “Flaubert inicia con estos textos un laborioso proceso de construcción de su personalidad literaria que no alcanzará su máximo esplendor hasta que, con treinta y seis años, publique Madame Bovary. Más que de un novelista de maduración tardía, estaríamos hablando de un escritor de fondo que sienta en estos dos trabajos iniciáticos las bases de una larga y sólida producción novelesca.”

Bibliomanía, el primer relato que publicó, y La peste en Florencia son en efecto los primeros frutos de un Flaubert adolescente pero apasionado ya por la literatura, casi dos trabajos escolares de aprendizaje marcados por las orientaciones de sus profesores de Literatura y de Historia con los que aquel muchacho de quince años iniciaba la que habría de ser uno de las más portentosas aventuras literarias del siglo XIX.

Ambientados en el pasado y muy marcados aún por la herencia romántica del relato gótico de terror y misterio confesada en las primeras líneas de Bibliomanía con la alusión a Hoffmann, son dos relatos sobre crímenes y criminales: la truculenta historia del misterioso y satánico Giacomo, librero y bibliófilo asesino, y la de García de Médicis, personaje histórico cuyas envidias y ambiciones le llevan al asesinato encubierto en la mortandad de la peste de Florencia que le sirve de marco espaciotemporal:

Florencia estaba de luto, sus hijos morían a causa de la peste, que reinaba en la ciudad desde hacía un mes. Sin embargo, su furia se había encarnizado los dos últimos días. El pueblo moría maldiciendo a Dios y a sus ministros, blasfemaba en su delirio, y en su lecho de angustia y dolor, si quedaba algo por decir, era una maldición. Seguros de su final inminente, los vecinos se revolcaban, riendo estúpidamente, en el libertinaje y en el barro del vicio.

Así presenta Flaubert al personaje:

Tenía entonces veinte años. Es decir, durante veinte años había sido víctima de burlas, humillaciones e insultos por parte de su familia.
En efecto, García de Médici era un hombre malvado, traicionero y odioso, pero ¿quién dice que la maldad, los celos oscuros y ambiciosos que atormentaron sus días, no nacieron de los ataques que tuvo que soportar?
Era débil y enfermizo; Francisco era fuerte y robusto; García era feo, torpe, flácido, sin energía, sin ánimo; Francisco era un caballero apuesto y con buenos modales, un hombre galante, manejaba hábilmente un caballo y perseguía al ciervo con tanta facilidad como el mejor cazador de los Estados del Papa.
El mayor era, por tanto, el favorito de la familia: para él todos los honores, las glorias, los títulos y las dignidades. Para el pobre García, oscuridad y desprecio.


Santos Domínguez