Saint-John Perse.
Obra poética.
Edición bilingüe.
Traducción del francés
Obra poética.
Edición bilingüe.
Traducción del francés
de Alexandra Domínguez y Juan Carlos Mestre.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
“El poeta se adentra en el orbe para ver el universo íntimo de la creación, y allí reconstruye el cosmos de un perenne fluir cuántico del lenguaje, un articulado sistema de semejanzas y correspondencias, de euritmias y regularidades, de azarosas leyes naturales que implican al astro y al insecto, al cuarzo y la pirámide, a la justicia y a la ética. Una ética que, desde su temprana conciencia de la otredad, impulsada por las hélices de la infancia, es la jocundidad luminosa de la mar, el océano siempre vivo de su memoria, y que calificará el decurso de su obra habitada por el avatar, aventura y tragedia, de toda la odisea humana.
La oscuridad que equívocamente se le reprende a Perse no es más que exploración de la zona velada de una realidad complementaria, el quehacer mistérico de la propia tarea poética, el destino que indaga y anticipa la poesía”, escriben Alexandra Domínguez y Juan Carlos Mestre en el prólogo de su magnífica traducción de la Obra poética de Saint-John Perse que publica Galaxia Gutenberg en una espléndida edición bilingüe que recoge por primera vez en español toda su producción lírica.
En ese prólogo, que titulan La memoria de la imaginación, se exploran las claves poéticas de Saint-John Perse, “geógrafo del alma humana”, para descifrar el sentido de su concepción de la poesía, sobre la que dijo en su discurso de recepción del Nobel de 1960: “Es acción, poder, innovación que desplaza los límites... La oscuridad que se le reprocha no le es consustancial. Lo propio de la poesía es iluminar.”
Nacido en las Antillas francesas en 1887 y traducido por Rilke, Eliot o Ungaretti, es uno de los grandes poetas del siglo XX. Poeta del asombro y del canto, tituló aquel discurso La ciencia poética y escribió allí párrafos tan memorables como estos acerca del valor de la poesía como forma de iluminación de la realidad: “Mucho más que forma de conocimiento, la poesía es, en primera instancia, un modo de vida, de vida total. El poeta existía en el hombre de las cavernas y también existirá en el hombre de las edades atómicas: pues es parte irreductible de lo humano. Las religiones han nacido de la exigencia poética, que coincide con el rigor espiritual, y por esa gracia poética la chispa de la divinidad vive para siempre en el sílex humano.
Cuando las mitologías se desvanecen, lo sagrado encuentra en la poesía su refugio; y quizá su relevo. Y tanto en lo social como en lo inmediato humano, cuando aquellas que conducen el pan en el cortejo legendario son reemplazadas por las portadoras de antorchas, dentro de la imaginación poética se ilumina la más alta pasión de los pueblos que persiguen la claridad.
Poeta es aquel que rompe, para nosotros, la costumbre.”
Su asombroso mundo poético, apoyado en una cosmovisión iluminada por imágenes visionarias, metáforas sorprendentes y versículos torrenciales, está ya presente en su primer libro, Elogios, de 1911. A una de sus secciones, Estampas para Crusoe, pertenece este poema:
El muro
El lienzo de la pared queda enfrente, para conjurar el círculo de tu ensueño.
Pero la visión profiere su plañido.
La cabeza apoyada en la orejera del pringoso sillón, repasas la dentadura con la lengua: el sabor de las mantecas y los aliños contagia tus encías.
Y rememoras la pureza de las nubes sobre tu isla, cuando el alba verde se esclarece en el regazo de las misteriosas aguas.
... Es la exudación de las savias en exilio, el amargo mucílago de las plantas de silicuas, la acre insinuación de los manglares carnosos y la aceda dicha de una oscura sustancia en las vainas.
Es la miel silvestre de las hormigas en las galerías del árbol muerto.
Es un sabor de fruta verde, que acidula el alba que sorbes; el aire lechoso enriquecido con la sal de los alisios...
¡Alborozo! ¡oh júbilo desatado en las alturas del cielo! Las te- las resplandecen limpias, en los atrios invisibles arraigan las hierbas y las agraces delicias de la tierra se coloran en el siglo de un largo día...
La celebración de la infancia y la nostalgia del paraíso ultramarino de las Antillas recorren ese primer libro, al que seguiría en 1924 Anábasis, un deslumbrante poema largo en prosa, el más significativo y celebrado de sus libros, compuesto en versículos que evocan desde su título la expedición de los diez mil que narró Jenofonte, un experimento verbal a la vez que una revisión de la escritura épica en una época de víctimas sin héroes:
¡Tierra cultivable del sueño! ¿Quién habla de edificar? -He visto la tierra distribuida en vastos espacios y mi pensamiento no se ha distraído del navegante.
Diplomático de oficio hasta la invasión de Francia por los nazis, huyó a Estados Unidos en 1940 y allí rompió el largo silencio poético que mantenía desde la publicación de Anábasis.
Empezó así, de 1941 a 1946, su época más fecunda, en la que escribió varios poemas largos: Exilio, Lluvias, Nieves, Poema a la extranjera, Vientos y Mares, “texto de madurez del poeta”, como señalan los editores, en el que “retoma la continuidad del relato iniciado en Anábasis:
¡Tierra cultivable del sueño! ¿Quién habla de edificar? -He visto la tierra distribuida en vastos espacios y mi pensamiento no se ha distraído del navegante.
Diplomático de oficio hasta la invasión de Francia por los nazis, huyó a Estados Unidos en 1940 y allí rompió el largo silencio poético que mantenía desde la publicación de Anábasis.
Empezó así, de 1941 a 1946, su época más fecunda, en la que escribió varios poemas largos: Exilio, Lluvias, Nieves, Poema a la extranjera, Vientos y Mares, “texto de madurez del poeta”, como señalan los editores, en el que “retoma la continuidad del relato iniciado en Anábasis:
Me llamaron el Oscuro, y mi discurso era la mar.
Volvió a Francia en 1957 y en 1960 recibió el Premio Nobel. Ese mismo año publicó Crónica, poema de la vejez, un poema que resume su existencia poética y condensa su visión cosmológica con la fusión de lo terrenal y lo aéreo. Comienza con estas palabras:
Henos aquí, vejez. Frescor del atardecer en las alturas, brisa de altamar sobre todos los umbrales, y al desnudo nuestras frentes por más amplias cuencas…
Desde sus primeros libros hasta los finales Pájaros o Canto para un equinoccio, Perse es un poeta de la celebración del universo y el hombre, de selvas y montañas, mares y desiertos, vientos y lluvias contempladas con la mirada extranjera que se impone en su poesía desde Exilio.
Tradiciones orales y escritas, orientales y occidentales convergen en la formación del mundo poético de Saint-John Perse, en el que se funden la historia y el mito, la leyenda y la profecía, la naturaleza y la historia, los paisajes y las civilizaciones, lo terrestre y lo celeste, la luz y la oscuridad para proponer la reconstrucción de un relato que dé sentido al mundo con su prosa dilatada y sus versículos desbordantes, porque -señalaba en La ciencia poética- “cuando las mitologías se desvanecen, lo sagrado encuentra en la poesía su refugio; y quizá su relevo.”
Jorge Zalamea, uno de los mejores traductores de su poesía al castellano, afirmaba que “es difícil, si no imposible, descubrir las fuentes próximas o remotas de la poesía pérsica. No hay un estilo, ni siquiera un tono en la poesía europea posterior a la Edad Media, que pueda emparentarse al suyo. Es preciso llegar a los grandes textos antiguos: Píndaro, el Libro de los muertos de los egipcios, ciertas crónicas de corte babilónicas, el Antiguo Testamento, Tácito y acaso, más reciente la historia secreta del pueblo mongol, determinados anales chinos y algunas poesías africanas, para encontrar el mismo tono, el mismo ritmo externo e interno del versículo, determinadas y antiquísimas formas gramaticales, la copiosa enumeración censal y catastral y la floración inesperada de la metáfora irremplazable. No se crea, por esto, que la poesía de Saint-John Perse es arcaizante. Por el contrario: brota como un agua viva, transparente y tumultuosa pero que acarrea todos los sabores, olores y colores de los profundos senos de los cuales fluye y de las diversas comarcas que su corriente recorre.”
Entre el poema en prosa de Anábasis, en donde se exploran los límites de la épica y la lírica, y los largos versículos de Lluvias, Nieves, Vientos o Mares, la poesía irracionalista y telúrica de Saint-John Perse, deslumbrante y opaca, enigmática y torrencial, está poblada por imágenes visionarias y por una densidad deslumbrante de metáforas y asociaciones libres, por la constante celebración verbal que tiene como eje de referencia la integración del universo y la historia, del tiempo y el espacio, de la eternidad y la naturaleza en una elaborada cosmogonía polifónica donde el futuro se impone al pasado, lo abierto y lo dinámico a lo cerrado y lo quieto, la velocidad de la nueva civilización a la inmovilidad de lo antiguo:
...Impetuosos fueron los vientos sobre la tierra de los hombres -enormes vendavales en acción entre nosotros,
Que entonaban el horror de vivir, y nos cantaban el honor de seguir viviendo, ¡ah!, nos celebraban y nos cantaban en las más altas cúspides del peligro,
Y con las zampoñas de la desdicha nos conducían, hombres nuevos, hasta las más novedosas formas.
La obra de Perse se levanta sobre la afirmación de la realidad, sobre la celebración de la poesía y del hombre, sobre la búsqueda de revelaciones de sentido, porque “la verdadera poesía -añade- es en realidad palabra escuchada; no algo que decimos, sino algo que nos habla.”
Por eso, intentar reducir la poesía inspirada, oracular y visionaria de Saint-John Perse a una etiqueta o caracterizarlo como superrealista es reconocer la insuficiencia crítica en su abordaje, porque su obra funda un universo poético y lingüístico inclasificable, un mundo estético propio que constituye una de las aventuras espirituales y estéticas más admirables de la poesía del siglo XX.
Volvió a Francia en 1957 y en 1960 recibió el Premio Nobel. Ese mismo año publicó Crónica, poema de la vejez, un poema que resume su existencia poética y condensa su visión cosmológica con la fusión de lo terrenal y lo aéreo. Comienza con estas palabras:
Henos aquí, vejez. Frescor del atardecer en las alturas, brisa de altamar sobre todos los umbrales, y al desnudo nuestras frentes por más amplias cuencas…
Desde sus primeros libros hasta los finales Pájaros o Canto para un equinoccio, Perse es un poeta de la celebración del universo y el hombre, de selvas y montañas, mares y desiertos, vientos y lluvias contempladas con la mirada extranjera que se impone en su poesía desde Exilio.
Tradiciones orales y escritas, orientales y occidentales convergen en la formación del mundo poético de Saint-John Perse, en el que se funden la historia y el mito, la leyenda y la profecía, la naturaleza y la historia, los paisajes y las civilizaciones, lo terrestre y lo celeste, la luz y la oscuridad para proponer la reconstrucción de un relato que dé sentido al mundo con su prosa dilatada y sus versículos desbordantes, porque -señalaba en La ciencia poética- “cuando las mitologías se desvanecen, lo sagrado encuentra en la poesía su refugio; y quizá su relevo.”
Jorge Zalamea, uno de los mejores traductores de su poesía al castellano, afirmaba que “es difícil, si no imposible, descubrir las fuentes próximas o remotas de la poesía pérsica. No hay un estilo, ni siquiera un tono en la poesía europea posterior a la Edad Media, que pueda emparentarse al suyo. Es preciso llegar a los grandes textos antiguos: Píndaro, el Libro de los muertos de los egipcios, ciertas crónicas de corte babilónicas, el Antiguo Testamento, Tácito y acaso, más reciente la historia secreta del pueblo mongol, determinados anales chinos y algunas poesías africanas, para encontrar el mismo tono, el mismo ritmo externo e interno del versículo, determinadas y antiquísimas formas gramaticales, la copiosa enumeración censal y catastral y la floración inesperada de la metáfora irremplazable. No se crea, por esto, que la poesía de Saint-John Perse es arcaizante. Por el contrario: brota como un agua viva, transparente y tumultuosa pero que acarrea todos los sabores, olores y colores de los profundos senos de los cuales fluye y de las diversas comarcas que su corriente recorre.”
Entre el poema en prosa de Anábasis, en donde se exploran los límites de la épica y la lírica, y los largos versículos de Lluvias, Nieves, Vientos o Mares, la poesía irracionalista y telúrica de Saint-John Perse, deslumbrante y opaca, enigmática y torrencial, está poblada por imágenes visionarias y por una densidad deslumbrante de metáforas y asociaciones libres, por la constante celebración verbal que tiene como eje de referencia la integración del universo y la historia, del tiempo y el espacio, de la eternidad y la naturaleza en una elaborada cosmogonía polifónica donde el futuro se impone al pasado, lo abierto y lo dinámico a lo cerrado y lo quieto, la velocidad de la nueva civilización a la inmovilidad de lo antiguo:
...Impetuosos fueron los vientos sobre la tierra de los hombres -enormes vendavales en acción entre nosotros,
Que entonaban el horror de vivir, y nos cantaban el honor de seguir viviendo, ¡ah!, nos celebraban y nos cantaban en las más altas cúspides del peligro,
Y con las zampoñas de la desdicha nos conducían, hombres nuevos, hasta las más novedosas formas.
La obra de Perse se levanta sobre la afirmación de la realidad, sobre la celebración de la poesía y del hombre, sobre la búsqueda de revelaciones de sentido, porque “la verdadera poesía -añade- es en realidad palabra escuchada; no algo que decimos, sino algo que nos habla.”
Por eso, intentar reducir la poesía inspirada, oracular y visionaria de Saint-John Perse a una etiqueta o caracterizarlo como superrealista es reconocer la insuficiencia crítica en su abordaje, porque su obra funda un universo poético y lingüístico inclasificable, un mundo estético propio que constituye una de las aventuras espirituales y estéticas más admirables de la poesía del siglo XX.
Santos Domínguez