Mihai Eminescu.
Cezara.
Traducción de Doina Făgădaru.
Ardicia. Madrid, 2015.
Era una mañana de verano. El mar extendía su azul infinito y, paulatinamente, el sol ascendía en la profunda serenidad celeste. Tras el largo sueño de la noche, las flores despertaban lozanas. Las rocas negras exhalaban vapor a causa del rocío, tornándose grises poco a poco; de vez en cuando, pequeñas lascas de arena se desprendían de ellas perezosamente.
Hacia el oeste, entre unos picos, se erigía el antiguo monasterio. Semejante a una fortaleza, se encontraba por completo rodeado de zarzas, detrás de las cuales apuntaban las copas verdes de algunos chopos y castaños. Los puntiagudos tejados de tejas mugrientas, la parda cúpula de la iglesia, la muralla derruida e invadida en su abandono por las malas hierbas, las rojas hormigas que colonizaban cada rincón en largas procesiones -avanzando bajo el sol con enorme parsimonia-, el secular portalón de roble, las escaleras de piedra, rotas y desgastadas de tanto trasiego... Todo hacía pensar que aquello era, más que una vivienda propiamente dicha, un montón de ruinas por las que andar curioseando.
Así comienza Cezara, una novela corta del rumano Mihai Eminescu (1850-1889) que Ardicia publica por primera vez en español con traducción de de Doina Făgădaru.
Más conocido por su obra poética, considerado el padre de la literatura rumana, fue un romántico tardío, exaltado y bohemio, que contribuyó decisivamente a la creación de una identidad nacional que se concretó en la unificación política de Rumanía en 1877.
Un año antes había publicado esta novela en la que reunió los rasgos característicos de un romanticismo que aquellas alturas del siglo había sido superado en la mayor parte de la literatura europea: el amor pasional de Cezara y el satanismo de Ieronim, la naturaleza como reflejo de los sentimientos, las ruinas y la muerte, el ensoñamiento y la evasión, el irracionalismo y una mezcla de hastío y exaltación que se acaba proyectando en el estilo algo grandilocuente de su constante voluntad descriptiva.
Con un aire narrativo que se mueve entre la leyenda y el cuento de hadas, la edición de Cezara se completa con El pobre Dionis, una narración anterior que comparte con ella ese mismo aire de fábula sentimental al servicio de una meditación casi metafísica sobre el destino y la identidad, el tiempo y el espacio, el sueño y lo demoniaco o la transmigración de las almas. Un paseo por las zonas oscuras a través de un relato fantástico en el que la reflexión tiene como fondo una escenografia inconfundiblemente romántica y como apoyo un fragmento de una carta de Téophile Gautier que corrobora la tesis misteriosa del relato.
Santos Domínguez