Carlos Barral.
Metropolitano.
Edición de Juan José Rastrollo.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2019.
Penetraré la cueva
de bisonte y raíl riguroso
la piedra decimal que nunca
conoce.
Soy urgente
y frágil, de alabastro.
Iré.
Iré al angosto
pasadizo sin dolor que habitan
y por la larga espalda de las sombras
sobre un viento de vidrio.
Con esos versos comienza Un lugar desafecto, el primero de los ocho cantos en los que se organiza Metropolitano, un poema largo y abstracto, de trabajada composición y brillo metálico, que Carlos Barral publicó en 1957.
De ese su primer libro, que se atiene a la tradición contemporánea de poemas largos como La tierra baldía, Cuatro cuartetos, El cementerio marino o Espacio, afirmó el propio Barral que está escrito “con un grado de conciencia profesional absoluto.”
Barral había publicado en 1953 un famoso artículo en la revista Laye titulado 'Poesía no es comunicación', en el que defendía el carácter minoritario de la poesía. Y en línea con esa concepción poética, Metropolitano es un poema-río hermético y difícil que se aparta de la poesía social de la época y conecta con lo mejor de la tradición extranjera. Es una excepción en el panorama poético español de los años 50 y hasta de la propia obra barraliana, que se haría luego menos oscura, más conversacional y narrativa a partir de Diecinueve figuras de mi historia civil.
Más de sesenta años después de su primera edición, Cátedra Letras Hispánicas, que tenía desde 1996 en su catálogo el Diario de Metropolitano, que reflejaba su proceso de escritura, publica ahora el texto de este poema capital con edición de Juan José Rastrollo, que lo define en su extenso estudio introductorio como “un hito en la creación literaria de los años cincuenta; tanto por el hermetismo, el entroncamiento con la tradición poética internacional y la dificultad del poema como por la novedad de sus temas y el tratamiento desacostumbrado del lenguaje poético” para añadir que “Metropolitano es el poema programático que funda la lengua poética de Barral, ya que en él se conforma su mundo discursivo, un énfasis estilístico muy buscado y, en definitiva, el particular léxico del autor. Barral, como un escultor de la palabra, elabora con Metropolitano el paradigma de un poema pétreo, frío y escultórico que resistirá a la usura del tiempo.”
A partir de una metáfora que relaciona la boca del Metro con la entrada de las cuevas prehistóricas desde los dos primeros versos (bisonte y raíl) e iguala la angustia contemporánea con el desamparo del hombre de las cavernas, Metropolitano refleja la complejidad del mundo contemporáneo ajeno a la naturaleza y la imagen de la ciudad inhóspita como metáfora del caos, como ámbito de la congoja ante un mundo ininteligible, como marco de las relaciones sociales complejas en una sociedad conflictiva.
La ruptura con la tradición y la rebeldía expresiva de Metropolitano explican tanto el estupor o el rechazo con que fue recibido el libro por la crítica y los lectores como su aprecio por poetas de promociones posteriores. Porque frente a ese silencio inmediato con que fue rechazado o ignorado, Metropolitano ha ido creciendo en influencia y lectores.
Hay en estos “lentos poemas de hierro”, como los definió Barral, una variedad de tonos que confluyen en un mismo centro a partir de diversas voces que el poeta explicó así en las anotaciones que incluyó en 1966 cuando reunió su obra poética en Figuración y fuga: “Los distintos monólogos dramáticos, cada una de las partes bajo título que componen el poema, se insertan en una unidad de situación, de lugar y de tiempo, pero no de personaje.”
En esas anotaciones, que se recogen en uno de los apéndices de esta edición, daba Barral estas “sumarias indicaciones” para leer las ocho secciones de Metropolitano:
“En un lugar desafecto alude a la contrastada densidad de percepción entre el subterráneo y el mundo a la intemperie, en Timbre se parte de una llamada telefónica, en Portillo automático parte de las sensaciones se refieren a una inmersión en el mar, en Puente una de las voces es la de una mujer, en Mendigo al pie de un cartel hablan el lisiado y la hoja de periódico sobre la que las monedas caen, en Torre en medio cuyas primeras imágenes se refieren a la llegada por el aire a una ciudad, se narra una aventura venal en esa ciudad desconocida. En Ciudad mental el paisaje es el de una ciudad destruida a la que se llega y de la que se sale por los subterráneos. En Entretiempos se vuelve al paisaje subterráneo.”
En otro apéndice se reproduce el artículo que Jaime Gil de Biedma publicó en Ínsula en 1958. Se titula ‘Metropolitano. La visión poética de Carlos Barral’ y es, además de uno de los pocos textos sobre un libro al que rodeó el enorme silencio de la incomprensión y la pereza crítica, un análisis esclarecedor de algunas de las claves de lectura de este poema mayor de su autor y de la poesía española contemporánea, “una obra excelente -escribía Gil de Biedma-, de una complejidad de motivaciones, de una riqueza en recursos y variedad de tonos bastante desusadas entre nosotros.”
“Lírico, circular y meditativo” son los tres adjetivos con los que define Juan José Rastrollo en su introducción este poema sostenido en la incomunicación y la soledad del hombre contemporáneo, un Orfeo urbano que desciende a un inframundo nocturno y apocalíptico para tomar conciencia del tiempo y de la identidad propia en medio del vacío, para indagar en la relación con los demás, con la naturaleza y con los objetos o explorar el sentido sagrado de las palabras en un mundo donde
Un tallo con espinas
urge en la atmósfera, penetra
las actitudes familiares. Y antesque preguntemos, mucho antes
que el último silencio se destruya,
un viento de rumores
entra por los resquicios, restituye
su selvática forma a la memoria.
Santos Domínguez