14/10/20

El amanecer podrido

 

Luis Martín Santos. Juan Benet. 
El amanecer podrido. 
Edición, prefacio y notas de Mauricio Jalón. 
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020. 

Él lo miraba siempre todo con unos ojos excesivamente apagados y se iba encorvando cada día. Aquella tarde, debió de adivinarlo como un predestinado. Los titiriteros rifaban, una y otra vez, nuevas pequeñas sillas de mimbre a los aldeanos. Se iban ya aquella misma noche. Para la primera silla las papeletas habían valido un real. Yo había comprado una, quedándome con un confuso remordimiento, porque no sabía qué había de hacer con la sillita, si me llegara a corresponder. Así que deseaba casi que no me tocara. 

Así comienza “Lo miraba siempre todo”, el extenso relato autobiográfico de Luis Martín Santos, inédito hasta ahora, que abre el volumen El amanecer podrido, en el que se reúnen los textos escritos por él y por Juan Benet entre 1948 y 1951, un “ejercicio literario a dos voces”, tal como lo define Mauricio Jalón en la edición anotada que publica Galaxia Gutenberg. 

“Entre los papeles inéditos de Luis Martín-Santos y de Juan Benet figura un nutrido grupo de relatos breves, ya reunidos por ambos autores bajo el título El amanecer podrido. Escritos a máquina, y con numerosas correcciones a mano, no están fechados –aunque sabemos que fueron redactados entre 1948 y 1951– y por ende no se conoce hoy con precisión el momento exacto ni el orden en que fueron escritos, aunque se publicaron dos de ellos, uno por cada autor, en 1950, un momento crucial en sus vidas. 

Podemos ver aquí los curiosos preludios de un par de escritores en ciernes. Son «pruebas de escritura» hechas paralelamente, y fueron corregidas varias veces por ellos. Resulta significativo de su confianza mutua, y de su valor testimonial, el hecho de que sus familias tengan cada una copia de estos documentos desde hace seis décadas”, escribe Mauricio Jalón en el Prefacio de la edición de este El amanecer podrido, que reúne sesenta y siete relatos escritos por Luis Martín Santos y por Juan Benet, solos o en compañía. 

En esos años cruciales, en 1949 exactamente, ambientaban Martín Santos su Tiempo de silencio y Juan Benet su Otoño en Madrid hacia 1950

A petición de Leandro Martín Santos, hermano del ya fallecido Luis, Juan Benet fue identificando en 1964 la autoría de esos textos. Pudo atribuirse la composición de diez de ellos y reconocer la de Luis Martín Santos en otros cuarenta y uno. Los dieciséis restantes son de atribución dudosa o de escritura compartida, por lo que Benet renunció a adjudicarlos a uno o a otro. 

Y es que, como señala Jalón, “en El amanecer podrido resulta imposible identificar con seguridad, en bastantes casos, a cada uno de los dos escritores. Poco o nada se deduce de las lecturas, luego, hechas por sus amigos. En cierta medida fueron cuentos tocados a cuatro manos, pero desconocemos cómo se elaboraron realmente. Muchas veces parece adivinarse más el ingenio de uno ellos, aunque sólo se ha querido sugerirlo en las notas.” 

Muy heterogéneos en carácter, enfoque y temas, el editor ha intentado vertebrar el conjunto en torno a una articulación temática y para ello los ha organizado en siete apartados que responden a siete temas predominantes en un conjunto que abren dos cuentos, “Lo miraba siempre todo”, de Luis Martín Santos, sin duda uno de los mejores del libro, y “La sopera”, de Juan Benet. 

Esos dos relatos son el pórtico de un conjunto en el que, como esos dos cuentos iniciales, alternan no sólo dos voces narrativas distintas, sino dos formas de mirar, entre la realista y la imaginativa, que auguran las posteriores discrepancias literarias entre los dos narradores, que pasaron de la complicidad personal y las lecturas compartidas de estos años a un distanciamiento progresivo tras la publicación de sus primeros libros, Tiempo de silencio y Nunca llegarás a nada.  

En los casi setenta cuentos de El amanecer podrido, elaborados con distintas perspectivas narrativas coexisten lo extraño y lo cotidiano, las ceremonias fúnebres y las aventuras amorosas, la experiencia del fracaso y el deseo, las carnalidades rijosas y las relaciones sombrías, los temores y las bromas, las burlas y las obsesiones, las transgresiones y las monstruosidades, el humor y la fantasía, los sueños y las visiones, el erotismo y la muerte, la infancia y el desarreglo físico. 

Dentro de esa selva literaria hay relatos en los que se ya percibe la altura literaria de los dos jóvenes narradores, como en “Yo y el campo”, de Luis Martín Santos, o en “El vértigo de la ciudad en noviembre”, de Juan Benet. 

Cierra el volumen el apartado Papeles cruzados, con las cartas abiertas sobre el bajorrealismo que reivindicaban ambos en 1950, una tendencia a la que pertenecería una buena parte de los cuentos de El amanecer podrido, y que definían en estos términos en una de esas cartas: “lo bajorreal es un hecho instantáneo que aparece siempre debajo de la realidad fluyente. Lo que en cada momento es constante y cerrado y bajo. De ahí viene su nombre”; el muy conocido “Luis Martín Santos, un memento”, que Juan Benet incorporó a su estupendo Otoño en Madrid hacia 1950, y finalmente cinco cartas, entre las cuales destaca una, inédita hasta ahora, de Juan Benet a Leandro Martín Santos. 

Escrita el último día de mayo de 1964, unos meses después de la muerte de su hermano Luis, en esa carta Juan Benet se muestra reticente a publicar este conjunto que ahora ve la luz en esta cuidada edición cuyas anotaciones iluminan la ya poderosa escritura de dos autores entonces aún incipientes, pero decisivos en la modernización de la narrativa española en la segunda mitad del siglo XX, como explica Mauricio Jalón: “Por encima de cualquier vacilación, los dos amigos son hoy clásicos de la literatura española del siglo XX, de la novelística y del relato, también de su creativo pensamiento informal. Y tales ejercicios primeros e incompletos, pero maduros en sus percepciones y maliciosos en líneas generales, guardan un empuje que permite ver mejor el pasado desde ángulos culturales propios. Sus inicios literarios, que son disgregativos, titubeantes y movedizos, dejan entrever a veces misteriosamente algunos caminos de la creación posterior.” 

 Santos Domínguez