John Donne.
Sonetos y Canciones.
Poesía erótica.
Edición bilingüe.
Traducción de José Luis Rivas.
Vaso Roto Esenciales. Madrid, 2015.
Ve y coge al vuelo una estrella fugaz,
fecunda la raíz de mandrágora,
cuéntame dónde están los años idos
o quién le hendió la pezuña al Diablo.
Enséñame a escuchar canciones de sirenas,
a esquivar la punzada de la envidia
y a descubrir
cuál es el viento
que propicia el avance de una persona recta.
Así comienza, en la espléndida traducción de José Luis Rivas, una de las canciones de John Donne que publica Vaso Roto Esenciales.
Una edición bilingüe de Sonetos y Canciones unidos por la temática amorosa representativa de un poeta de asombrosa modernidad que, en palabras de Jordi Doce en su presentación, “concibe el poema como un proceso reflexivo que se vale de toda clase de estímulos y referencias en su afán de desplegarse; el poema no glosa ideas preestablecidas ni extrae corolarios morales y sentimentales en una secuencia jerarquizada, /…/ sino que amalgama en un todo inextricable los impulsos de la percepción, el pensamiento y la imaginación.”
Coetáneo de Shakespeare y de Quevedo, con cuya poesía guarda más de una semejanza de tema y de estilo y afinidades de concepto y de lenguaje, John Donne es el mejor representante de la poesía metafísica inglesa del siglo XVII..
Rehabilitada a comienzos del siglo XX por T. S. Eliot, lo característico de la poesía metafísica no es su temática filosófica, sino la integración de sentimiento y pensamiento, de pasión y razón. Una suma que encuentra su cauce muchas veces, como en Quevedo, en la poesía de contenido amoroso, y que como en Quevedo refleja una mezcla muy barroca de lo idealizado y lo grotesco, de lo alto y lo bajo en una técnica de contrastes y claroscuros que está muy lejos ya de sus precedentes petrarquistas y que desorientan al lector desprevenido.
Porque si el desgarrón afectivo se produce en el poeta español entre sus poemas serios y su poesía burlesca, en John Donne el contraste ocurre en el mismo texto, ante el giro inesperado que toma un texto que se iniciaba como hemos visto y que sigue así hasta su final:
Si tienes el don de las visiones singulares
y de las cosas invisibles,
cabalga diez mil días con sus noches,
hasta que la vejez blanquee tus cabellos.
Me contarás, a tu regreso, todos
los extraños sucesos de que fuiste testigo,
y has de jurar
que en parte alguna
vive moza que sea fiel y bella.
Si das con una, avísame.
Dulce sería tal peregrinaje:
mas no, yo no lo haría,
aunque el encuentro fuera
en la casa de al lado, pues si aún era fiel
cuando tú la encontraste, y al redactar la carta,
ella será
infiel a dos, o tres,
antes de que yo acuda.
Ironía y desengaño recorren estos textos en los que se conjugan la intensidad emocional y la densidad intelectual y se funden la sensación y el pensamiento para crear esa forma peculiar de imagen que es el concepto metafísico barroco.
La fuerza expresiva, la complejidad verbal y la musicalidad de los textos originales plantean una exigencia especial a la difícil traducción de esta poesía y hacen particularmente meritoria una versión como la de José Luis Rivas, tan brillante como la de estos versos que cierran La paradoja, un poema de tono muy distinto a la canción desengañada que veíamos antes:
Yo tuve un amor, muerto fui
y ahora soy mi tumba y mi epitafio.
Aquí dicen su última palabra los difuntos,
y yo también:
“Aquí descansa aquel a quien Amor mató.”
Santos Domínguez