Gabriel García Márquez.
Camino a Macondo.
Ficciones 1950-1966.
Literatura Random House. Barcelona, 2020.
García Márquez lo contó muchas veces. Tuvo la historia de Cien años de soledad en la cabeza muchos años antes de encontrar el tono adecuado para contarla.
Camino a Macondo, el magnífico volumen ilustrado por Pep Carrió que publica Literatura Random House permite al lector recorrer ese itinerario de maduración con una espléndida antología subtitulada Ficciones 1950-1966, que reúne los relatos y novelas cortas de García Márquez ambientados en Macondo y anteriores a Cien años de soledad.
En el prólogo escribe Alma Guillermoprieto: “Los fantasmas se exorcizan escribiendo, y los textos que siguen son precisamente eso: la ofrenda al pasado de un talentoso joven que, como tantos otros aspirantes a escritor, se la había pasado buscando temas extravagantes para relatos únicos y geniales que en realidad resultaron incoherentes o frívolos. A partir del viaje al origen, no necesita seguir buscando. Muchos años después, se habría de acordar del momento en que, ante la pérdida, lo rescató la mirada distanciadora que lo transformó en escritor. «Nada había cambiado, pero sentí que en realidad no estaba mirando el pueblo, sino sintiéndolo como si fuera una lectura… y lo único que tenía que hacer era sentarme y transcribir lo que ya estaba ahí». Casi recién bajado del tren, corre a su escritorio de las oficinas de El Heraldo, periódico de Barranquilla del que ya era periodista estrella, y borronea las primeras páginas de La hojarasca. A la mañana siguiente, un colega y amigo encuentra a García Márquez tecleando furiosamente todavía; «Estoy escribiendo la novela de mi vida», le anuncia al amigo. En el camino a terminarla va publicando trechos del texto aquí y allá; textos que fueron recuperados para esta colección. Aparece en ellos un cura anciano y buena gente que ve fantasmas; otro, más joven y también buena gente, que hace de mediador en pleitos que son el rescoldo de la violencia partidaria que llenó el pueblo de muertos. En un relato una mujer presencia, alucinada, una lluvia torrencial que dura tres días. De un cuento a otro van apareciendo distintos personajes con nombres que nos hacen saltar como si nos encontráramos de improviso con algún viejo amigo en la estación del tren; hay Nicanores, Rebecas, Remedios, Cotes, Moscotes, Buendías. Se trata, en realidad, de diferentes historias sueltas sobre un mismo poblado, en el que en la peluquería siempre colgará un letrero que dice «Prohibido hablar de política» y al alcalde siempre le dolerá una muela. Es un pueblo que todavía carece de nombre, pero en algunos relatos se hace referencia a otro, que está sobre la misma vía del tren: Macondo.”
Camino a Macondo, el magnífico volumen ilustrado por Pep Carrió que publica Literatura Random House permite al lector recorrer ese itinerario de maduración con una espléndida antología subtitulada Ficciones 1950-1966, que reúne los relatos y novelas cortas de García Márquez ambientados en Macondo y anteriores a Cien años de soledad.
En el prólogo escribe Alma Guillermoprieto: “Los fantasmas se exorcizan escribiendo, y los textos que siguen son precisamente eso: la ofrenda al pasado de un talentoso joven que, como tantos otros aspirantes a escritor, se la había pasado buscando temas extravagantes para relatos únicos y geniales que en realidad resultaron incoherentes o frívolos. A partir del viaje al origen, no necesita seguir buscando. Muchos años después, se habría de acordar del momento en que, ante la pérdida, lo rescató la mirada distanciadora que lo transformó en escritor. «Nada había cambiado, pero sentí que en realidad no estaba mirando el pueblo, sino sintiéndolo como si fuera una lectura… y lo único que tenía que hacer era sentarme y transcribir lo que ya estaba ahí». Casi recién bajado del tren, corre a su escritorio de las oficinas de El Heraldo, periódico de Barranquilla del que ya era periodista estrella, y borronea las primeras páginas de La hojarasca. A la mañana siguiente, un colega y amigo encuentra a García Márquez tecleando furiosamente todavía; «Estoy escribiendo la novela de mi vida», le anuncia al amigo. En el camino a terminarla va publicando trechos del texto aquí y allá; textos que fueron recuperados para esta colección. Aparece en ellos un cura anciano y buena gente que ve fantasmas; otro, más joven y también buena gente, que hace de mediador en pleitos que son el rescoldo de la violencia partidaria que llenó el pueblo de muertos. En un relato una mujer presencia, alucinada, una lluvia torrencial que dura tres días. De un cuento a otro van apareciendo distintos personajes con nombres que nos hacen saltar como si nos encontráramos de improviso con algún viejo amigo en la estación del tren; hay Nicanores, Rebecas, Remedios, Cotes, Moscotes, Buendías. Se trata, en realidad, de diferentes historias sueltas sobre un mismo poblado, en el que en la peluquería siempre colgará un letrero que dice «Prohibido hablar de política» y al alcalde siempre le dolerá una muela. Es un pueblo que todavía carece de nombre, pero en algunos relatos se hace referencia a otro, que está sobre la misma vía del tren: Macondo.”
Desde los primeros textos -entre los que destacan La casa de los Buendía y otros cuatro tempranos relatos breves que subtituló, como ese, Apuntes para una novela, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo o Un día después del sábado- hasta La mala hora, se recogen en este volumen sobre la creación del ciclo de Macondo tres novelas cortas -La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y la ya citada La mala hora- y un libro de cuentos, Los funerales de la Mamá Grande, con relatos tan imprescindibles como La siesta del martes, La viuda de Montiel o el que cerraba el conjunto y le daba título.
Todas esas ficciones son eslabones fundamentales en la construcción del universo mítico que culminará en 1967 en Cien años de soledad. Fue un largo proceso que duró casi dos décadas y del que estos magníficos relatos dan un imborrable testimonio.
En junio de 1950 había publicado García Márquez en la revista Crónica La casa de los Buendía, con el subtítulo Apuntes para una novela, el mismo que llevan La hija del coronel, El hijo del coronel y El regreso de Meme, que publicaría poco después en la misma revista en ese mismo año. Ya en ese primer texto aparece la figura del coronel Aureliano Buendía, derrotado en una de las muchas guerras civiles que perdió. Parte de estos incipientes materiales narrativos se integrarían en La hojarasca, su primera novela corta, que apareció en 1955.
Faltaban aún más de diez años para la publicación de Cien años de soledad, pero poco a poco García Márquez estaba perfilando un mundo narrativo inconfundible que asoma con fuerza en el Monólogo Isabel viendo llover en Macondo y En un día después del sábado, un relato de 1954 que aparecería años después en Los funerales de la Mamá Grande. Están ya en ese cuento Aureliano Buendía y su hermano José Arcadio, el ametrallamiento de los trabajadores del banano y una atmósfera que anticipa la de Cien años de soledad.
En La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba García Márquez fue delimitando los contornos de ese universo literario y fijando las líneas maestras que sostienen el edificio narrativo de su novela mayor.
Finalmente, en los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande, “soberana absoluta del reino de Macondo” y en la novela corta La mala hora -la inquietante novela de los pasquines, la soledad y el Padre Ángel- están las semillas de diversos episodios y personajes que tendrían un desarrollo mayor en Cien años de soledad.
A propósito de ese camino hacia Macondo que van abriendo estos relatos escribe Conrado Zuluaga en la Nota Editorial: “García Márquez sostuvo en diversas oportunidades que para escribir cada libro primero había que aprender a escribirlo, y solo entonces enfrentarse a la máquina de escribir. A él le tomó casi veinte años «vivir» en Macondo para aprender a escribir su novela Cien años de soledad. [...] Esta antología solo tiene el propósito de mostrar la progresión, la búsqueda -a través de varios textos anteriores a Cien años de soledad- de ese mundo alucinado de ficción que tiene la ambición de ser real.”
Todas esas ficciones son eslabones fundamentales en la construcción del universo mítico que culminará en 1967 en Cien años de soledad. Fue un largo proceso que duró casi dos décadas y del que estos magníficos relatos dan un imborrable testimonio.
En junio de 1950 había publicado García Márquez en la revista Crónica La casa de los Buendía, con el subtítulo Apuntes para una novela, el mismo que llevan La hija del coronel, El hijo del coronel y El regreso de Meme, que publicaría poco después en la misma revista en ese mismo año. Ya en ese primer texto aparece la figura del coronel Aureliano Buendía, derrotado en una de las muchas guerras civiles que perdió. Parte de estos incipientes materiales narrativos se integrarían en La hojarasca, su primera novela corta, que apareció en 1955.
Faltaban aún más de diez años para la publicación de Cien años de soledad, pero poco a poco García Márquez estaba perfilando un mundo narrativo inconfundible que asoma con fuerza en el Monólogo Isabel viendo llover en Macondo y En un día después del sábado, un relato de 1954 que aparecería años después en Los funerales de la Mamá Grande. Están ya en ese cuento Aureliano Buendía y su hermano José Arcadio, el ametrallamiento de los trabajadores del banano y una atmósfera que anticipa la de Cien años de soledad.
En La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba García Márquez fue delimitando los contornos de ese universo literario y fijando las líneas maestras que sostienen el edificio narrativo de su novela mayor.
Finalmente, en los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande, “soberana absoluta del reino de Macondo” y en la novela corta La mala hora -la inquietante novela de los pasquines, la soledad y el Padre Ángel- están las semillas de diversos episodios y personajes que tendrían un desarrollo mayor en Cien años de soledad.
A propósito de ese camino hacia Macondo que van abriendo estos relatos escribe Conrado Zuluaga en la Nota Editorial: “García Márquez sostuvo en diversas oportunidades que para escribir cada libro primero había que aprender a escribirlo, y solo entonces enfrentarse a la máquina de escribir. A él le tomó casi veinte años «vivir» en Macondo para aprender a escribir su novela Cien años de soledad. [...] Esta antología solo tiene el propósito de mostrar la progresión, la búsqueda -a través de varios textos anteriores a Cien años de soledad- de ese mundo alucinado de ficción que tiene la ambición de ser real.”
Estos relatos reflejan el proceso de conquista, más que de un territorio narrativo, de la expresión. Resumen el largo camino de García Márquez hasta encontrar el tono adecuado que se le impuso como una revelación, semejante al conocimiento del hielo, mientras conducía su coche hacia unas vacaciones familiares:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces...
Santos Domínguez