7/10/13

Eloy Tizón. Técnicas de iluminación


Eloy Tizón.
Técnicas de iluminación.
Páginas de Espuma. Madrid, 2013.

Quienes conocen la literatura de Eloy Tizón, de la que dejó constancia deslumbrante en Velocidad de los jardines (1992) y en Parpadeos (2006), ya se pueden imaginar la fiesta que les espera en Técnicas de iluminación, un conjunto de diez relatos que publica Páginas de Espuma.

Después de siete años sin publicar, hay que celebrar estas Técnicas de iluminación en primer lugar porque recuperan la inconfundible, inclasificable voz narrativa y la excelente prosa de Eloy Tizón, uno de los referentes del cuento español en estos últimos veinte años, desde que apareció Velocidad de los jardines, que entonces se convirtió en una cima del género reconocida por el público y la crítica y que hoy es ya un libro de culto. Desde ese libro milagroso no ha habido antología del género en la que faltara su nombre entre los imprescindibles.

Y los diez relatos que componen Técnicas de iluminación lo confirman como un narrador sólido, como un virtuoso del cuento, dueño de un extraordinario sentido del ritmo del relato y del compás de la prosa, abundante en invenciones y en sorpresas verbales.

En estos textos se compenetran al dictado del talento narrativo de Tizón la sutileza y la potencia, la imaginación y la sobriedad, la alta calidad de la prosa y el interés del entramado argumental, la mirada asombrada y las iluminaciones asombrosas: "la noche era apaisada”, “asomó la mata rubia de su vapor de pelo”, “la carcoma de la costumbre asomando su gran cuerno de rinoceronte”, la pesada “contundencia de armario horizontal” de una maleta sobre la cama de un hotel, una calle “que tiene el suelo borracho y un aire de cremallera abierta” o “unas gafas temperamentales.”

Acompañando a Walser en sus caminatas y en su lucidez desorientada, oyendo una orquesta sinfónica que ensaya en medio de un lago congelado en un claro del bosque, viendo el torrente caótico de imágenes chocantes que desencadena en un padre ausente la muerte de su hijo de dos años en Nautilus, quizá el más intenso de un conjunto intenso, conjeturando el contenido de un paquete y de un extraño encargo, observando la desorientación de un personaje expulsado de una fiesta, la confusión de un hombre abandonado por su mujer, que se ha ido con otro y ha creado un matrimonio de “separadísimos”, o asistiendo al monólogo de una pintora con zapatos gordos de suela de goma, ingresada en un psiquiátrico después de ser abandonada por su amante, una poderosa galerista, el lector entra en un mundo recién descubierto, recién iluminado.

Y en ese mundo, situado en la frontera inestable que separa la realidad y la ficción, el sueño y la vigilia, construido desde el interior del personaje protagonista y narrador que predomina en estos relatos, se suceden las imágenes potentes y deslumbrantes que alumbran las zonas de penumbra: “la mañana se curvaba en una luz drogadicta”,  “los pensamientos son peces”, “los muertos caminaban por el cielo”, “la carretera era una cinta transportadora que desplazaba hogueras.”

Porque Eloy Tizón sabe -y nos lo cuenta asombrosamente en el homenaje a Walser que es el primer relato, Fotosíntesis- que “en una barra de grafito está contenido el mundo” y que escribir, como dice el narrador de Los horarios cambiados, “es estar más despierto de lo normal.”

Diez relatos para leer poco a poco, porque tienen un altísimo grado de concentración literaria.

Santos Domínguez