Ángel Crespo.
La vida plural de Fernando Pessoa.
Seix Barral. Barcelona, 2007.
I know not what tomorrow will bring (No sé lo que traerá el día de mañana).
Es lo último que escribió Fernando Pessoa, que había ingresado en el hospital de San Luis de los Franceses en Lisboa el 28 de noviembre de 1935. Al día siguiente pareció mejorar y escribió esa última línea. El 30 de noviembre los médicos certificaban su muerte por coma hepático.
Tenía 47 años y con él moría no sólo el titular de un documento de identidad, sino las múltiples personalidades literarias que fueron surgiendo de él. Heterónimos como Alberto Caeiro, del que el Pessoa ortónimo se declaraba discípulo, a otros herederos de Caeiro, paganos y dolientes como Álvaro de Campos, Ricardo Reis o el filósofo neopagano Antonio Mora, o semiheterónimos como Bernardo Soares, una máscara del Pessoa interior, que lo definía como yo menos el raciocinio y la afectividad.
Desde 1988 en que se publicó por primera vez La vida plural de Fernando Pessoa hasta la reedición reciente en Los Tres Mundos de Seix Barral, este estudio de Ángel Crespo, uno de los primeros traductores de Pessoa al español, se ha convertido en una biografía de referencia y en un modelo canónico del género.
Era lúcido y triste como un día frío, dijo de sí mismo Fernando Pessoa, cuya obra permaneció inédita durante décadas, olvidada en el baúl en que la iba guardando su autor, de tan compleja personalidad que sólo pudo canalizarse a través del drama em gente que escenificó su poesía: Caeiro, Campos, Reis son algunas de las voces con las que se expresó uno de los poetas esenciales del siglo XX. Y cada uno de ellos es un mundo. No sólo un mundo poético, sino un universo vital que excede la simpleza o la ocultación del seudónimo. Sé plural como el universo, había escrito en uno de sus aforismos. Y es que el heterónimo no es ocultamiento, sino revelación.
Pessoa cuenta el proceso de aparición del primero de ellos, Caeiro: Un día en que había por fin desistido- fue el 8 de marzo de 1914-, me acerqué a una cómoda alta y, cogiendo un papel, empecé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas de un tirón, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir... Y lo que vino a continuación fue la aparición en mí de alguien a quien di el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: apareció en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve.
En ese año crucial empieza la escritura intermitente del Libro del desasosiego, un diario de interiores que Pessoa mantendría hasta un año antes de su muerte. Y en La floresta de la enajenación escribe: Éramos fuera y otros.
Esas dos décadas largas son las que centran el interés del estudio de Crespo, que conecta ejemplarmente biografía y crítica e historia literaria: la fundación de la revista Orpheu, escandalosa, vanguardista y hermética, en la que se publicaron los primeros versos de su heterónimo Álvaro de Campos, o el año 1916, uno de los peores de su vida, con el suicidio parisino de su amigo Sá-Carneiro y el comienzo de su afición por el ocultismo y por las teorías de la Blavatsky, aquella rusa esotérica que influyó también en Yeats, y que reforzaron en Pessoa la idea de que era un medium a través del que se expresaban otras voces.
Sobre la tendencia de Pessoa a la despersonalización y a la simulación; sobre el significado de esas voces y esas vidas; sobre sus problemáticas relaciones con Ofelia Queirós, una compañera de trabajo, trece años más joven que él; sobre su relación con el sebastianismo y el Quinto Imperio; sobre los más de 25.000 textos que guardó en el arca famosa, con un índice que reseña el orden en que deben ser publicados giran algunos de los capítulos de este libro que es ya una referencia imprescindible en los estudios pessoanos y una excelente introducción a su poesía.
Es lo último que escribió Fernando Pessoa, que había ingresado en el hospital de San Luis de los Franceses en Lisboa el 28 de noviembre de 1935. Al día siguiente pareció mejorar y escribió esa última línea. El 30 de noviembre los médicos certificaban su muerte por coma hepático.
Tenía 47 años y con él moría no sólo el titular de un documento de identidad, sino las múltiples personalidades literarias que fueron surgiendo de él. Heterónimos como Alberto Caeiro, del que el Pessoa ortónimo se declaraba discípulo, a otros herederos de Caeiro, paganos y dolientes como Álvaro de Campos, Ricardo Reis o el filósofo neopagano Antonio Mora, o semiheterónimos como Bernardo Soares, una máscara del Pessoa interior, que lo definía como yo menos el raciocinio y la afectividad.
Desde 1988 en que se publicó por primera vez La vida plural de Fernando Pessoa hasta la reedición reciente en Los Tres Mundos de Seix Barral, este estudio de Ángel Crespo, uno de los primeros traductores de Pessoa al español, se ha convertido en una biografía de referencia y en un modelo canónico del género.
Era lúcido y triste como un día frío, dijo de sí mismo Fernando Pessoa, cuya obra permaneció inédita durante décadas, olvidada en el baúl en que la iba guardando su autor, de tan compleja personalidad que sólo pudo canalizarse a través del drama em gente que escenificó su poesía: Caeiro, Campos, Reis son algunas de las voces con las que se expresó uno de los poetas esenciales del siglo XX. Y cada uno de ellos es un mundo. No sólo un mundo poético, sino un universo vital que excede la simpleza o la ocultación del seudónimo. Sé plural como el universo, había escrito en uno de sus aforismos. Y es que el heterónimo no es ocultamiento, sino revelación.
Pessoa cuenta el proceso de aparición del primero de ellos, Caeiro: Un día en que había por fin desistido- fue el 8 de marzo de 1914-, me acerqué a una cómoda alta y, cogiendo un papel, empecé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas de un tirón, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir... Y lo que vino a continuación fue la aparición en mí de alguien a quien di el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: apareció en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve.
En ese año crucial empieza la escritura intermitente del Libro del desasosiego, un diario de interiores que Pessoa mantendría hasta un año antes de su muerte. Y en La floresta de la enajenación escribe: Éramos fuera y otros.
Esas dos décadas largas son las que centran el interés del estudio de Crespo, que conecta ejemplarmente biografía y crítica e historia literaria: la fundación de la revista Orpheu, escandalosa, vanguardista y hermética, en la que se publicaron los primeros versos de su heterónimo Álvaro de Campos, o el año 1916, uno de los peores de su vida, con el suicidio parisino de su amigo Sá-Carneiro y el comienzo de su afición por el ocultismo y por las teorías de la Blavatsky, aquella rusa esotérica que influyó también en Yeats, y que reforzaron en Pessoa la idea de que era un medium a través del que se expresaban otras voces.
Sobre la tendencia de Pessoa a la despersonalización y a la simulación; sobre el significado de esas voces y esas vidas; sobre sus problemáticas relaciones con Ofelia Queirós, una compañera de trabajo, trece años más joven que él; sobre su relación con el sebastianismo y el Quinto Imperio; sobre los más de 25.000 textos que guardó en el arca famosa, con un índice que reseña el orden en que deben ser publicados giran algunos de los capítulos de este libro que es ya una referencia imprescindible en los estudios pessoanos y una excelente introducción a su poesía.
Santos Domínguez