1/2/19

Hijos de la piedra



Guillermo Fernández Rojano.
Hijos de la piedra.
Devenir. Madrid, 2018.


Idea dinámica de Dilthey, 
de la fuerza creadora, 
juego universal, 
inocencia del devenir, 
poder de transformación, 
sinrazón sumida en lo insondable, 
más poderosa que la razón reconstruida. 
Sed, 
si somos infinito, 
si somos el Espacio, 
donde el mundo emerge, 
¿para qué tanta búsqueda 
y vencimiento? 
Si la polilla ha entrado en la fibra 
y ha devanado el porvenir, 
si no se mueve la hoja 
porque se traslada a la velocidad del vacío, 
si nunca hemos tocado nada, 
si nunca nos hemos tocado.

Con ese poema, Arranca desde el vientre, abre Guillermo Fernández Rojano su Hijos de la piedra, el libro de título hernandiano con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández Comunidad Valenciana 2018. 

Un libro en el que conviven el verso y la prosa, la realidad y la imaginación en la palabra del visionario que explora los límites del lenguaje y del poeta atento a la realidad y a su función testimonial y crítica.

Hay en Hijos de la piedra una honda reflexión sobre el mundo, sobre el lenguaje y sobre la escritura que se sustancia en textos elípticos, de estructuras sincopadas e imágenes herméticas o en poemas de tono más narrativo, como este espléndido Huerto:

Para ahuyentar a las lavanderas, los agricultores hincan astas de madera bordeando el bancal. En sus extremos afilados ajustan botellas de plástico de vivos colores. 

Las lavanderas entran castañeando el pico, 
imitan a los batanes del río 
y extraen la raíz de lo que está siendo soñado 
en el lugar más oscuro de la casa. 

Noche cualquiera, 
un aire envuelve a los árboles y arroja la luz de sus ramas. 

Los murciélagos asedian las farolas. 

Cada vez hay menos luz en el mundo 
y más muertos rodando hacia la superficie.

Pese a su tono aparentemente discursivo, poemas como ese revelan al lector una nueva perspectiva de la realidad con la propuesta de su mirada extrañada. Una mirada que ofrece lo que siempre hay que pedirle al poeta verdadero: que renuncie al exhibicionismo sentimental y a la sobreexposición del yo, a la pobreza expresiva y a la comodidad conversacional que disimula sus prosaicas carencias bajo el disfraz de lo humilde, para explorar desde la ambición literaria y la exigencia autocrítica el enigma de la realidad, las fronteras del conocimiento y los límites del lenguaje.

Para, como escribe en Visión nueva:

Sobrevivir a quien nos esconde la realidad, 
al que dice “yo soy” y no sabe 
que lo que vive en el sopor de la vigilia 
es lo que cierra para siempre la noche.

Versos como estos justifican la labor de un poeta y la admiración del lector.

Santos Domínguez