Félix Grande.
Biografía.
Prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche         
El reloj de pared         
marca mil novecientos         
sesenta y nueve. Hace un instante         
mamá viene corriendo por las calles     
en busca de un refugio         
Contra las bombas me oculta en sus brazos         
El reloj marca mil novecientos treinta y siete         
Puedo escribir los versos más tristes esta noche     
Así comienza 
Espiral, un poema central en la obra de Félix Grande. Los noventa versos de ese texto cerraban 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, un libro que no tuvo una edición exenta hasta hace pocos años y que ha venido formando parte de las ediciones sucesivas de 
Biografía, su poesía completa, que tiene ahora una edición ampliada y revisada en 
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, precedida de un prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula (
Huesos de la calamidad, gasas de la misericordia).
Escrita desde 1958 hasta la actualidad con un largo paréntesis de más de un cuarto de siglo, la obra de Félix Grande es una de las más potentes y renovadoras de la poesía española contemporánea. Desde 
Taranto hasta el reciente 
La cabellera de la Shoá, pasando por 
Blanco spirituals, Puedo escribir los versos más tristes esta noche o 
Las rubáiyátas de Horacio Martín, Félix Grande ha ido construyendo una obra marcada por el compromiso indomable con el lenguaje y con la ética, por la intensidad verbal y emocional y por el rigor moral, entre la desventura y el gozo, entre la crispación de la denuncia y la mirada compasiva.
 
En Espiral, el poema que se podría tomar como cifra de su poesía, convergen pasado, presente y futuro, como en un aleph, y confluyen los temas, las actitudes y los seres que habitan la obra de Félix Grande. Conviven en ese texto memorable la visión y el recuerdo, el tiempo retrospectivo y el prospectivo, la historia colectiva y la personal, la temporalidad y el vacío, la reivindicación de la libertad formal y la práctica de la poesía como exorcismo.
Estas son sus estrofas finales:
Hace un instante me han comprado un cuaderno
    un portafolios un papel de calco        
    Y en ese cristal que preserva        
    las manecillas del reloj        
    miro mi cara de treinta y dos años        
    Sigo mirando hacia ese rostro antiguo     
    Sin apartar la vista mi cabeza se apaga        
    Vienen mis nietos a llorar. Se van        
    Puedo escribir los versos más tristes esta noche        
    Miro el reloj con amor con espanto        
    con amor con espanto    
    Miedo amor corazón: dadme lenguaje        
    Soy un antepasado golpeando un tronco hueco        
    estoy desnudo bajo la tormenta        
    Estoy solo en el bosque        
    sin otra compañía que la horda         
    A mi lado camina un reloj de pared        
    La materia total gira enloquece        
    Vienen los tigres que no se ven nunca        
    Y todo es solitario y sideral        
    Puedo escribir los versos más tristes esta noche
Al fondo de esos versos resuena la presencia de los maestros: Machado y Vallejo, Neruda y Rosales, Kafka y Dostoievski, Ory y Lorca, Onetti y Quevedo...
Esos son algunos de los ancestros literarios de Félix Grande, que es un poeta al margen de grupos, un poeta consciente de que el escritor es siempre un extranjero en el mundo, un peregrino sin más patria que el dolor y la lengua, un habitante del desierto, un hombre solo en el bosque o en la selva, aunque esa selva sea con frecuencia urbana (Vamos por nuestras ciudades / como el ciervo por la selva, escribía en el poema inicial de Las piedras).
Aparte de su altura estilística y su hondura ética, hay una clave que recorre la poesía de Félix Grande y la de todos esos maestros: la temporalidad como una secuencia en torno a la que se organizan los poemas y se articulan actitudes como la piedad, la insurrección, la perplejidad, la rebeldía, el dolor o la celebración. La trayectoria poética de Félix Grande se sustenta así en una incansable búsqueda de raíces vitales y de razones culturales que, más que responder a las preguntas cruciales ¿quién soy yo? y ¿qué hago yo aquí?, se justifican en su misma formulación.
Porque también en ese sentido lo fronterizo es el lugar del poema, que como ha explicado alguna vez Grande, se mueve entre la solemnidad de la vida y la testarudez del infortunio. De esa doble experiencia hablaba también Machado cuando se refería a la poesía como cosa cordial y como canto de lo perdido.
Además de la temporalidad, hay otro hilo que une la obra toda de Félix Grande y la conecta con la de sus maestros: la autenticidad de la poesía como cosa vivida de la que hablaba Unamuno, como actitud vital en la que conviven la solidaridad y la desobediencia, la cólera y la tristeza. Eso explica el título elegido por el poeta para reunir su obra, una poesía desesperada que traza su Biografía y es también un constante elogio de la insurrección.
Y finalmente hay otra convicción que ha acompañado al poeta desde su primer libro: la conciencia de formar parte de una tradición, una actitud que Luis Rosales resumió en estas palabras que Félix Grande ha hecho suyas repetidamente: el lenguaje nace, como las emociones, en la fuente remota del sentir colectivo.
Un sentir colectivo al que pertenece también, y de forma privilegiada, la música, un tema y una expresión esencial en la vida y la obra de Félix Grande: Bach y Manolo Caracol, Billie Holliday y Santos Discépolo, Charlie Parker y La Niña de los peines habitan ese territorio de la desolación o la plenitud de la música amenazada que dio título al que posiblemente sea el más amargo de sus libros.
Esta nueva edición de Biografía incorpora el reciente e inédito La cabellera de la Shoá, un largo e intenso poema sobre los mil novecientos cincuenta kilos de pelo cortado a las mujeres deportadas al campo de exterminio de Auschwitz. Un poema que arranca con estas preguntas:
¿Oís la llamada?
¿Se precipitan hacia abajo roncos
amotinados los aminoácidos
arquitectos de la Conciencia?
¿Arden sobre su eje
las antracitas del escándalo?
La cabellera de la Shoá es, además de un estremecido poema mayor del más reciente Félix Grande, una contestación explícita a Adorno, porque escribir después de Auschwitz no sólo es posible, sino también más necesario e imprescindible que antes de Auschwitz.
Por eso, La cabellera de la Shoá se cierra con esta desolación interrogativa, cada vez más apagada:
¿Ustedes saben escuchar?
Santos Domínguez