Constantino Cavafis.
Ítaca y otros poemas.
Versión española y prólogo
de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.
Ítaca y otros poemas.
Versión española y prólogo
de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.
Cuando de madrugada escuches voces
y música y cortejos invisibles
que celebran la vida entre las sombras,
no vayas a quejarte por tu suerte,
ni te refugies en tu desengaño,
ni llores por la suerte que te espera.
Lo ha dispuesto el destino: como un bravo,
saluda a Alejandría que se aleja.
No sueñas, ni te engañan los oídos:
a tan vana ilusión no te rebajes.
Lo ha dispuesto el destino: como un bravo,
como quien digno es de tal ciudad,
asómate, valiente, a la ventana,
y escucha emocionado, sin quejarte
con lamentos cobardes, y por última
vez goza con la música y las voces
que escuchas, y despide a Alejandría.
Despídete de ella para siempre.
Esa es la versión de El dios abandona a Antonio que Luis Alberto de Cuenca publica en Ítaca y otros poemas de Constantino Cavafis, que edita Reino de Cordelia en un volumen que reúne veinte de sus poemas más representativos ilustrados por diferentes artistas plásticos como Durero, Flaxman, Turner o Alma-Taderna.
Escrito con el tono de voz inconfundible de Cavafis, un tono del que
Auden decía que no puede ser descrito, sólo imitado o parodiado, con una
voz que no envejece, ese texto memorable podría ser la cifra de una
poesía que intenta retener por un momento el brillo de lo efímero desde
la memoria de las pérdidas.
El dios abandona a Antonio es un poema
que ha deslumbrado a generaciones de lectores, a Cernuda (“me parece una
de las cosas más definitivamente hermosas de que tenga noticia en la
poesía de este tiempo”), a Gil de Biedma o a Leonard Cohen, que se
inspiró en este poema memorable para escribir una de sus canciones más
prodigiosas, Alexandra Leaving.
Lo contaba Plutarco en sus Vidas
paralelas: Antonio supo una noche en Alejandría que el dios familiar le
había abandonado a su suerte ante Octavio. Sobre ese momento, que va más
allá de la anécdota histórica y se convierte en metáfora del hombre que
asume con valentía conmovida su destino mortal, Cavafis escribió en
1911 uno de los grandes poemas del siglo XX.
Fue el primer poema
de Cavafis que se tradujo al inglés, y E. M. Forster, que evocó al poeta
por las calles de Alejandría, utilizó sus versos en 1922 como centro de
un magnífico libro sobre la ciudad: Alexandria: A History and Guide.
En
esos versos se pueden resumir las claves fundamentales de la poesía de
Cavafis: Alejandría, la ciudad helenística, "la capital del recuerdo"
-como la definió Forster-, portuaria, decadente y cosmopolita en la que
nació y murió el poeta el mismo día del mismo mes, el 29 de abril
(1863-1933).
Y en torno a ese eje espacial, a esa ciudad en la
que se cruzan el pasado y el presente y la historia antigua con el
destino personal, crece una poesía elegiaca en la que la historia es una
metáfora del presente, un ingrediente fundamental de una escritura
iluminada muchas veces por la tenue luz melancólica de una vela
temblorosa.
Con estas traducciones, de poeta a poeta, Luis Alberto de Cuenca salda “la deuda que contraje hace más de cincuenta años con la formidable poesía de Cavafis, el poeta neohelénico que más influencia ha ejercido en las letras universales (y en mí, enésima parte de ese amplísimo epígrafe)”. Se recupera en esta antología breve “la ya publicada traducción de Esperando a los bárbaros, repescada para la ocasión”, para rendir “el tributo debido a la memoria de uno de los grandes, de los mayores, de los máximos poetas contemporáneos.”
-¿A qué esperamos todos, reunidos en el foro?
Es que hoy llegan los bárbaros.
-¿Por qué nadie trabaja en el Senado? ¿Qué hacen
sin legislar, sentados, los senadores?
Es que hoy llegan los bárbaros
y no vale la pena dictar leyes:
que las dicten los bárbaros.
Cavafis decía: “soy un historiador-poeta” y con frecuencia un personaje de la antigüedad -Juliano el Apóstata, Nerón, Antíoco, Herodes Ático, César- o el recuerdo de un episodio histórico le sirven para hablar sin patetismo del viaje, la soledad, la destrucción del tiempo o de su homosexualidad, para asumir con dignidad su destino en unos poemas crepusculares que dejaron una honda huella en el último Cernuda y en Gil de Biedma y, a través de ellos, en la poesía española contemporánea.
En aquella Alejandría en la que convivían tres culturas: la griega, la egipcia y la británica, Cavafis escribió casi toda su obra en griego, pero marcó de forma decisiva la literatura anglosajona, de Durrell a Eliot, de Forster a Auden, que escribió sobre él estas palabras:
“¿Qué es entonces lo que, en los poemas de Cavafis, sobrevive a la traducción y es capaz de emocionar? Algo que sólo puedo llamar, aunque de forma insuficiente, un tono de voz, una forma personal de hablar. He leído numerosas traducciones de Cavafis, muy distintas entre sí, y puedo asegurar que todas ellas son inmediatamente reconocibles como un poema de Cavafis; nadie más podría haber escrito poemas como esos.”
Pocos poetas tendrán tantos textos recordables y tan intensos como Ítaca (“Que Ítaca esté siempre en tu memoria./ Llegar allí es tu meta. Pero no / te des prisa en tu viaje.”), otro poema de 1911, como Idus de marzo (“Guárdate de la gloria, alma mía.”) o La ciudad, de 1910, el que Cavafis prefería de entre los suyos, que se cerraba con unos versos desolados, que suenan así en la versión de Luis Alberto de Cuenca:
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad viajará contigo siempre.
Volverás a sus calles, y en los mismos
lugares que habitaste llegará
tu vejez. En la casa en que viviste
se teñirán de nieve tus cabellos.
Solo hay una ciudad, siempre la misma.
No busques otra fuera: no la hay.
Ni caminos, ni barcos que te lleven
a ella, pues la vida que perdiste
aquí la has arruinado en todas partes.
Santos Domínguez