11/9/20

Marina Tapia. Jardín imposible


Marina Tapia.
Jardín imposible.
Ayuntamiento de Baena, 2020.


BOTÁNICO

No es mío este vergel
pero conmueve
la punta de mis dedos
igual que si yo fuese
la que cavó la tierra
la que agitó el secreto de su entraña.

Su forma confinada por los hombres
su estampa que no arresta
los ojos sucesivos que lo cruzan
el bálsamo volcado en la aridez.

Este jardín
es mi alma
aquí se ha detenido
en esta colección de girasoles
que crecen más allá de mi dolor.

Ese es uno de los poemas de Jardín imposible, de Marina Tapia, que publica el Ayuntamiento de Baena con ilustraciones de Guillermo Rodríguez de Lema.

Imaginación, sensibilidad y conciencia estilística se conjuran en este libro para hacer brotar un jardín de palabras crecido a la luz cálida de la mirada delicada y plástica de Marina Tapia desde la semilla que germina en la "botánica fantástica" y las "figuraciones vegetales" de las que habla en el prólogo Ángel Olgoso.

El misterio de la naturaleza que recorre los poemas de este libro reclama de quien lo contempla no sólo una respuesta sensorial sino también una propuesta conceptual, una invención imaginativa en busca de sentido.

Y para dar esa respuesta desde el asombro y las iluminaciones, desde la mirada interior y la ambición expresiva, Marina Tapia proyecta su yo en un desdoblamiento vegetal que convoca en sus poemas el herbario secreto y metafórico del códice Voynich, el agua lorquiana de Aynadamar, la fuente de las lágrimas, los árboles exóticos y toda una sucesión de híbridos: de gato y helecho, de brújula y boscario, de hombre y alga, de pájaro y palmera, de glicinia y gaviota, del enigma compartido entre la Indian Pipe, la planta fantasma, y Emily Dickinson.

En esas yuxtaposiciones alegóricas, en esas metamorfosis de ida y vuelta entre lo vegetal, lo animal y lo humano está la clave metafórica de un libro en el que la fusión con la tierra o la identificación con las plantas hasta darles voz culmina esa sucesión de imágenes que no sólo son una proyección del yo lírico sino que además asumen el interior vegetal en un viaje a la semilla, en un revelador viaje iniciático que tiene mucho que ver con el itinerario adánico hacia el jardín de las Hespérides.

Esa concepción de la poesía como búsqueda, esa actitud receptiva y religiosa ante las revelaciones encuentra su mejor cauce expresivo en el tono salmódico (ya decía Kafka que la escritura era una forma de oración) que unifica muchos de estos poemas. Así ocurre ejemplarmente en este espléndido Amapola, uno de los mejores del libro:

Despertad al que duerme en las flores / al ángel del jardín / a la leona que vive en mi interior. / Sacad ese rugido del pistilo que quiere madurar. / Me alumbra la pasión de la amapola / me agita / me enceguece. / Quiero decir / fuerza / no pavor / estrépito / no mansa compostura. / Y la boca entreabierta y su acento /de ráfaga / frescura  / de turbión.

Santos Domínguez