El primer paso de la sabiduría es quejarse de todo. El último: conformarse con todo.
Ni negar ni creer.
Como los anteriores, estos dos últimos cuadernos, el muy breve K, con sólo veintiuna anotaciones entre 1793 y 1796, y el L, más amplio, con más de setecientas notas entre 1796 y 1799, reflejan la amplitud de intereses intelectuales de Lichtenberg, uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana, la insaciable curiosidad de su mirada al mundo y su tamaño como intelectual ilustrado.
Durante treinta y cinco años Lichtenberg fue registrando en sus cuadernos cientos de apuntes y borradores con observaciones, microensayos y exabruptos, con ocurrencias y reflexiones. Se publicaron póstumos y parcialmente desde 1801, aunque la primera edición completa no apareció hasta 1971.
Físico experimental, astrónomo y escritor, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) es el prototipo del intelectual ilustrado, del científico humanista y uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana. Fue profesor de Física y Matemáticas en Gotinga, ejerció la sutileza como método e hizo de la realidad el campo de su ilimitada curiosidad.
Con esa amplitud de campo frente a la docta barbarie de los eruditos especializados, fue de la física al teatro, de las matemáticas a la macrobiótica pasando, claro está, por la literatura y la filosofía.
La literatura y la historia, la religión y la filosofía, el cuerpo y el alma, el amor y la muerte, los usos sociales y lingüísticos, la política y la ciencia son algunos de los temas universales que suscitaron la atención siempre lúcida y a menudo irónica de Lichtenberg, de quien dijo Goethe que en donde él gastaba una broma había siempre un problema escondido.
Buscó el aislamiento en todo lo que no fueran relaciones hormonales y negocios afectivos, a los que era tan aficionado como a los amplios intereses en los que proyectó su inacabable curiosidad dispersa.
Aquel “ilustrado imperfecto”, como lo definió Jaime Fernández en el estupendo prólogo del primer volumen, pasó con naturalidad de los experimentos físicos y el valor del dato comprobable a las divagaciones imaginativas, entre el asombro y el escepticismo, entre la comprensión compasiva y la crítica sarcástica.
Asistemático y fragmentario, el pensamiento disperso de Lichtenberg es el resultado de su talante intelectual, volcado en los amplios intereses en los que proyectó su inacabable curiosidad. Y por eso cada una de sus páginas es una invitación a la reflexión crítica ante la naturaleza, las palabras o los comportamientos humanos.
Su racionalidad y su lucidez polígrafa enfocaron todos los aspectos de la realidad, con una punzante agudeza de la que saltan chispazos intuitivos y esas luminosas esquirlas que Juan Villoro admiró en un Lichtenberg al que definió como “reportero de la inteligencia”.
Practicó el arte de no terminar nada, como señaló Enrique Vila-Matas en un texto que reivindicaba a Lichtenberg como cofundador junto a Sterne de la risa contemporánea.
Mucho antes que Vila-Matas lo elogiaron Goethe, Nietzsche, Mann o Canetti, que resumió así su obra: “Que Lichtenberg no quiera redondear nada, que no quiera terminar nada es su felicidad y la nuestra; por eso ha escrito el libro más rico de la literatura universal.”
La profundidad de su ironía crítica, la lucidez afilada de su inteligencia, el escepticismo de su visión recorren también las enjundiosas páginas de este nuevo volumen, donde se leen reflexiones sarcásticas como esta: “El hecho de que en las iglesias se predique no vuelve por eso innecesarios los pararrayos encima de ellas.”
O muestras de humor como estas otras :
“¿Qué tal andas?, preguntó un ciego a un cojo. Ya ve usted, fue la respuesta.”
He vuelto a comer todo lo prohibido, y me encuentro, gracias a Dios, igual de mal que antes (quiero decir que no peor).