Libros proféticos II.
Edición de Bernardo Santano Moreno.
Imaginatio Vera. Atalanta. Vilaür, 2014.
Milton, poema en dos libros (1804) y Jerusalén: la Emanación del Gigante Albion (1804-1820) son los dos poemas portentosos con los que William Blake coronó su obra profética y con los que Atalanta culmina la espectacular primera edición completa y bilingüe de sus Libros proféticos con traducciones y prefacios de Bernardo Santano.
William Blake (1757-1827) es uno de los poetas más enigmáticos y asombrosos de la tradición occidental. Inclasificable e irrepetible, su intensa poesía fue una isla deslumbrante en el racionalismo del siglo XVIII, una profecía del irracionalismo romántico y de la actitud visionaria del superrealismo.
Grabador y poeta, místico y pintor, visionario y filósofo, excéntrico y astuto, Blake fue un artista total que fundió la palabra y la imagen en una doble actividad que nunca concibió por separado y que dio lugar a libros tan desasosegantes como El matrimonio del cielo y del infierno o los Cantos de experiencia y de inocencia.
Aquel poeta iconoclasta y profético, en cuyos versos conviven en raro equilibrio las luces y las sombras, fundó una cosmogonía prometeica propia sobre el hombre anterior a la caída en los Cantos de inocencia y sobre el conocimiento del dolor en los Cantos de experiencia, creó una obra de enorme potencia imaginativa, murió cantando y -como explicó Antonio Rivero Taravillo- dejó una huella importante en Yeats o en el Graves de La diosa blanca, en Cirlot o en Borges, o en el Neruda más visionario de las Residencias.
Hace casi ochenta años, en noviembre de 1934, la revista Cruz y Raya publicaba Visiones de las hijas de Albión y El viajero mental, dos poemas de William Blake traducidos por Pablo Neruda, que estaba escribiendo por entonces la segunda entrega de su Residencia en la tierra.
En ese año central en la escritura de Neruda quizá ninguna voz como la suya podía plasmar mejor en español la potencia visionaria, el irracionalismo sensorial y la ambición verbal de William Blake, el eslabón que conecta la actitud pasional del Romanticismo con la intelectualización simbolista. No es una casualidad que por aquelllos años Neruda tradujera parcialmente Las flores del mal de Baudelaire, ni que, a caballo entre la Residencia de 1933 y la de 1935, el poeta chileno escribiese esa cima o sima del superrealismo.
Entre el mito y el delirio, entre la visión sagrada del mundo y la reivindicación social emparentada con el fervor revolucionario de 1789, esos dos poemas de Blake proponen un mundo de imágenes, sinestesias y metáforas deslumbrantes que aspiran a resumir el universo y a contener –como quería Blake- la eternidad en una hora.
Las cincuenta planchas de Milton ilustran las dos visiones que articulan sus dos partes: la del meteoro –Milton- que entra en el cuerpo de Blake y la de la niña que acude a su jardín para reintegrar a Milton a los espacios siderales tras una sucesión torrencial de visiones simbólicas y apocalípticas.
Las cien planchas del más extenso Jerusalén, el último gran poema épico y visionario de Blake, son la representación plástica de las revelaciones y automatismos de un largo poema que en su método de construcción anticipa la escritura automática del superrealismo o evoca la recepción al dictado de la inspiración divina de los antiguos textos proféticos.
Es la primera vez que se hace una edición en español con todos los grabados originales del artista, en un proceso cuidado hasta el más mínimo detalle para reflejar la obra del artista complejo que fue Blake, la convivencia en ella de lo oscuro y lo deslumbrante a la vez, de la inspiración y el caos, de lo disparatado y lo convencional, de un raro equilibrio, de la inusual coexistencia de lucidez y locura que recorre sus textos.
“Para Blake –explicó Kathleen Raine, que iluminó las claves espirituales y artísticas de una obra tan opaca y de tanta fuerza expresiva y en la que las luces y las sombras conviven con tanta naturalidad- vivir según la Imaginación es el secreto de la vida.”
Por eso la obra de Blake, con su fusión de lo plástico y lo verbal, encuentra un espacio propio en el que se conjuntan el tiempo histórico y el tiempo mitológico, la poesía y la pintura, en el territorio común de la imagen, compartida por dos artes que Blake entiende, igual que las civilizaciones orientales, como una forma de meditación.
El glosario final de conceptos, nombres y referencias, con casi un centenar de páginas, traza un atlas utilísimo para orientarse en el universo visionario de Blake, complejo y laberíntico, deslumbrante y simbólico, exuberante y frondoso como una selva de revelaciones que toman cuerpo en las palabras y los grabados asombrosos de aquel irrepetible bardo profético.
Un escritor tan irrepetible como Blake se merecía dos volúmenes tan excepcionales como estos.
Santos Domínguez