Juan Meléndez Valdés. Obras completas.
Edición, introducción, glosario y notas de Antonio Astorgano Abajo.
Cátedra. Biblioteca Avrea. Madrid, 2004.
Edición, introducción, glosario y notas de Antonio Astorgano Abajo.
Cátedra. Biblioteca Avrea. Madrid, 2004.
Como siempre, cuando se trata de los libros de la colección Biblioteca Avrea de Cátedra, nada mejor para abrir boca que el texto de la solapa:
Don Marcelino Menéndez y Pelayo calificó las odas de "La paloma de Filis" de «treinta y tres lúbricas simplezas, cuya lectura seguida nadie aguanta». Menéndez Pelayo era propenso a la exageración, y así no es de extrañar que Ortega lo definiera como «el señor que exagera». Cabe preguntarse si a Menéndez Pelayo las odas de Meléndez le perturbaban por «simplezas» o por «lúbricas». Tal vez le molestaba sobre todo que, como fiscal, dijera que «no es religión todo lo que se cubre con su manto», y acaso por ello lo incluyó en su "Historia de los heterodoxos". Meléndez, conocido solo a golpe de manual, ha pasado por ser el poeta de los «ricitos» y los «lunarcitos». Pero también es el poeta que evoca «las sombras de las pasadas dichas» y conoce la fugacidad de las cosas humanas: «Así se abisman nuestros breves días / en la noche del tiempo»; el que dice a las flores: «O naced más temprano, / o no acabéis tan luego»; el que, cantando «la paz y los amores», pide la soltura y la independencia de la alondra. En su poesía hay ecos de Fray Luis en versos como «¡Oh campo!, ¡oh soledad!, ¡oh grato olvido!»; acentos de Quevedo en otros: «¿Cómo de entre las manos se me ha huido…?», o «Humo los años fueron»; y lo mismo se perciben en él aspectos rusonianos («naturaleza es mi libro»), que atisbos de Espronceda y aun de Bécquer. Recoge la vieja doctrina del hombre como «mundo abreviado», denuncia las desigualdades («uno devora / la sustancia de mil»), y hasta sabe que el corazón humano es un «laberinto oscuro».
Los rasgos más acusados del carácter y de la obra de Meléndez Valdés -al que se llamó Dulce Batilo- son su afectividad y sensibilidad, entendidas no sólo como propensión al sentimentalismo, sino también como apertura y permeabilidad a las distintas influencias humanas, políticas y literarias. Este último aspecto es el que le permite a nuestro poeta estar abierto a las diversas corrientes poéticas de su tiempo y reflejarlas en las distintas líneas en las que se desarrolla su obra.
Junto con la suave poesía anacreóntica y bucólica que le ha dado la fama y se emparenta en su morbidez con el Rococó, conviven en la obra de Meléndez la poesía civil, filosófica y moral características del Neoclasicismo, y la tendencia humanitaria del Prerromanticismo.
La poesía anacreóntica fue una de las direcciones más frecuentadas por los poetas dieciochescos. Pero ninguno como Meléndez la prodigó tanto en cantidad y calidad. Poesía de los sentidos y del amor, inspirada en modelos clásicos grecolatinos y ambientada en el marco de una naturaleza idealizada, amable y tópica, sus Odas anacreónticas constituyen la mejor manifestación de tal género.
La visión de la naturaleza va evolucionando en estas composiciones desde la contemplación puramente descriptiva hasta una interpretación melancólica y sentimental que aparece en las Elegías morales y anticipa ya el enfoque romántico.
Esa línea se relaciona también con el humanitarismo y la filantropía de los ilustrados y abre el camino de la poesía moral y filosófica. Esta tendencia, discursiva y prosaica, que se va acentuando en la madurez del poeta y se concreta en sus Epístolas y Discursos, ha sido poco valorada por la crítica en la obra de Meléndez. Sin embargo, pese a su discutible calidad, esa poesía ilustrada no carece de interés porque refleja significativamente las preocupaciones sociales, morales y filosóficas del Setecientos. La misma complejidad de actitudes que se aprecia en los temas de su poesía se percibe también en el estilo, el léxico y el uso de la versificación, que desarrollan una amplia gama de posibilidades que van de lo sensual a lo prosaico, de lo lacrimoso a lo filosófico, y del verso corto y ligero -que Meléndez manejó con soltura y maestría- al solemne endecasílabo blanco.
Pero no olvidemos su prosa. El extenso Expediente relativo a la reunión de los hospitales de Ávila es una muestra de los ideales de la Ilustración en lucha contra las mezquinas resistencias egoístas que maquinaban contra el interés general en defensa de sus lucros pequeños.
Ni sus cartas, sobre todo las dirigidas a Jovellanos, que nos muestran el lado más cercano y afectivo de Meléndez.
Aquí y en los Discursos forenses se nos revela el hombre comprometido que fue Meléndez Valdés, su integridad ética, su modernidad y su altura intelectual. Como los mejores hombres del XVIII, su voluntad reformadora y su exigencia intelectual, ejercidas desde la cátedra y la magistratura, chocaron con el oscurantismo y acabó sufriendo la persecución y el destierro.
Todo eso y más se puede encontrar en esta edición de la Obra completa de Meléndez que ha preparado Antonio Astorgano.
Cátedra anuncia en esta misma colección la publicación inminente de la obra de Espronceda, el extremeño accidental que no siempre se acercó a la talla moral de su paisano.
Santos Domínguez