12/11/15

Kathleen Raine. Utilidad de la belleza


Kathleen Raine.
Utilidad de la belleza.
Traducción de Natalia Carbajosa.
Vaso Roto Cardinales. Madrid, 2015.

¿Qué es lo que le pedimos a la poesía hoy? Tal vez me equivoque respecto a lo que le pedimos exactamente, pero creo que no me equivoco si concluyo que el momento actual no le pide -ni recibe- lo suficiente. Mucha poesía publicada no parece marcarse ningún objetivo más allá de la descripción, a veces agradable, pero con la misma frecuencia desagradable, de cosas vistas o sentidas. Dudo que se aprenda algo de tales descripciones o de la expresión individual de estados subjetivos tal como se reflejan en tanta poesía contemporánea. Por el contrario, lejos de expandir nuestra conciencia, para comprender dichos estados a menudo hemos tenido que empequeñecernos, igual que Alicia, antes de penetrar en esa reducidas estancias que se nos abren. Tal vez el poeta gane algo al artícular y objetivar su neurosis (aunque dudo que esa sea la cura de almas que pretende ser), pero no alcanzo a comprender qué puede esperar el lector como ganancia.

Así comienza Utilidad de la belleza, el ensayo de la poeta y ensayista inglesa Kathleen Raine (1908-2003) que da título al conjunto de tres textos -Sobre el símbolo y Sobre la mitología son los otros dos- que Vaso Roto publica en su colección Cardinales con traducción de Natalia Carbajosa.

Un conjunto que reivindica la poesía de alto vuelo órfico y ambición visionaria que ha dado lugar a la poesía europea más potente, de Dante a Shelley o de Milton a Blake, sobre cuya obra escribió Kathleen Raine Ocho ensayos sobre William Blake, las páginas más esclarecedoras, publicadas no hace mucho por Atalanta.

Frente a las teorías positivistas y materialistas de la poesía, Raine reivindica la fuerza del símbolo y del discurso simbólico como cauce expresivo de un arte imaginativo que enlaza con la tradición de las epifanías y las revelaciones del poeta inspirado. 

Frente a una poesía rebajada a la expresión de emociones personales, anclada en temas triviales y limitada a la descripción directa de realidades palpables, hay en estos tres ensayos una defensa de la metáfora como método de conocimiento de la naturaleza profunda de las cosas, la visión interior de la realidad exterior de la poesía imaginativa y simbólica:

Para aquellos que están familiarizados con el lenguaje universal del discurso simbólico, es evidente de inmediato si un poeta (cuando escribe sobre mar o río, viento o jardín o cueva o pájaro) emplea esos términos como palabras tomadas del lenguaje universal, o de modo personal e imaginativamente ignorante; quienes conocen el lenguaje secreto lo reconocen enseguida o detectan su ausencia; mientras que, por el contrario, quienes no lo conocen puede que lean incluso la “Oda al viento de poniente” de Shelley bajo la impresión de que sus imágenes son meras descripciones de apariencias naturales; para ellos no existe diferencia de ninguna clase entre Shelley y Swinburne.

En esa reivindicación de la poesía numinosa, de la imaginación creadora basada en el símbolo y en la analogía, frente a la literalidad de lo que Raine llama el discurso cuantitativo del materialismo naturalista y del realismo, el mito ocupa un lugar fundamental.

Es una manifestación de ese arte imaginativo e intemporal, de la función reveladora del símbolo y el arquetipo frente a la razón discursiva del positivismo. Por eso afirma Kathleen Raine: dentro de las figuras poéticas, el mito es la más completa.

Y tras la reivindicación de la belleza como valor poético, pese a su descrédito en el realismo -Esta es al menos en parte la verdad inmemorial que subyace en “La belleza es verdad, la verdad belleza” de Keats. Los realistas que sostienen lo contrario: que la belleza es falsa porque no se corresponde con las imperfecciones de la realidad privan a la poesía de toda función, al tiempo que hacen de la realidad una prisión de la que no hay escapatoria- esta luminosa conclusión con la que Raine cierra su Utilidad de la belleza: 

La forma lírica es en sí misma la encarnación suprema del orden arquetípico, que está más cerca de la música y el número; es la belleza misma conformando palabras de por sí comunes; y como escribió Platón en el "Ión", no está al alcance del poeta que escribe desde su conciencia mundana, sino sólo en esa locura divina en la que la “otra” mente se apodera de él.

Toda una poética contenida en esas pocas líneas.

Santos Domínguez