La tarde, una ventana, el mundo y alguien que lo mira desde una ventana. Alguien que escribe una Enciclopedia del crepúsculo con las tardes de veinticinco años.
Con ese título ha elaborado Rafael Argullol una enciclopedia personal constituida por textos escritos durante el cuarto creciente de un siglo menguante. Textos que por encima de los géneros, entre la narración y el ensayo y en el ceñido espacio del artículo, nos dan la imagen completa de una obra rigurosa en el fondo y en la forma.
Veinticinco años de artículos que componen la autobiografía intelectual, ética y estética de Rafael Argullol, narrador, ensayista y poeta.
La filosofía y la política, el arte y la literatura son algunos de los centros de interés de estos artículos abordados con la lucidez subjetiva que piden el artículo, la narración, el ensayo, la poesía.
Uno de los hilos fundamentales de ese tapiz es la reflexión sobre la escritura, un archipiélago: “La escritura, al igual que el pensamiento probablemente, es un archipiélago en el que sus islas, a pesar del vacío que las rodea—o, tal vez, gracias a este vacío—, guardan siempre una relación entre sí.”
Escritura que es también (ya lo sabían los clásicos griegos) el lugar del naufragio: “La escritura debe dejar constancia de nuestra deriva, aunque asimismo de nuestro afán por orientarnos en el mar de errores como si la búsqueda de una verdad fuera posible. Es, al mismo tiempo, testimonio de la pérdida de uno mismo y ficción de su rescate. Visión del naufragio desde la ilusión de la supervivencia.”
Los artículos que forman esta Enciclopedia del crepúsculo están organizados, no de forma cronológica, sino alfabética. Por eso son una enciclopedia y no una antología o un almanaque. La subjetividad con la que se eligen y abordan las entradas de esa enciclopedia traza un mapa en el que el autor se reencuentra consigo mismo, con el pasado y con el que fue. Y con los lectores que, también ellos, se ven reflejados en ese espejo personal de la memoria, en esa zona de confluencia entre el mundo y nosotros que es siempre una ventana, un artículo, la literatura, la historia. La personal y la otra, la de los otros.
Entre la alegría de vivir y la sensación de vivir bajo el volcán, entre una novela de Balzac y otra de Lowry, a través de la playa deshabitada del Tasso o la tierra baldía de Eliot, asistimos al deslumbramiento y a la barbarie, vamos del infierno a la utopía, del mito a las heridas en este retrato agudo de un fin de siglo en el que conviven el sueño y los naufragios, iluminados por la luz de la tarde, una luz que viene de fuera y entra por la ventana y que luego, en la hora de la sombra sale de quien escribe para iluminar el mundo.
Y es que esta escritura refleja, como la tarde, los cambios de luz, del mundo y del que mira el mundo desde la ventana de la literatura y la filosofía, la sensibilidad y la inteligencia.
Lo acaba de publicar la editorial Acantilado, con su limpieza habitual, en esos tomos de lectura tan agradable por la calidad de los textos y por lo cuidado de la tipografía.
Una lectura para volver, para ver volver. Un regalo para la inteligencia y la sensibilidad.
La literatura, en suma.
Con ese título ha elaborado Rafael Argullol una enciclopedia personal constituida por textos escritos durante el cuarto creciente de un siglo menguante. Textos que por encima de los géneros, entre la narración y el ensayo y en el ceñido espacio del artículo, nos dan la imagen completa de una obra rigurosa en el fondo y en la forma.
Veinticinco años de artículos que componen la autobiografía intelectual, ética y estética de Rafael Argullol, narrador, ensayista y poeta.
La filosofía y la política, el arte y la literatura son algunos de los centros de interés de estos artículos abordados con la lucidez subjetiva que piden el artículo, la narración, el ensayo, la poesía.
Uno de los hilos fundamentales de ese tapiz es la reflexión sobre la escritura, un archipiélago: “La escritura, al igual que el pensamiento probablemente, es un archipiélago en el que sus islas, a pesar del vacío que las rodea—o, tal vez, gracias a este vacío—, guardan siempre una relación entre sí.”
Escritura que es también (ya lo sabían los clásicos griegos) el lugar del naufragio: “La escritura debe dejar constancia de nuestra deriva, aunque asimismo de nuestro afán por orientarnos en el mar de errores como si la búsqueda de una verdad fuera posible. Es, al mismo tiempo, testimonio de la pérdida de uno mismo y ficción de su rescate. Visión del naufragio desde la ilusión de la supervivencia.”
Los artículos que forman esta Enciclopedia del crepúsculo están organizados, no de forma cronológica, sino alfabética. Por eso son una enciclopedia y no una antología o un almanaque. La subjetividad con la que se eligen y abordan las entradas de esa enciclopedia traza un mapa en el que el autor se reencuentra consigo mismo, con el pasado y con el que fue. Y con los lectores que, también ellos, se ven reflejados en ese espejo personal de la memoria, en esa zona de confluencia entre el mundo y nosotros que es siempre una ventana, un artículo, la literatura, la historia. La personal y la otra, la de los otros.
Entre la alegría de vivir y la sensación de vivir bajo el volcán, entre una novela de Balzac y otra de Lowry, a través de la playa deshabitada del Tasso o la tierra baldía de Eliot, asistimos al deslumbramiento y a la barbarie, vamos del infierno a la utopía, del mito a las heridas en este retrato agudo de un fin de siglo en el que conviven el sueño y los naufragios, iluminados por la luz de la tarde, una luz que viene de fuera y entra por la ventana y que luego, en la hora de la sombra sale de quien escribe para iluminar el mundo.
Y es que esta escritura refleja, como la tarde, los cambios de luz, del mundo y del que mira el mundo desde la ventana de la literatura y la filosofía, la sensibilidad y la inteligencia.
Lo acaba de publicar la editorial Acantilado, con su limpieza habitual, en esos tomos de lectura tan agradable por la calidad de los textos y por lo cuidado de la tipografía.
Una lectura para volver, para ver volver. Un regalo para la inteligencia y la sensibilidad.
La literatura, en suma.
Santos Domínguez