19/3/21

Trakl. Poesía completa



 Georg Trakl.
Poesía completa.
Traducción y prólogo 
de José Luis Reina Palazón.
Editorial Trotta. Madrid, 2020.

GRODECK 
 
En la tarde resuenan los bosques otoñales 
de armas mortales, las áureas llanuras
y lagos azules, sobre ellos el sol
rueda más lóbrego; abraza la noche 
murientes guerreros; la queja salvaje
de sus bocas destrozadas.
Pero silente se reúne en los prados del valle
roja nube, allí habita un Dios airado
la sangre derramada, frescura lunar;
todos los caminos desembocan en negra putrefacción.
Bajo el áureo ramaje de la noche y las estrellas
oscila la sombra de la hermana por la arboleda silenciosa
al saludar los fantasmas de los héroes, las cabezas sangrantes; 
y suenan suave en el cañar las oscuras flautas del otoño.
¡Oh duelo tan orgulloso! Oh altares de bronce,
a la ardiente llama del espíritu nutre hoy un inmenso dolor, 
los nietos no nacidos.

Ese magnífico texto, que condensa la traumática experiencia de Georg Trakl (Salzburgo, 1887- Cracovia, 1914) en el frente de Grodeck, es el último que escribió y forma parte de la edición de su Poesía completa que publica Trotta, con traducción de José Luis Reina Palazón, que escribe en el prólogo (“La vida breve de Georg Trakl”): “Nada es aditivo ni superfluo en la obra central de Trakl. La forma es severa y grandiosa porque concentra imagen y sonido en una realidad significativa más allá tanto de los datos inmediatos como de un uso simbólico habitual.[...] De ahí que sea el contraste entre belleza sonora y sensitiva y el trágico sentido de su significado lo que deja en el lector la impronta de una autenticidad profunda y espléndida, silenciada hasta entonces, en un mundo extrañamente oculto y evidente.”

Junto a Celan y Rilke, Georg Trakl es uno de los poetas esenciales de la lírica en lengua alemana del siglo XX. Con una producción corta, enmarcada en el primer expresionismo alemán, que como todos los movimientos consistentes no es sólo una corriente estética, sino una forma de entender el mundo, la obra de Trakl es un claro exponente del irracionalismo y de las poéticas contemporáneas que proponen la distorsión onírica y visionaria de la realidad y de la sintaxis. 
 
“El Hölderlin del siglo XX” le ha llamado más de un crítico a Trakl, un poeta que deslumbraba a Wittgenstein, que fue su protector y escribió sobre él: “No llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra.” 
 
Poeta más visionario que hermético, Trakl vivió menos de treinta años, cultivó el malditismo y se enganchó al alcohol y a las drogas, a las que tenía fácil acceso por su profesión de farmacéutico. Publicó su primer libro de poemas en 1913 y, cuando murió en Cracovia en 1914 de una sobredosis de cocaína, tenía en imprenta Sebastián en sueño y estaba al borde de una depresión aguda. Su vida breve y problemática explica, junto con el ambiente de su época, lo extraño de su poesía, enraizada en el simbolismo francés de Baudelaire y Rimbaud y en el Hölderlin más perplejo y enigmático, emparentada con la actitud de prosistas como Kafka y Walser ante el sinsentido del mundo o con Hofmannsthall frente a la crisis del yo y del lenguaje. 
 
Órfica y crepuscular, con paisajes desolados, solitarios y habitados por la nieve y la noche, la de Trakl es una poesía que explora siempre los límites del sentido y de la realidad a través de una palabra que sale del silencio vaciada de sus valores referenciales y pragmáticos para construir la imagen desolada de un mundo en sombras. Como en este alucinado De profundis:
 
Hay un campo de rastrojos donde cae una lluvia negra.
Hay un árbol pardo que está allí solo.
Hay un viento silbante girando entre chozas vacías.
Qué triste es esta tarde.
 
A la vera del caserío
recoge aún la dulce huérfana escasas espigas.
Sus ojos redondos y dorados pacen en el crepúsculo
y su seno anhela al esposo celeste.
 
De vuelta al hogar
encontraron los pastores el dulce cuerpo
podrido en el espino.
 
Una sombra soy yo lejos de oscuras aldeas.
Silencio de Dios
bebí en la fuente del bosque.
 
Frío metal huella mi frente.
Arañas buscan mi corazón.
Hay una luz que se apaga en mi boca.
 
De noche me encontré en un brezal,
erizado de costra y polvo de estrellas.
En los avellanos
sonaron de nuevo ángeles cristalinos.
 
De ahí que, como en Hölderlin, otro poeta lunático, en su poesía sea más importante el proceso poético mismo que el resultado del poema. Un proceso que desemboca en una poesía del fragmento, porque ese era el signo de aquellos tiempos, de búsqueda y disolución del sentido. Una poesía erigida sobre la reiteración verbal y sobre imágenes desconcertantes que revelan a un hombre desconcertado y aluden a un mundo tan incomprensible como la imaginería que intenta no reproducirlo, sino expresarlo. Su visión terminal de un mundo en crisis provocó estas palabras de Rilke: “La poesía de Trakl es un objeto de existencia divina, para mí el más conmovedor de los lamentos ante un mundo imperfecto.”
 
Pocos poetas tan abismales y extraños como él, en quien la poesía es una forma de expiación de la culpa autodestructiva, una respuesta imposible al caos de un mundo opaco ante el que fracasa todo intento de explicación y desciframiento. Con dolorosa lucidez, expresó con sus imágenes nocturnas y lunares la imposibilidad de expresar lo inefable, de comprender lo incomprensible.
 
Adelantado a su tiempo, Trakl fue el autor de una obra tan breve como intensa, cuya influencia ha ido creciendo desde la publicación póstuma de su libro Sebastián en sueño, en 1915. Por eso estas palabras de Oscar Wilde parecen pensadas para él: “Hay dos clases de artistas. Unos traen respuestas y otros preguntas. Hay obras que esperan largo tiempo antes de que se las pueda comprender, pues traen respuestas a preguntas que aún no han sido formuladas.”
 
Hugo Mujica escribió sobre la poesía hiriente y fascinante de Trakl un memorable ensayo, La pasión según Georg Trakl, con párrafos como estos: “Tal como uno de esos pálidos ángeles de mármol que se emplazan sobre los sepulcros, como un pálido mensajero sobre las ruinas del fin de una época, Georg Trakl se alza como el testigo —testigo, partícipe y víctima— de la imposibilidad de nuestro tiempo: encarnar el alma en el mundo. 
Trakl miró la vida y vio la muerte, por eso escribió, para vivir. Para dejarnos lo que fue esa vida: su obra.”
 
Canto del retraído se titula significativamente una de las secciones más conmovedoras de Sebastián en sueño, que tiene como eje este poema:
 
CANTO DEL RETRAÍDO

Todo armonía es el vuelo de las aves. Los verdes bosques
se han reunido en la tarde junto a más tranquilas cabañas;
los cristalinos prados del corzo.
Algo oscuro calma el murmullo del arroyo, las húmedas sombras
y las flores del verano, que tan bello tintinean al viento.
Ya es crepúsculo en la frente del hombre pensativo.
 
Y una lamparita se enciende, la bondad, en su corazón
y la paz de la cena; pues consagrados están el pan y el vino
por las manos de Dios, y te mira desde ojos nocturnos
silente el hermano, que así reposa del camino de espinas.
Oh, morar en el azul de alma de la noche.
 
Amoroso también abraza el silencio en la estancia las sombras de los mayores,
los martirios purpúreos, queja de una gran estirpe
que piadosa ahora acaba en el nieto solitario.
 
Pues más radiante siempre despierta de los negros minutos del delirio
el paciente en el umbral petrificado
y poderosos lo envuelven el frío azul y el declinar luminoso del otoño,
 
la casa silente y las sagas del bosque,
mesura y ley y los caminos lunares de los retraídos.
 
Ese poema es una muestra muy significativa de su obra subyugante en la que el atardecer y el sueño, la melancolía y la noche, la destrucción y la muerte, el silencio y la música y el paisaje de otoño son los motivos insistentes que evidencian, más que un mero interés temático, una modulación espiritual, la grave entonación de una poesía de tonalidades azules y oscuras que, pese a todo, transmiten al lector una rara armonía. A esa misma sección de Sebastián en sueño pertenece este otro poema:
 
CANTO DE UN MIRLO PRISIONERO
Negro aliento en verdes ramas.
Florecillas azules rodean la faz
del solitario, el paso de oro
moribundo bajo el olivo.
Se alza la noche batiendo ebrias alas.
Tan suave sangra la humildad,
rocío que lento gotea del espino florido.
La misericordia de brazos radiantes
abraza un corazón quebrantado.
 
El mirlo que canta en ese y en otros textos de Trakl es padre del que sigue cantando en Zagajewski, que dijo una vez una frase definitiva que se podría aplicar también a esta poesía: “El poeta está vinculado a los muertos.” Como en este estremecedor poema:
 
AL MUCHACHO ELIS
 
Elis, cuando el mirlo en el negro bosque llama,
es tu declinar.
Tus labios beben el frescor de la fuente azul de las rocas.
 
Deja si tu frente sangra suave
antiguas leyendas
y el oscuro sentido del vuelo de las aves.
 
Pero tú entras con tiernos pasos en la noche
que cuelga cargada de uvas purpúreas,
y más bellos mueves los brazos en el azul.
 
Un espino suena,
donde están tus ojos lunares.
Oh, hace tanto tiempo, Elis, que has muerto.
 
Tu cuerpo es un jacinto
en el que un monje hunde los céreos dedos.
Una negra gruta es nuestro silencio
 
de la que sale a veces un manso animal
y deja caer lentos los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea negro rocío,
el último oro de estrellas declinantes.
 
Sigue oyendo el lector en estos poemas la campana que sonaba en los atardeceres de Hölderlin en un paisaje que es el mismo que el de Trakl, mientras lo sobrevuela el mismo ángel terrible que oiría a la orilla del mar Rilke, que escribió que “en la obra de Trakl la caída es excusa para la ascensión imparable”, como recuerda Reina Palazón al final de su prólogo.
Santos Domínguez