Poesías.
Edición y traducción
de Antonio Martínez Sarrión.
Austral. Barcelona, 2013.
En una carta de 1871 Rimbaud proponía como objetivo de la poesía llegar a una iluminación de lo desconocido mediante un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos.
Eran los años en los que un Rimbaud adolescente escribía los textos del que sería su primer libro, Poesías, que acaba de aparecer en una espléndida versión de Antonio Martínez Sarrión en Austral.
Entre El aguinaldo de los huérfanos (1869), el primer poema conocido de Rimbaud, y los tres sonetos uranianos de Los stupra, este es un libro desigual, pero lleno de sorpresas y destellos como El barco ebrio, tal vez el más visionario del poeta. Un libro que pasó a un segundo plano ante la fuerza de sus libros finales, Iluminaciones y Una temporada en el infierno, pero que en su núcleo central contiene algunos de los momentos más altos de su poesía, como Las despiojadoras –un texto provocador que escribió a la vez que se declaraba en rebeldía con el mundo, se escapaba de casa y comenzaba una interminable peripecia de vagabundeos que expresaban su aversión al sedentarismo-, Las primeras comuniones, Vocales o Los poetas de siete años.
Está aquí ya, potente y precoz, el Rimbaud audaz y escandaloso que explora los límites del lenguaje, de la corrección política, de la moral tradicional y del buen gusto. Precoz y procaz, aquel adolescente rebelde, aquel ángel infernal del exceso acabaría cambiando la poesía europea en cuatro años de escritura.
Dejó de escribir a la edad en la que muchos empiezan. Con veinte años renunció a la literatura, pero antes dejó una obra poética que es una de las bases de la poesía contemporánea. No existe movimiento poético que no afirme deberle sus orígenes, aunque sin duda el mismo Rimbaud no hubiera aprobado la mayor parte de sus ideas. Los jóvenes escritores de todo el mundo descubren hoy en Rimbaud al portavoz de su exasperación con el pasado y con la tradición; de su desacuerdo con las normas aceptadas y con lo que la llamada civilización ha hecho del mundo en el que vivimos; y sienten el mismo deseo de destruirlo todo.
Traducirlo no es fácil. Y a esa tarea se ha enfrentado Martínez Sarrión, que habla en su prólogo de la condición poliédrica de su poesía y del enigma Rimbaud de su biografía antes de ofrecer una traducción espléndida en la que se ha esforzado en respetar “el espíritu y la letra del original” y en “poner igual o mayor cuidado en el verso castellano.”
Y el resultado está sin duda a la altura de ese objetivo, difícil siempre que se traduce poesía, casi inalcanzable si la poesía que se traduce es la de Rimbaud, un barco ebrio: Cuando iba descendiendo por impasibles ríos...
Santos Domínguez