Blanca Varela.
Y todo debe ser mentira.
Selección y prólogo de Olga Muñoz Carrasco.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020.
Por el mismo camino del árbol y la nube,
ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo.
¿De qué perdida claridad venimos?
Con esos tres versos cerraba la peruana Blanca Varela (Lima, 1926-2009) sus 'Palabras para un canto', uno de los poemas que recoge Galaxia Gutenberg en la antología Y todo debe ser mentira, con selección y prólogo de Olga Muñoz Carrasco.
“Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad”, afirmaba Octavio Paz de la poesía de Blanca Varela.
Poesía de la mirada, en búsqueda incansable del equilibrio del mundo interior y exterior, del sentido y la inteligencia, del pasado y el futuro, del yo y el otro. Poesía levantada sobre una ascética de la palabra alejada del sentimentalismo, del testimonio y de la ideología.
Cercana a la poesía del silencio, severa y recortada, la escritura de Blanca Varela aspira a la exactitud y al despojamiento como resultado del repliegue al interior secreto de sí misma. Porque, exigente siempre con la palabra, la poesía de Blanca Varela resume un viaje hacia la esencialidad que acaba instalándose al borde del silencio, como en este Juego:
entre mis dedos
ardió el ángel.
Una poesía en la que conviven, como en la de sus maestros Octavio Paz y Emilio Adolfo Westphalen, tendencias centrípetas y fuerzas centrífugas: la exigente condensación o la potencia expansiva de textos como el espléndido Puerto Sodupe, al que pertenecen estas dos estrofas:
Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esta costa soy el que despierta
Atravesada por la conciencia del tiempo, la de Blanca Varela es una poesía hondamente existencial, una poesía que ofrece una imagen del mundo crepuscular y misteriosa, elaborada desde el paisaje y la memoria, desde la luz y la sombra, desde la fugacidad del instante o la incertidumbre de la vida frágil, contemplada siempre con una mirada interior que se proyecta hacia fuera, como explica al comienzo de sus Ejercicios materiales:
convertir lo interior en exterior sin usar el cuchillo
sobrevolar el tiempo memoria arriba
y regresar al punto de partida
al paraíso irrespirable
a la ardorosa helada inmovilidad
de la cabeza enterrada en la arena
sobre una única y estremecida extremidad.
Así resume esta escritura Olga Muñoz al final de su prólogo: “Ajena a la búsqueda de reconocimiento, siempre generosa con quienes la buscaban para la poesía, su obra ejemplifica el lema de uno de sus versos: desesperación, asunción del fracaso y fe. De esta manera sus poemas enseñan a hacer de la caída, vuelo.”
Santos Domínguez