Federico García Lorca.
Poeta en Nueva York
Nueve meses en Manhattan (1929-1930)
Ilustraciones de Fernando Vicente.
Introducción de Luis Alberto de Cuenca.
Edición de María Robledano y Jesús Egido.
Reino de Cordelia. Madrid, 2017.
Nueve meses en Manhattan (1929-1930) es el subtítulo de la espectacular edición ilustrada de Poeta en Nueva York que publica Reino de Cordelia en su colección Los versos de Cordelia.
Con espléndidas ilustraciones de Fernando Vicente, el volumen se abre con una introducción en la que Luis Alberto de Cuenca destaca que “Poeta en Nueva York es, tal vez, la obra más poderosa de la poesía española del siglo XX, la más comprometida con su tiempo, la más rica en metáforas y en matices estilísticos.”
Pero por una lamentable paradoja, Poeta en Nueva York es a la vez la obra mayor de García Lorca y el libro que tiene la historia textual más complicada de la literatura española contemporánea.
Escrito entre 1929 y 1930 durante el viaje de Lorca a Nueva York y Cuba, el poeta lo dio a conocer parcialmente en recitales y conferencias, se refirió a él en muchas entrevistas, lo corrigió insistentemente durante seis años, le cambió el título y pensó llamarlo –luego lo descartaría- Introducción a la muerte por sugerencia de Neruda, exageró sobre su tamaño y prometió trescientos poemas, desvinculó parte del material para integrarlo en otro proyecto que quería titular Tierra y luna, cambió la disposición de los textos, modificó el título de algunos poemas, dudó hasta última hora sobre su estructura y sobre los textos que incorporaría Poeta en Nueva York.
Aunque poco importa al lector que haya dos secciones más o menos, que los poemas figuren en una o en otra, o que no haya secciones. Lo fundamental es que algunos de los textos de Poeta en Nueva York –El rey de Harlem, Norma y paraíso de los negros, Paisaje de la multitud que vomita, Poema doble del lago Eden, New York (Oficina y denuncia), Luna y panorama de los insectos, Grito hacia Roma, Oda a Walt Whitman, Pequeño vals vienés o Son de negros en Cuba- forman parte imprescindible de la poesía universal del siglo XX.
Además de las ilustraciones, esta edición tiene la particularidad de que, junto con los poemas, reproduce, más como contrapunto que como notas aclaratorias, las cartas que Lorca enviaba a su familia. Lo explican así los editores, María Robledano y Jesús Egido en su texto ‘El otro Lorca’:
“Sabemos con bastante aproximación qué hacía García Lorca mientras componía casi todos los versos de Poeta en Nueva York, momentos de su vida privada, generalmente bucólicos y frívolos, que poco tienen que ver con la rotunda intensidad del poemario, surgido de los rincones más oscuros y secretos del ánimo. El propósito de esta edición, Poeta en Nueva York. Nueve meses en Manhattan (1929-1930) es mostrar esa doble realidad.”
En las cartas a su familia, el poeta elude el reflejo de su problemática situación personal y sentimental, entre junio de 1929 y marzo de 1930. En ese contraste entre la alegría que quiere transmitir en las cartas y el tono trágico de los poemas inciden las ilustraciones de Fernando Vicente, que ha sabido captar el espíritu del libro, esa escisión trágica entre el poeta y sus máscaras, con el telón de fondo de la gran ciudad y sus claroscuros de color y blanco y negro, de civilización y muerte.
Gabriel García Márquez.
Cien años de soledad.
Edición conmemorativa del cincuentenario.
Ilustraciones de Luisa Rivera
Literatura Random House. Madrid, 2017.
El 30 de mayo de 1967 salía de la imprenta el primer ejemplar de Cien años de soledad. ese milagro definitivo que apareció en 1967 en Sudamericana con la inolvidable portada del galeón español varado en medio de la selva.
Para celebrar el medio siglo de los Buendía y de Melquíades en el reino de Macondo, Literatura Random House publica una memorable edición conmemorativa con espléndidas ilustraciones de Luisa Rivera, que capta en ellas, con su aire naif, el espíritu del realismo mágico que atraviesa la novela.
Una nueva invitación a volver a esa novela total, a ese inabarcable territorio de la imaginación que llamamos Macondo, la ciudad de los espejos, a la felicidad de su valor poético y sus adjetivos fulgurantes, a sus inolvidables imágenes y sus personajes extremados y frágiles, al fervor por la palabra que explora el lado más luminoso de la realidad, a su tiempo circular de espejos y espejismos y a descifrar, como Aureliano Babilonia, los pergaminos en sánscrito en los que Melquiades profetizaba la destrucción de Macondo y el final de las siete generaciones de Buendías, “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”
El fotógrafo Juan Rulfo.
Fundación Juan Rulfo. Editorial RM.
México-Barcelona, 2017.
Como otra aportación bibliográfica al centenario de Juan Rulfo, la Fundación Juan Rulfo y la Editorial RM publican un volumen espectacular que incluye decenas de fotografías que Juan Rulfo -el mejor fotógrafo de América Latina, según Susan Sontag- hizo durante décadas y varios ensayos sobre este aspecto de la creación artística de Juan Rulfo.
El lector que observe estas fotografías recordará inevitablemente el mundo literario de Pedro Páramo, de El Llano en llamas o de El gallo de oro, los tres títulos de su obra narrativa, en la que la mirada tiene una importancia fundamental.
Pero, como señala Jorge Zepeda en uno de los ensayos que acompañan este libro, hay que deslindar la faceta del Rulfo escritor y la del fotógrafo, porque su obra gráfica no es un simple complemento de su obra literaria.
La fotografía, a la que dedicó muchas horas, no fue en Rulfo una actividad artística secundaria ni un ejercicio subordinado a su literatura, como se puede ver en la parte central del libro, que contiene una gran cantidad de imágenes de muy distintas temáticas.
Hay paisajes ásperos y secarrales desiertos, ruinas y calles abandonadas, pero también escenas urbanas, arquitectura prehispanica y colonial, ferrocarriles, fotografías de rodajes de películas y de actores como Pedro Armendáriz o María Félix.
En los artículos que contiene el libro, además del deslinde ya aludido de Jorge Zepeda, Andrew Dempsey aborda el reflejo de la acción del tiempo en la naturaleza y estudia su vinculación con la pintura de Constable y con la obra del pintor mexicano José María Velasco.
Víctor Jiménez destaca las correspondencias entre las fotografías de Rulfo y las de Paul Strand y finalmente una cronología de Paulina Millán resume la trayectoria de Rulfo como fotógrafo.
Ella Berthoud, Susan Elderkin.
Manual de remedios literarios.
Traducción de Clara Ministral.
Siruela. Madrid, 2017.
“Nuestros medicamentos no son cosas que vayas a encontrar en la farmacia, sino en las librerías, las bibliotecas o descargándotelas con tu lector de libros electrónicos. Somos biblioterapeutas y las herramientas de nuestro oficio son los libros. Nuestra botica contiene bálsamos beckettianos, torniquetes tolstoianos, los calmantes de Calvino y las purgas de Proust y Perec. Para crearla, hemos recorrido dos mil años de literatura en busca de las mentes más brillantes y las lecturas más reconstituyentes, desde Apuleyo y El asno de oro, del siglo II, hasta los tónicos contemporáneos de Jonathan Franzen y Haruki Murakami”, escriben Ella Berthoud y Susan Elderkin en la introducción del magnífico Manual de remedios literarios que publica Siruela con traducción de Clara Ministral.
Subtitulado Cómo curarnos con libros, es un divertido tratado de biblioterapia, un manual de medicina atípico que contiene múltiples prescripciones de novelas para el alivio o la curación de distintas dolencias físicas y emocionales: Yo, Claudio para tratar la soledad; Las olas de Virginia Woolf y El corazón es un cazador solitario para bajar la tensión; La insoportable levedad del ser para la depresión; Anna Karenina para el dolor de muelas; Aquí nos vemos para sobrellevar el luto; Sostiene Pereira para la obesidad; La subasta del lote 49 para la paranoia o el Libro del desasosiego para el insomnio.
Son algunos ejemplos de un nutrido repertorio de novelas que se recomiendan por su función terapéutica ante diversos males. Y además, diversas listas: las 10 mejores novelas para quedarse en la cama; otras 10 para curar la xenofobia; las 10 más recomendables para leer en el hospital
Construido a base de entradas ordenadas alfabéticamente de la A a la Z y rematado con dos índices, uno de entradas y otro de obras citadas, este Manual de remedios literarios es también un peculiar e ingenioso tratado de literatura enfocado desde una perspectiva inusual, pero inteligente y muy interesante.
“Sea cual sea tu dolencia – escriben las autoras-, nuestras recetas son muy sencillas: una novela (o dos) que deberás leer a intervalos regulares. Algunos tratamientos te curarán por completo. Otros simplemente te ofrecerán consuelo, mostrándote que no estás solo. Todos ellos calmarán temporalmente tus síntomas, debido al poder de la literatura para distraernos y transportarnos. A veces es mejor administrar el remedio en forma de audiolibro, o leído en voz alta con un amigo. Como con cualquier medicamento, para obtener los mejores resultados es recomendable seguir el tratamiento hasta el final.”
Antoni Guiral.
Con la colaboración de Lluís Giralt.
100 años de TBO.
Ediciones B. Barcelona, 2017.
La revista que dio nombre a los tebeos es el subtítulo de un espléndido volumen que resume la historia del TBO, cuyo primer número aparecía en marzo de 1917.
Para conmemorar el centenario del TBO, la revista infantil semanal que acabaría designando genéricamente en español las historietas gráficas, los tebeos, Ediciones B publica un volumen espléndidamente editado, que ofrece un recorrido por sus series más representativas, por su evolución histórica y por los dibujantes y guionistas que mantuvieron esta publicación durante décadas. 100 años de TBO es el título de este volumen que, con la colaboración de Lluís Giralt, ha realizado Antoni Guiral.
Su nombre era, como explicaba su exdirector Alberto Viña, “una ingeniosidad que consigue con sólo tres letras hacer una frase festiva -te veo- con falta de ortografía incluida para lograr el efecto deseado.”
El volumen se organiza en dos partes: una primera dedicada a su evolución histórica en cinco capítulos que abordan su evolución a lo largo de cinco etapas en las que aparecieron y se desarrollaron series que acabarían constituyendo las señas de identidad de la revista: La familia Ulises, Los grandes inventos de TBO, El profesor Franz de Copenhague, Josechu el Vasco, Eustaquio Morcillón y Babali, Melitón Pérez o Altamiro de la Cueva.
La segunda parte está dedicada a resumir la trayectoria de treinta de sus creadores más significativos: dibujantes y guionistas como Coll, Sabatés, Urda, Benejam, Jofré, Opisso, Massana, Bernet Toledano o Muntañola.
Tan generosamente ilustrado que puede entenderse también como una antología del TBO, ofrece una recopilación muy completa de una publicación emblemática en el panorama de la historieta en España entre 1917 y 1998.
Nikolái Gógol.
Las almas muertas.
Ilustraciones de Alberto Gamón.
Traducción de Marta Rebón.
Notas de Ferran Mateo.
Nórdica. Madrid, 2017.
Para celebrar los 100 números de su colección Ilustrados, Nórdica publica una estupenda edición conmemorativa de Las almas muertas, una novela que cumple este año 175 años.
Esa novela seminal, que Gógol subtituló Poema, apareció en 1842 para inaugurar la modernidad literaria en Rusia con una nueva mirada a los personajes y una manera innovadora de enfocar la realidad.
Con esas novedades en las descripciones de paisajes o en la caracterizació de los personajes, Las almas muertas se convierte en la primera gran novela rusa del siglo XIX, un siglo prolífico en grandes novelas de Dostoievski o Tolstói.
Protagonizada por el opaco Pável Chíchikov, un terrateniente venido a menos que se dedica a comprar fantasmas, centenares de almas muertas: los nombres de los siervos desaparecidos desde el último censo para obtener a cambio una serie de beneficios en el tiempo que transcurra hasta la actualización del registro.
Nabokov la entendió en su Curso de literatura rusa como el reflejo de las pesadillas de Gógol más que como un testimonio de aquella Rusia zarista de siervos y miseria, aunque reconoce que en aquella época “una amplia mayoría de la nación rusa vivía a la intemperie, bajo un velo de lenta nieve, al otro lado de los ambarinos ventanales.” Rusia era entonces –añadía Nabokov- “un país famoso por sus desdichas, famoso por la miseria de sus innumerables vidas humildes.”
Y en ese contexto inevitablemente hay que situar esta novela, poblada por un enjambre de personajes que a veces no son más que caricaturas grotescas, pero otras son creaciones inolvidables, el brillante resultado de caracterizaciones individuales y de unos diálogos ágiles que perfilan las figuras de los terratenientes Nozdriov, excéntrico y juerguista; Sobakévic, voluminoso, lírico y glotón; el avaro Pliushkin y Manílov el sentimental; la del cochero Selifán, mentiroso compulsivo y borracho, o la de la señora Koróbochka, codiciosa viuda de un terrateniente.
Todo ese despliegue narrativo nos llega ahora refrescado y actualizado en esta nueva traducción de Marta Rebón e iluminado por las abundantes ilustraciones de Alberto Gamón, tan espléndidas como la de la portada, y por las oportunas notas de Ferran Mateo.
Escrita con distancia, desde fuera de Rusia, con ironía crítica y con la tendencia a lo grotesco que aparece también en los relatos de Gógol, Las almas muertas es, además de un monumento narrativo, un fresco imborrable de aquella Rusia zarista, llena de nieve y de pobreza, que está en el fondo de toda la gran novela rusa del XIX.
Pero es también que, por encima de esas circunstancias espaciales y temporales, históricas o sociales, sigue hablando de la condición humana.
Por algo es un clásico.
Santos Domínguez