Julia Uceda.
Escritos en la corteza de los árboles.
Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2013.
Una pregunta -¿Somos quienes quisimos ser?- da título y tono al prólogo que Julia Uceda ha puesto al frente de su último libro, Escritos en la corteza de los árboles, que acaba de publicar en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara.
Otra pregunta sin respuesta -¿dónde estaba yo antes de estar aquí?- centra el primer poema del libro, Kairós, cuyo título alude a ese tiempo indeterminado, siempre anterior y siempre por llegar, un pasado remoto y desconocido por el que pregunta la niña a los mayores en ese texto: ¿dónde ese antes deshabitado?
¿Cómo saber en qué tiempo he vivido?, se sigue preguntando ya hacia el final del libro, en Simposio.
Esa tonalidad interrogativa recorre la mayor parte de las páginas de este libro de preguntas, el tercero de los que Julia Uceda ha publicado tras la recopilación de su poesía completa en el volumen En el viento hacia el mar, que publicó en esta misma colección y con el que obtuvo hace diez años el Premio de la Crítica.
En el prólogo, donde Julia Uceda hace un recorrido rememorativo por su propia obra, surgen preguntas como estas:
La poesía ¿descubre un tipo de realidad o, por el contrario, la encubre y la guarda esperando? ¿Es un acto de comunicación o lo contrario? ¿Por qué, desde el fondo del tiempo (...) hubo experiencias que solo se pudieron comunicar en la forma poética, incluida la historia?
Y esa voluntad interrogativa, que es a la vez ambición expresiva y conciencia de los límites del lenguaje, exploración y reconocimiento de las carencias de la poesía como conocimiento de un tiempo anterior al tiempo y al espacio, le sirve a la autora como motor para remontarse al pasado absolutamente imperfecto hasta imaginar una escritura anterior a la propia escritura: signos en cortezas de árboles.
Ante ese mundo opaco, la poesía sale en busca de palabras que no se formulan y se sitúa en los límites de la expresión, de la memoria y del conocimiento. Es el dudoso tiempo del sueño en el que vive quien escribe poesía, una persona desamparada que no sabe por dónde va ni a dónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio, porque a veces no bastan las palabras conocidas sino que es precisa también la habilidad de organizarlas de modo que digan lo que nunca antes habían dicho.
Esa es la raíz de la duda, de las interrogaciones y de la inseguridad, pero también el impulso de la búsqueda que justifica el ejercicio de la poesía, la puerta de entrada en lo desconocido, en la terra incognita del poema, porque el trabajo de un poeta oscila entre el conocimiento, algo más complejo que la memoria, y la pericia para organizar las palabras que habrían de dar forma a una idea que nunca fue expresada antes y, por tanto, desconoce. Es decir, es el mismo lenguaje y es la palabra la que descubre las cosas.
Yo solo voy buscando / palabras e historias no nacidas, escribe Julia Uceda. Por eso el esfuerzo del poeta es el de “un ser pretérito por establecer una comunicación con su propio y primitivo yo” mientras fuera, la noche continúa cayendo y se evapora / la sangre, el agua del vaso abandonado.
Santos Domínguez