9/10/13

Los habitantes del bosque


Thomas Hardy.
Los habitantes del bosque.
Edición de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2013.

Inédita hasta hace poco en español, Los habitantes del bosque, que ahora publica Cátedra Letras Universales con edición de Miguel Ángel Pérez Pérez, es una de las grandes novelas inglesas de finales del XIX, un momento crucial en el que el realismo iba de retirada en la narrativa europea.

Junto con su contemporáneo Henry James, su autor, Thomas Hardy (1840-1928), es la cabeza visible de la transición entre la novela decimonónica y las renovaciones técnicas sobre las que se construye la narrativa contemporánea.

Tal vez por eso, porque en un momento determinado de su trayectoria literaria Hardy comprendió que el realismo ya no podía ser el método de acceso a la realidad, abandonó la novela y se dedicó a partir de 1895 a escribir poesía. Desde entonces y hasta su muerte en 1928 Thomas Hardy se convirtió en uno de los poetas ingleses fundamentales del primer tercio del siglo XX.

Pero antes, con Los habitantes del bosque –que siempre tuvo por su obra favorita- y con las más conocidas Tess de los d’Urberville y Jude el oscuro, dejó construido un mundo narrativo propio sobre las relaciones humanas y el medio en que se desenvuelven las vidas de los personajes. 

Como novelas de personaje y entorno definió Hardy estos tres títulos cuando elaboró una clasificación de su obra narrativa. Publicada en 1887 y ambientada en una aislada comunidad rural que vive del bosque, la mirada pesimista del autor se proyecta en Los habitantes del bosque sobre la figura protagonista de Grace Melbury y sobre unas vidas precarias e insignificantes que transcurren bajo la presencia dominante de los poderosos árboles en medio de un universo indiferente a los hombres.

En ese mundo natural regido por el mito, la leyenda y el rito se desarrolla esta novela que escandalizó a la sociedad victoriana por la crudeza de su análisis de las conflictivas relaciones matrimoniales y por su perspectiva darwinista de la lucha por la vida en los árboles y las personas.

Thomas Hardy estuvo empleado como ayudante de distintos arquitectos para los que dibujaba planos detallados. Y sus novelas, con su pormenorizada capacidad descriptiva, con su detallismo naturalista, tienen mucho de ese método constructivo del dibujante meticuloso que describe un paisaje con precisión y lo pone en relación con sus habitantes.

Casi a la vez que esta novela, en 1885, se publicaba en España La Regenta, en la que como aquí la descripción minuciosa del ambiente ocupa los quince primeros capítulos de la novela. Lo que allí es el cuadro de Vetusta y sus espacios urbanos es aquí la descripción demorada del paisaje de Little Hintock y de los árboles del bosque.

Hay más paralelismos entre las dos novelas: el matrimonio de conveniencia, el eje femenino como referencia de la trama, las relaciones sentimentales conflictivas, los triángulos amorosos y la vinculación evidente entre las acciones interiores y los espacios en que transcurren. Y algo aún más importante: la concepción del ambiente no como un mero decorado que sirve como telón de fondo, sino que adquiere una dimensión protagonista.

No es más que una significativa coincidencia, porque las dos novelas construyen un mundo narrativo que en cierta medida resume los temas de la narrativa decimonónica: la vida social y sentimental del personaje, la posibilidad de la libertad individual o su relación conflictiva con los demás y con el medio.

Y la coincidencia más importante desde el punto de vista literario: la pericia con la que Hardy y Clarín levantan ese universo narrativo y le dan una vida propia que persiste más allá de su propia época porque en ambas novelas se está hablando de la condición humana.

Santos Domínguez