Francisco Rivas.
Reivindicación de don Pedro Luis de Gálvez
a través de sus úlceras, sables y sonetos.
Edición de Juan Bonilla.
Zut Ediciones. Málaga, 2014.
Zut Ediciones publica Reivindicación de don Pedro Luis de Gálvez a través de sus úlceras, sables y sonetos, un póstumo de Francisco Rivas (Cuenca, 1953- Ronda, 2008), con edición de Juan Bonilla, que se ha encargado de recuperar el mecanoscrito de esta obra que su autor dio primero por publicada y luego por perdida definitivamente antes de su muerte.
Ni una cosa ni otra eran ciertas. Y afortunadamente ahora esta editorial malagueña puede publicar este amplio y ambicioso volumen que reivindica la figura de quien protagonizó Las máscaras del héroe, que tantas páginas deben a las memorias de Baroja, a Cansinos –que lo llamó ulcerado y bueno- y a algún texto de Gómez de la Serna. De este último se recuerda al comienzo del libro esta frase: Las almas de los sablistas muertos flotan en la Puerta del Sol.
Poeta trasnochado y fecundo en desdichas, sus penurias madrileñas, su vocación frustrada de pintor y actor, su vida errante, sus años de agitador político, su paso por las prisiones, sus postulaciones mendicantes por tabernas y cafés con el cadáver de su hijo muerto transcurren sobre el telón de fondo de una bohemia patética con más sombras que luces.
Corresponsal de guerra en Marruecos, generalísimo del ejército albanés, aeronauta en Barcelona, miembro destacado de la Unión de Sablistas Madrileños, hibernado en la República, revolucionario en la guerra civil, sanguinario cabecilla de bandas criminales en el Madrid asediado, Gálvez formó parte de la bohemia proletaria como Sawa o Dorio de Gádex, de la galería de fantasmas que recorren estas páginas y hablan en este libro organizado en dos partes -La forja de un hampón y Contraluces de bohemia.
No poco de autobiografía especular de Francisco Rivas hay en esta biografía de aquel artista del sablazo y del hambre, de aquel hampón ilustrado, ultraísta y arcaizante a la vez, que inspiró el peor poema de Borges, que lo conoció y lo admiró como autor de algunos de los mejores sonetos del idioma.
No estaría pensando en este soneto, escrito con torpe oficio sin talento, en el que Gálvez traza su autorretrato:
Seminarista, de Antinoo prendado.
Presidiario en Ocaña. Aventurero.
Nada he tenido ni tampoco espero.
Fui en Alesio y Escútari soldado.
Camino por mi senda, sin codicia:
todas las bocas saben a lo mismo,
todo lugar, cantera de egoísmo,
y en todas partes muda la justicia.
No me desvela el juicio de la gente.
No curo del mañana ni el presente.
Bebo para olvidar... Siempre la garra
de la calumnia al cuello; sin fortuna,
muerta la fe, sin ilusión alguna
y en la mano una bala, como Larra.
Santos Domínguez