Pedro Salinas.
Poemas de amor.
Lumen. Barcelona, 2011.
Aunque se quitase un año, como acostumbraba a hacer, Pedro Salinas (1891-951) era el de mayor edad de los poetas del 27. Eso le permitió, por ejemplo, ser profesor de Cernuda en la Universidad de Sevilla, pero provocó también un notable distanciamiento personal de algunos de los poetas más jóvenes del grupo, que andaban entonces por Madrid ocupados en otros asuntos.
Dentro del 27, además de otras cosas, Salinas es el poeta del amor heterosexual, aunque -para que no todo sea tan convencional como parece a primera vista- la experiencia amorosa central en su vida y su poesía, fuera una relación extramatrimonial: la que mantuvo con Katherine Whitmore.
En Poemas de amor, Lumen propone una excelente antología de sus mejores poemas amorosos. Una selección que se abre con los textos de poesía pura o ultraísta de Seguro azar y Fábula y signo, en los que ya se prefiguran claramente algunos rasgos característicos de Salinas, como la búsqueda del ser profundo de la amada o la constante alusión vocativa a un tú por parte de un yo que no la despersonaliza, sino que ahonda en su realidad esencial.
Es una poesía de la afirmación amorosa, del sí exclamativo del deseo y la exactitud, como en la Amada exacta de Seguro azar:
Es una poesía de la afirmación amorosa, del sí exclamativo del deseo y la exactitud, como en la Amada exacta de Seguro azar:
Tú aquí delante. Mirándote
yo. ¡Qué bodas
tuyas, mías, con lo exacto!
Entre Presagios y el póstumo Confianza, Salinas elaboró su obra poética como una aventura hacia lo absoluto y el conocimiento. Buscó una voz propia en sus primeros libros por los caminos de la vanguardia y la encontró en un ciclo de poesía amorosa inspirada por Katherine Whitmore, entre la plenitud y el lamento.
El ciclo amoroso compuesto por La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento constituye una de las referencias cenitales del 27 y el momento central de la poesía de Pedro Salinas, un viaje siempre hacia el centro, hacia lo hondo, hacia una realidad que va más allá de la superficie y los nombres, hacia la alta alegría de una vida en los pronombres:
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
El exilio abrió un paréntesis de silencio en la obra de Pedro Salinas hasta que en Puerto Rico se reencontró con la lengua y con la poesía, con el mar de El contemplado, que se prolongó luego en la voz civil y angustiada de Todo más claro.
Un reencuentro que supuso también, aunque ya de forma esporádica, la reaparición del tema amoroso en su poesía. El largo, desolado y espléndido Adiós con variaciones que cierra este cuidado volumen lo confirma con versos como estos, de su parte final:
Y al ver cómo tus ojos se cerraban
comprendí lo inminente:
que el mar iba a volver por lo que es suyo.
Y que aunque las auroras de este mundo
sigan acaso siendo tan diarias,
hay luces que no vuelven; que un cuerpo
no amanecerá nunca tu mirada.
Santos Domínguez