6/4/22

Valle-Inclán. Sonatas



Ramón del Valle-Inclán.
Sonatas.
Ilustraciones de Manuel Alcorlo.
Edición y prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2022.

“Junto a Cervantes y Borges, Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) es el nombre propio más valioso de la literatura escrita en español. […] Y es que en la literatura española de los últimos ciento cincuenta años no hay nada comparable a las Sonatas de don Ramón del Valle-Inclán”, escribe Luis Alberto de Cuenca en el prólogo de la monumental edición que ha preparado de las Sonatas de Valle-Inclán en Reino de Cordelia con ilustraciones de Manuel Alcorlo.

Aparecen cuando se cumplen ciento veinte años de la primera edición de la Sonata de otoño, con la que se inauguró en 1902 el ciclo, planteado como “un fragmento de las ‘Memorias Amables’, que ya muy viejo empezó a escribir en la emigración el Marqués de Bradomín. Un Don Juan admirable. ¡El más admirable, tal vez!…
Era feo, católico y sentimental.”

Desde la doble distancia que le dan a Bradomín el exilio y la edad, esa nota que aparece al frente de las Sonatas explica que “aquel viejo cínico, descreído y galante como un cardenal del Renacimiento” es el narrador y protagonista de una admirable tetralogía, de cuatro “solos de violín”, en expresión del propio Valle-Inclán, que persisten como modelo de prosa modernista, de decadentismo espiritual y de orgullo literario: “Solo, altivo y pobre, he llegado a la literatura sin enviar mis libros a esos que llaman críticos, y sin sentarme una sola vez en el corro donde a diario alientan sus vanidades las hembras y los eunucos del Arte”, escribía Valle en 1904 en la dedicatoria de la Sonata de Primavera.

Es un cuidadísimo volumen con el texto fijado por Luis Alberto de Cuenca a partir de la última versión corregida por Valle, la edición de 1933 en Rivadeneyra, para ofrecer al lector –señala en el prólogo-  “un texto limpio, nítido, claro, listo para acoger tanto al entusiasta de las Sonatas como a quien todavía no las conozca. Un texto que dirige su flecha ecdótica del siglo XXI al corazón de uno de los libros más hermosos de la literatura universal.”

Los jardines italianos de la Sonata de Primavera, la caliente tierra mexicana de la Sonata de Estío, los brumosos pazos gallegos de la Sonata de Otoño y la Navarra de la guerra carlista en la Sonata de Invierno sirven de telón de fondo a las memorias amables y escandalosas de Bradomín, a sus recuerdos de la novicia María Rosario en los ambientes vaticanos, de la Niña Chole en las llanuras de Tierra Caliente, de una Concha a punto de morir en el palacio de Brandeso o de María Antonieta en la corte estellesa.

Cuatro estaciones, cuatro edades del marqués, cuatro paisajes, cuatro mujeres sobre un fondo estilizado y culturalista de jardines y conventos, palacios y salones, obras de arte y armonías musicales que crecen en la prosa rítmica de las Sonatas, cima del Modernismo, y en la sensorialidad esteticista de su lengua exuberante y su erotismo refinado. 

El amor y la religión, la muerte y la melancolía atraviesan las páginas de esta irrepetible obra de arte del lenguaje, una cumbre de la prosa hispánica por su plasticidad figurativa y por su capacidad evocadora:

Anochecía, cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y comenzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores lejanos. Era la campiña clásica de las vides y de los olivos, con sus acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa ondulación de los senos femeninos. La silla de posta caminaba por una vieja calzada: las mulas del tiro sacudían pesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de los cascabeles despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable.
La silla de posta seguía siempre la vieja calzada, y mis ojos fatigados de mirar en la noche, se cerraban con sueño. Al fin, me quedé dormido y no desperté hasta cerca del amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el cielo. Poco después, todavía entumecido por la quietud y el frío de la noche, comencé a oír el canto de madrugueros gallos, y el murmullo bullente de un arroyo que parecía despertarse con el sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban negros y sombríos sobre celajes de frío azul. Era la vieja, la noble, la piadosa ciudad de Ligura.

Así empieza la Sonata de Primavera, la primera de estas cuatro obras  maestras. “Las Sonatas de Valle -escribe Luis Alberto de Cuenca- están hechas para ser leídas en voz alta, como la obra oratoria de Cicerón, pues han sido escritas con tal maestría lingüística que te producen en el alma una especie de conmoción estética que se parece mucho al «síndrome de Stendhal»: no puede acumularse en ellas una brizna más de belleza, no cabe más encanto ni más capacidad de seducción auditiva en sus páginas, no puede soportarse tanta perfección.”

Santos Domínguez