Ingredientes del relato: una adolescente seduce a un hombre maduro. Hay un viaje y hay una muerte: la de la muchacha. Naturalmente, la muchacha se llama Lolita y da título a la obra.
No es, contra lo que parece, la de Nabokov. Ni la de algún otro escritor desaprensivo que plagia la historia sin más contemplaciones que unas leves variaciones.
Esta Lolita es más joven y más vieja que la Lolita más famosa. Es de Alicante, toca la guitarra y seduce a un erudito alemán de viaje por España.
El relato del que estamos hablando se había publicado en 1916, casi cuarenta años antes que la novela de Nabokov. Formaba parte de un libro de relatos titulado La maldita Gioconda: Caprichos, y lo firmaba un oscuro escritor y aristócrata, Heinz von Lichberg, más conocido como periodista que como narrador. Ni afiliándose al nacionalsocialismo pudo obtener fama como escritor. Dejó de tener ambiciones de ese tipo en 1937, fecha que marca el comienzo de su definitivo silencio literario para ponerse al servicio del nazismo en tareas de propaganda, intoxicación y provocación. Nadie le echó de menos desde entonces y murió en 1951.
De este cuento que publicó Funambulista por primera vez en español en 2004 y que ahora se reedita en su colección Los intempestivos, con traducción revisada de Oliver Spranger y Carmen Torregrosa, se habló hace unos años como posible origen de la Lolita más famosa.
En contra de las expectativas de plagio, las relaciones entre los dos relatos no pasan de la superficie y de su origen compartido en el lugar oscuro del sueño y el deseo. No hay más que leer este cuento gótico de fantasmas, apariciones y maldiciones para darse cuenta de que no hay base para el escándalo literario.
Lo demuestra agudamente Rosa Montero en el excelente prólogo que titula Fresas e hipopótamos, donde defiende con brillantez la independencia de la novela de Nabokov y su innegable superioridad estética.
El volumen se cierra con un postfacio de Max Lacruz sobre el autor. Por él sabemos que Von Lichberg y Nabokov vivieron en Berlín al mismo tiempo y en el mismo barrio durante años. No sabemos si hablaron. No sabemos qué mecanismos movieron la memoria o la fonética para que Nabokov cambiara el nombre inicialmente previsto de Juanita Dark por el de Lolita. Lo-li-ta.
Santos Domínguez