José Antonio Millán.
Antonio de Nebrija
o el rastro de la verdad.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.
Galaxia Gutenberg se suma a las conmemoraciones del quinto centenario de la muerte de Antonio de Nebrija con la publicación de una magnífica biografía del humanista lebrijano, Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad, escrita por José Antonio Millán, que explica en su Introducción la orientación de la obra:
Ésta es –y no podía ser de otra manera– una biografía intelectual. Si los corsarios hubieran hecho cautivo a Nebrija cuando volvía de Italia, si en Salamanca hubiera tenido pendencias amorosas por dedicar unos hexámetros a la mujer de un colega, si en Burgos la hubiera emprendido a «coces y puñadas» con el dominico provocador, o si la Inquisición hubiera dado con sus huesos en la cárcel, tal vez podría haber resultado una vida más animada, pero nada de eso (que sepamos) ocurrió. Lo que sí sabemos da lugar, desde luego, a una biografía apasionante, pero que se desenvuelve en los terrenos del saber: una biografía intelectual, como hemos dicho.
A lo largo de una vida que bien podemos calificar de fértil, Antonio de Nebrija se dedicó básicamente a escribir y publicar sobre cosas muy variadas −aunque manteniendo una coherencia−, pero hay que advertir que lo que más se aprecia hoy (fuera de unos pocos investigadores) no era lo que más fama tuvo en su tiempo, ni probablemente lo que más le importaba. Asimismo, sus palabras más recordadas probablemente no tenían el sentido que hoy comúnmente se les atribuye. Ésta es la tragedia de Nebrija, y el fin de este libro (y de los varios y muy valiosos que le precedieron) puede ser poner de relieve, para un público amplio, sus logros de todo tipo, las luchas de un temperamento orgulloso y bien dotado por que resplandecieran muchas verdades que la sociedad de su época no quería ver.
Desarrollada con rigor, con agilidad narrativa y con especial interés en reconstruir el marco ambiental en el que transcurre su vida, esta “biografía intelectual” de Nebrija, el primer humanista español, propone un recorrido desde sus años infantiles en Lebrija y los estudios filológicos en Salamanca y Bolonia, donde estuvo cinco años y conoció de cerca los studia humanitatis, una de las manifestaciones más pujantes del Renacimiento italiano. Allí había estudiado también Petrarca.
Y a partir de su regreso a España en 1470 como preceptor del sobrino del arzobispo Fonseca, se reconstruye en los capítulos de las tres partes restantes -El retorno, Las obras y Las escrituras- más de medio siglo de itinerario intelectual como gramático del latín y el castellano, como traductor, catedrático y lexicógrafo, como exégeta bíblico, cosmógrafo y editor.
Se suceden en sus páginas episodios como la vuelta a Salamanca como profesor en 1475, el traslado en 1487 a Alcántara como profesor de latín de don Juan de Zúñiga, maestre de la Orden que reunió a su alrededor una corte de sabios. Allí concluyó la redacción de la Gramática sobre la lengua castellana, la primera dedicada a una lengua romance, que presentó a la reina y publicó en agosto de 1492. Figuraba en su prólogo esta famosa afirmación: “que siempre la lengua fue compañera del imperio.”
Tras la recuperación de su cátedra salmantina en 1505, Nebrija centra su dedicación en los estudios bíblicos bajo la vigilancia de la Inquisición, que le envió cartas amenazantes y llegó a procesarle por sus discrepancias con la traducción de la Vulgata. De esos cargos se defendería con los argumentos que acabó publicando en su Apología.
Un ambiente tan conservador como el de la universidad salmantina de aquellos años, quizás explica aquella “tropelía tan universitaria” que evoca Luis Alberto de Cuenca en un poema escrito para el quinto centenario de Nebrija, en el que señala también que “cuando reina el talento, surge siempre la envidia.”
Se produce en ese tiempo su salida de Salamanca, invitado por Cisneros a participar en la Biblia Políglota Complutense, un proyecto que finalmente abandonó por discrepancias con el equipo de traductores, aunque la protección de Cisneros se prolongaría en sus años de enseñanza en la nueva Universidad de Alcalá, que reunió a los más acreditados humanistas de la época.
El Cardenal había ordenado al rector “que lo tratase muy bien […] y que leyese [‘enseñase’] lo que él quisiese, y si no quisiese leer que no leyese; y que esto no lo mandaba dar por que trabajase, sino por pagarle lo que le debía España.’ Pero a la vez, según un testimonio directo, “estaba concertado el Cardenal con su mujer que entre día no le dejase beber vino.”
No sabemos cuál era la razón de esa medida, aunque no es difícil suponer algún exceso pasado de Nebrija, que murió en Alcalá hace ahora quinientos años.
Quedan perfiladas así la figura y la obra de un Nebrija que representa la pasión renacentista por el conocimiento y la búsqueda de la verdad, la amplitud de sus intereses intelectuales, su insobornable espíritu crítico en defensa de la libertad de expresión y de pensamiento, pareja de su crítica de la ignorancia, el dogmatismo y la intolerancia.
José Antonio Millán ha desarrollado en este libro una brillante biografía que se cierra con estos párrafos en los que resume la importancia de lo que hizo Nebrija y desmiente algunas exageraciones que se atribuyeron a su trayectoria:
En paralelo a la suerte de sus obras, la fama póstuma de Nebrija como sabio creció y al tiempo se fue desdibujando. El erudito de mediana estatura y nariz aguileña, el hombre sensual, pero también trabajador infatigable, el escritor celoso de su remuneración, y orgulloso luchador contra la ignorancia de sus coetáneos, el arrogante estudioso que no dudó en enmendar la plana a las tradiciones más respetadas, el fervoroso defensor de la libertad de pensamiento y de conciencia pasó a la memoria de las generaciones posteriores no como ejemplo de estas virtudes, sino como paradigma del sabio universal que quizás no había sido.
La posteridad recogió y amplificó la fama de sabio de Nebrija, llevándolo incluso a terrenos que él nunca había pisado. Así, se le atribuyó la creación de la primera imprenta salmantina, su presencia en la comisión que examinó a Colón, la forja del lema de los Reyes Católicos “Tanto monta…”. Fue calificado de médico, de botánico, de pedagogo, y se le atribuyó incluso la primera medida del meridiano sobre el terreno… Aparte de sabio latinista, su fama de poeta e historiador persistió largo tiempo, pero sus trabajos de filología bíblica, aquellos a los que dedicó la parte última de su vida, que le procuraron innumerables disgustos y que se adelantaron a los trabajos críticos de la Reforma protestante, fueron cayendo en el olvido en un país, el suyo, que no ofreció espacio para el pensamiento libre en materia religiosa.
Ojalá que esta biografía, que ha intentado recorrer sus logros en el contexto de los saberes de su época, contribuya al conocimiento de su figura y de su obra.
Así será, con toda seguridad. Y quedará en la memoria del lector la voluntad de Millán de reconstruir los detalles que rodearon la vida personal y profesional de Nebrija. Valgan estos dos ejemplos:
Otra forma de conseguir apuntes era (como hoy) comprarlos, y entre la población estudiantil que, como veremos, podría estar sujeta a todo tipo de estrecheces, no faltaría quienes los vendieran. De hecho así debió de conseguir Antonio un volumen que reunía una serie de textos y en cuyo canto inferior escribió su nombre: ANTONIUS LEBRIXA. Esta fue la primera de las metamorfosis de su nombre: abandonando los apellidos paterno y materno, Antonio adopta el nombre de su patria chica. Sabemos bien que estaba orgulloso de ella y de su antigüedad, pero también debía de ser fruto del medio. Los estudiantes se agrupaban en naciones, según su procedencia, para ayudarse y defenderse entre sí, y el sobrenombre que adoptó declaraba patentemente la suya.
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Desde medio siglo antes de la llegada de Antonio a Salamanca, la universidad contaba con una biblioteca, que estaba abierta dos horas por la mañana y otras dos por la tarde, excepto los domingos. Si parece un horario restringido, bueno será recordar que (como era normal en la época) la biblioteca tenía un escasísimo número de obras: la que vio Nebrija no tendría más allá de doscientos volúmenes, y un siglo después solo se había multiplicado por seis.
¿Cómo serían los condiscípulos de Antonio? Tampoco aquí tenemos datos concretos, pero sí que podemos esbozar una situación general. Los que se preparaban para el Bachillerato de Artes eran la mayoría de la población estudiantil, dado que era un grado con el que muchos se contentarían, mientras que para otros era necesario para proseguir otros estudios. Podía llegar a ser el 50 % del total de estudiantes. Además, como sabemos, eran los más jóvenes y por tanto podemos pensar que los más bulliciosos.
Santos Domínguez