16/9/20

La libertad, la bicicleta




Paco Ignacio Taibo II.
La libertad, la bicicleta.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.

Y de repente papá enloqueció. Se ofrece voluntario para seguir como enviado especial la Vuelta Ciclista a España. No hablamos en futuros años de ese momento. ¿Cómo se lo dijo y a quién? ¿Cómo convenció al diario? Nunca lo había hecho antes, es más, era bastante distante de las crónicas deportivas de cualquier tipo, ni siquiera había cubierto por deserción de los titulares un partido de fútbol. ¿Ciclismo? No sabía nada del deporte de la bicicleta. Pero en su locura confiaba de su habilidad para contar historias. Eso y la urgente necesidad de romper amarras, tomar distancia sobre las rutinas cotidianas. Una críptica frase en sus memorias quizá daría la clave: «Con la dictadura la cercanía real se va diluyendo mientras que la lejanía adquiere una importancia inusitada». Los cronistas veteranos, una fauna muy particular donde el que menos sabía era absolutamente enciclopédico, solían burlarse de aquel joven recién llegado, que decían que pensaba que «biela» y «manillar» eran dos nombres de ciclistas italianos.
Con su habitual estilo del que se tira al océano sin saber nadar, consiguió que El Comercio compartiera gastos con un diario superconservador de Madrid, El Alcázar (cuyo director sin duda no se había enterado del pasado político de mis abuelos). Tomó el tren nocturno para la capital y luego un avión, el 24 de abril del 1956, y se plantó en Bilbao. Era la antevíspera del inicio de la Vuelta a España.
El ciclismo de aquellos años tenía una abundante dosis de locura; yo, que heredé -cómo sería posible no hacerlo- el amor por ese deporte, que desde luego no incluía subirme a una bicicleta, ni siquiera una fija y pedalear sin sentido ni destino, tengo nostalgia (siempre de lo que apenas vislumbraste y no has vivido) de aquella incertidumbre, de aquel universo repleto de sufrimientos, gloria y pasiones. Tan lejano del deporte de hoy, controlado por la mercadotecnia televisiva, los equipos que construyen la etapa para que su líder la remate y en que la droga se ha vuelto la permanente gran noticia. Eran los días de Federico Martín Bahamontes, Jesús Loroño, Jacques Anquetil y Charly Gaul; el final de la era de Louison Bobet y del suizo Hugo Koblet.
La casualidad le había dado un pretexto a mi padre, otra excusa (como si la necesitara) para incursionar en territorio desconocido: se anunciaba el estreno en Gijón, rodeado de excelentes críticas, de La muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem, otro rojo superviviente de la quema de la Guerra Civil.
De repente aparece en la página tres de El Comercio su primera crónica, firmada Taibo bajo un dibujito (de su propia mano) donde un personaje bigotudo empuja una carretilla sobre la que va una máquina de escribir. Anuncia que cubrirá las diecisiete etapas (dos de ellas dobles) de la undécima edición de la Vuelta a España, con un recorrido de 3.531 kilómetros, empezando y terminando en Bilbao. La precisión, descubriría el joven lector que era yo, se volvía muy importante. En la caravana irán noventa corredores, la impresionante cantidad de ciento cincuenta periodistas y la más sorprendente cifra de quinientos agregados. «Desde Sarajevo no se había armado tal follón por el disparo de un pistoletazo». No sin cierta envidia, Papá registra que el diario francés L’Équipe trae un coche para ellos solos con fotógrafos y reporteros (luego añadirá que van perdonando la vida y que dicen que «saben todo lo que va a suceder en el futuro»). Los franceses vienen con dos cabezas, Raphäel Geminiani y Louison Bobet, el triunfador del Tour en 1953, 54 y 55 («que llega en su propio avión. Todos lo dan como ganador, es el mejor ciclista del mundo»); los suizos con el agregado de ingleses y alemanes traen a Hugo Koblet (que en 1951 había ganado el Tour de Francia, la reina de todas las carreras por etapas), los belgas al gran sprinter (y tendrá rápidamente que averiguar qué significa la palabra) Rick van Stenbergen; los italianos, a los que aún no distingue claramente, cuatro equipos regionales españoles y el equipo nacional.
PIT va pescando historias por aquí y por allá y no desperdicia reflexiones como: «Llevaremos las cosas que las esposas piensan que un marido debe llevar cuando va a estar veinte días ausente y que luego, claro, van quedando por la ruta».

Con esos párrafos de La libertad, la bicicleta comienza Paco Ignacio Taibo II a evocar la peripecia como cronista de ciclismo de su padre, Paco Ignacio Taibo, que era entonces, antes de la Vuelta a España de 1956, un joven periodista que acabaría encontrando en la crónica de las carreras ciclistas una forma divertida de escapar de la asfixiante realidad de una redacción de periódico de provincias, El Comercio de Gijón.

Paco Ignacio Taibo no sabía en aquel tiempo nada de ciclismo, ni siquiera montar en bicicleta, pero encontró en esa actividad periodística la libertad que buscaba. Y así en los años 1956 y 1957 cubrió como reportero dos Vueltas a España, un Tour de Francia o una Vuelta a Cataluña y reflejó en sus crónicas un momento épico del ciclismo, la época brillante y terrible, dura y heroica de Bahamontes, Loroño y Poblet, Louison Bobet y Anquetil, con etapas por carreteras imposibles de tierra y piedras, con viento y lluvia, calores extremos y tormentas de nieve en las cimas, con caídas y pinchazos.

Lobos solitarios como Antonio Suárez y Bernardo Ruiz, siete pinchazos de Bahamontes antes de remontar, el poder oculto del dinero y los sobornos, la competencia soterrada o abierta en el equipo español o los humildes gregarios ocupan algunas de las crónicas de Taibo, enviado especial hasta que un accidente de coche lo puso al borde de la muerte en abril de 1958 cuando seguía una carrera menor.

Cuando tras una larga convalecencia regresó a la redacción de El Comercio, sus compañeros le enseñaron la necrológica que le habían preparado. Poco tiempo después decidió emigrar a México, donde murió en 2008.

Lo publica Reino de Cordelia en una estupenda edición con abundantes ilustraciones, recortes de prensa con algunas de aquellas crónicas y testimonios gráficos de una época mítica del ciclismo.

Santos Domínguez