15/9/21

Javier Marías. Negra espalda del tiempo

 


 Javier Marías.  
Negra espalda del tiempo.
Edición de José Antonio Vila Sánchez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2021.
 
Como en otras ocasiones, Javier Marías utilizó una cita de Shakespeare (el verso 'In the dark backward and abyss of time', de La tempestad) para titular en 1998 su Negra espalda del tiempo, que publica ahora Cátedra Letras Hispánicas con edición de José Antonio Vila Sánchez, que define en su excelente ensayo introductorio a Javier Marías como “clásico vivo de la narrativa contemporánea” y Negra espalda del tiempo como “su novela más compleja” y “una de las más singulares.”

Obra inclasificable dentro de los moldes narrativos convencionales, Marías la definió como “falsa novela” para añadir además que “no es un libro autobiográfico, ni de memorias, sino una obra de ficción.” Y precisamente ese es el centro de la obra: la confusa fragilidad de los límites de la ficción y la realidad, sus relaciones y las influencias mutuas entre la ficción y la realidad que también estaban en La tempestad de Shakespeare. Y como consecuencia de todo ese proceso discursivo y narrativo, la reflexión sobre el papel del lector y el oficio de narrar, las convergencias y divergencias entre el autor y el narrador, el ensamblaje de biografía y ficción, de experiencia real y creación literaria. 

Esta es su significativa frase inicial: 

Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo el mundo, no sólo los novelistas, no sólo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que empezó nuestro conocido tiempo, y en ese tiempo conocido nadie ha hecho otra cosa que contar y contar, o preparar y meditar su cuento, o maquinarlo.

En su raíz está de manera determinante su novela anterior, Todas las almas (1989), un libro fundamental en su trayectoria novelística, cuyas polémicas repercusiones en la vida real, incluidas las interferencias entre ficción y realidad se reflejan en Negra espalda del tiempo a través de familiares y amigos, de escritores y profesores, de editores y cineastas.

Su engañosa apariencia autobiográfica, las paradojas de la escritura y la confusión entre vida y literatura están en la base del encadenamiento de historias y relatos que articula Negra espalda del tiempo. Ya en Todas las almas aparecía ese “revés del tiempo, su negra espalda”, metáfora de lo que no ha existido o lo que está por llegar, de lo que ya aquí se perfila aún más como “ese revés o esa negra espalda por la que discurre la voz antojadiza e imprevisible que sin embargo conocemos todos, la voz del tiempo cuando aún no ha pasado ni se ha perdido y quizá por eso ni siquiera es tiempo, esa voz que oímos permanentemente y que es siempre ficticia, yo creo, como tal vez lo es y lo ha sido y lo será hasta su término la que aquí está hablando.”

En esa negra espalda del tiempo pasado y del tiempo no venido, en ese envés abismal que anula el tiempo y confunde lo vivido y lo por vivir, la experiencia real, imaginada o soñada, la muerte, la memoria y el olvido adquieren una consistencia narrativa y vital que justifica la escritura de una obra honda hasta el vértigo, porque “fue eso lo peor para los vivos, la estela imparable como una cicatriz blanca y voraz sobre el océano, la manifestación demasiado visible del tiempo que nunca aguarda y va más rápido que las voluntades, sean de tregua o de salvación o espera, haciendo así que todo quede inconcluso; y la imparable conciencia de que la única forma de perturbar al tiempo es morir y salirse de él.”

Lo había advertido el narrador desde las primeras páginas, cuando hablaba “del riesgo de contar sin motivo ni apenas orden y sin trazar dibujo ni buscar coherencia, como si lo hiciera con una voz antojadiza e imprevisible pero que conocemos todos, la voz del tiempo cuando aún no ha pasado ni se ha perdido y quizá por eso ni siquiera es tiempo, quizá lo sea sólo el que ha transcurrido y puede contarse o así parece, y que por eso es el único ambiguo. Creo que esa voz que oímos es siempre ficticia, tal vez lo será aquí la mía.”

Metaficción autorreflexiva sobre la escritura como proceso y sobre la representación literaria de la realidad, Negra espalda del tiempo une la autoficción y la intertextualidad en una novela que reflexiona sobre otra novela, sobre la literatura que invade la realidad, sobre los azares de la vida y su frágil consistencia en la que se confunden lo verdadero y lo falso, lo que sucede y lo que no sucede en el azar de la escritura, en el enigma del tiempo y de la memoria, porque ya en el primer capítulo avisa el narrador de que “a diferencia de lo que sucede en las verdaderas novelas de ficción, los elementos de este relato que empiezo ahora son del todo azarosos y caprichosos, meramente episódicos y acumulativos -impertinentes todos según la parvularia fórmula crítica, o ninguno necesitaría al otro-, porque en el fondo no los guía ningún autor aunque sea yo quien los cuente, no responden a ningún plan ni se rigen por ninguna brújula, la mayoría vienen de fuera y les falta intencionalidad; así, no tienen por qué formar un sentido ni constituyen un argumento o trama ni obedecen a una oculta armonía ni debe extraerse de ellos no ya una lección  -tampoco de las verdaderas novelas se debería querer tal cosa, y sobre todo no deberían quererlo ellas-, sino ni siquiera una historia con su principio y su espera y su silencio final. No creo que esto sea una historia, aunque puede que me equivoque, al no conocer su fin.”

Puebla la novela un elenco de personajes ficticios que parecen reales y de personas reales que adquieren rasgos que los acercan a la ficción. Muertos y vivos que comparten la memoria en esa negra espalda del tiempo: los muertos cercanos (familiares, como su madre o su hermano mayor, o amigos como Juan Benet), el profesor Rico, el editor Herralde, la cineasta Querejeta o el oscuro Gawsworth, ese escritor británico menor que sin embargo constituye una presencia constante en su escritura, que desde aquí tiende puentes hacia el futuro de la monumental Tu rostro mañana, porque -concluye circularmente el narrador en el último capítulo- “queda por contar todavía tanto reciente y lo venidero, y yo necesito tiempo. Pero sé que cuando quiera que sea y aunque no conozca eso venidero, seguiré contándolo como hasta ahora, sin motivo ni apenas orden y sin trazar dibujo ni buscar coherencia; sin que a lo contado lo guíe ningún autor en el fondo aunque sea yo quien lo cuente; sin que responda a ningún plan ni se rija por ninguna brújula, ni tenga por qué formar un sentido ni constituir un argumento o trama ni obedecer a una armonía oculta, ni tan siquiera componer una historia con su principio y su espera y su silencio final. No creo que esto vaya a ser una historia, aunque puede que me equivoque, al no conocer su fin que quizá no llegará a la escritura nunca porque coincidirá con el mío, dentro de algunos años, o así lo espero. O también puede que me sobreviva.”
 
Santos Domínguez