Wallace Stevens.
Harmonium.
Edición bilingüe.
Traducción de José Luis Rey.
Reino de Cordelia. Madrid, 2019.
“Bienvenidos al reino de la imaginación. Wallace Stevens (1879-1955) es un poeta, si no el poeta, central en el canon de la poesía anglosajona del siglo XX. Harmonium, publicado en 1923 (con añadido posterior de algunos poemas) es su primer libro. Tenemos, pues, a un poeta que debuta tardíamente (con 44 años), pero de una forma rotunda y originalísima”, escribe José Luis Rey en el prólogo de su traducción de Harmonium, el primer libro de Wallace Stevens – “un místico de la estética, un esteticista trascendente que ha hecho de la poesía su religión y su fe”-, que publica en una magnífica edición bilingüe Reino de Cordelia.
Era ya un hombre maduro cuando publicó ese primer libro, que lo revelaba como dueño de un mundo poético propio y una voz lírica personal que había ido construyendo durante los años en los que mantuvo inéditos sus tanteos poéticos.
Porque en Harmonium se percibe ya el tono característico de su poesía, construida desde una mirada que está contenida en la alusión musical del título y en poemas memorables como Domingo por la mañana, un texto central no sólo de este libro, sino de toda su poesía, cuyas ocho secciones son una celebración de la plenitud de la vida y de la fusión con la naturaleza.
Así termina la primera parte:
El día es agua extensa, muy silenciosamente,
Calmada para el paso de sus pies soñadores
Más allá de los mares, hacia una callada Palestina,
El reino de la sangre y de la tumba.
La armonía del mundo que refleja este poema en el que la muerte es la madre de la belleza se revela como uno de los signos característicos de la poesía de Wallace Stevens. Y como en el resto de su obra, compleja y cautivadora, el poeta se convierte ya en ese texto, por decirlo con las palabras que le dedicó Harold Bloom, en “un sacerdote no de lo invisible sino de eso visible que él se afana por hacer un poco más difícil de ver.”
“La negación de la trascendencia espiritual que vemos en el poema Domingo por la mañana -escribe José Luis Rey- no supone una anulación del logro inmenso de un poeta: hacer que la obra sí trascienda. Si la poesía moderna se caracteriza por la conciencia de exilio que tiene el sujeto poético respecto al texto, en el cual no puede sobrevivir (y esto es lo que demostró Mallarmé), Stevens cree con toda su fuerza en el poema como único paraíso posible.”
Porque un poema es para Wallace Stevens una exploración del mundo, otra forma de pensamiento y de conocimiento, una indagación en la capacidad reveladora del lenguaje y un diálogo entre la realidad y la imaginación. No se trata por tanto de nombrar la realidad, sino de descubrirla con el poema, que no debe proponer ideas sobre la cosa, sino llegar a la cosa misma.
Heredero del Romanticismo inglés y del Simbolismo francés, entroncado estéticamente con la pintura impresionista y con el cubismo, Stevens fundió en su poesía lo universal y lo local, la palabra y la mirada, lo concreto y lo abstracto, lo sensorial y lo intelectual para hacer visible lo oculto y ocultar lo visible, de manera que lo visible se hace más difícil de ver y a la vez el poema aspira a la revelación de lo invisible.
Toda su poesía, sutil y visionaria, ambiciosa y difícil, abstracta y a menudo impersonal -lo que Stevens denominaba ‘el poema de la mente’- está influida por sus lecturas filosóficas y por sus intereses plásticos y aspira a expresar con la imaginación las relaciones entre el hombre y el mundo. La imaginación se convierte en el instrumento que ordena el caos y en un arma poética que otorga al hombre el poder sobre la naturaleza.
Sus textos irracionalistas e imaginativos resisten el asedio de la razón y las interpretaciones lógicas, porque –como escribió en uno de sus aforismos- “un poema no precisa de significado y, como la mayoría de las manifestaciones de la naturaleza, con frecuencia no lo tiene.”
Santos Domínguez