Joan Margarit.
Joana.
Fondo de Cultura Económica.
Universidad de Alcalá de Henares.
Madrid, 2020.
“De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una
certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos. Cuán distinta sería la vida
si la muerte fuese a esperar muchos millones de años para podernos encontrar de
nuevo, aunque fuese tan sólo durante unos breves instantes. Pero el abismo que
nos separa es el abismo del nunca más. Los treinta años que hemos vivido juntos
son ahora el único contrapeso y mi tesoro. [...] El mundo sin Joana se parece
al que vivimos juntos, pero no es el mismo. Unas mínimas diferencias me ponen
de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son las familiares.
Me enfrento, pues, al terror más puro, cuando las cosas cotidianas no se
reconocen y se vuelven amenazadoras. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo,
perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra
hija”, escribe Joan Margarit en el prólogo de Joana, el libro de poemas que
escribió durante los últimos ocho meses de la vida de su hija, que murió en
junio de 2001.
Escrito, como explica su autor, “del
10 de octubre de 2000 al 1 de septiembre de 2001”, Joana es un libro de
despedida y de consuelo, una intensa crónica poética del horror y la inocencia,
del dolor del desenlace y de la ausencia, pero también una mirada desolada al
vacío, como en este Final, escrito el 4 de junio de 2001, entre el día
de la muerte y el del entierro:
Tu entierro, en primavera: ése fue
el mensaje final de tu bondad.
Nada mejor en torno a ti que el ruido
de esta ciudad y, enfrente,
la eternidad del mar.
Qué ruda proa Montjuïc: alcanza
tan lejos como quiera el pensamiento.
El furgón va subiendo por caminos de
arena
y tras él van los coches,
que hacen crujir al pie de los
cipreses
la grava en la tranquila plaza de la
mañana.
Siento ya tu sonrisa que atraviesa
los claros pájaros del aire,
ahora que todo vuelve a su principio,
como cuando no estabas.
Ha quedado un olor a flores junto al
muro,
entre verdes oscuros y huidizos.
Las canciones del sol de tu silencio
iluminan el hierro del mañana.
Lo que digo de ti no tiene más
sentido
que la herrumbrosa cerradura
de una puerta que no abre a ningún
sitio.
Porque, como explicó José Carlos
Mainer, “la muerte de Joana marcó en su poesía un antes y un después: una
dimensión nueva de los sucesivos tránsitos familiares ya vividos y, por
supuesto, otra percepción de su propia continuidad en este mundo.”
“El sentimiento que ahora me domina
es el desamparo”, escribía Joan Margarit en el prólogo de este libro que
apareció en 2002 y que ahora, con motivo de la concesión del Premio Cervantes a
su autor, reeditan el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá de
Henares en la Biblioteca Premios Cervantes, con un prólogo -Poesía y verdad- en
el que Luis García Montero explica que “la conciencia del final, la obligación de
acostumbrarse a la ausencia, las nuevas formas de sentir el alma clavada al
suelo marcan un proceso que va de la posibilidad de apurar lo que quedaba de
vida en los momentos del estar muriéndose hasta el vocabulario de un mundo que
nombra una y otra vez a la hija muerta para traerla de nuevo a la vida. Se
escribe desde el desamparo con voluntad de no engañarse, pero con el deseo de
conservar aquello que tiene que ver de forma verdadera con el propio yo y sus
relaciones con el mundo. Ya no se trata solo de recordar, sino de configurar
los modos y la razones del recuerdo para darle una coherencia al significado de
nuestro presente.”
Ese proceso de la enfermedad terminal
que conduce al desamparo por la ausencia es el centro de este poema:
LA
ESPERA
Muchas cosas te están echando en
falta.
Cada día se llena de momentos que
esperan
esas pequeñas manos
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbrarnos a tu
ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también tendrá que
acostumbrarse.
Durante mucho tiempo todavía,
la calle esperará ante nuestra
puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o
cielo azul,
organizando ya la soledad.
Santos Domínguez