Alfredo Baranda.
Drácula, luz de mi vida.
Menoscuarto. Palencia, 2019.
Drácula, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Dra-cu-la: la punta de la lengua emprende un viaje...
Con esa parodia del comienzo de Lolita se abre Drácula, luz de mi vida, la novela de Alfredo Baranda que obtuvo el XI Premio Tristana de novela fantástica que publica Menoscuarto.
Alejada del tópico fácil, Drácula, luz de mi vida proyecta una nueva mirada sobre la criatura que inventó Bram Stoker, contra el que se revuelve el propio Drácula en una original variante de la pulsión de matar al padre.
Un Drácula cáustico y complejo en el que coexisten la perversión y el refinamiento, la ternura y la crueldad, la reflexión y el delirio, la arrogancia y el desenfado que critica la creación de Stoker, “ese infumable bodrio victoriano que Bram Stoker y yo pergeñamos en apenas unos meses, y en el que por primera vez aparecía el nombre que me habría de acompañar durante el resto de mi vida: Drácula.”
Es el vampiro quien cuenta su propia historia desde el regreso de la muerte, porque “el que muere se transforma de inmediato en un personaje de ficción en la novela del recuerdo. Pasa a ser un fantasma de la imaginación, un espejismo. Aquel que recuerda a un muerto lo que en realidad está haciendo es imaginar a un vivo que nunca existió. Todo recuerdo es un ejercicio de la fantasía, no de la memoria.”
Y es que aunque Bram Stocker había redactado la novela por indicación del propio Drácula, el resultado fue decepcionante, como explica en estas líneas demoledoras: “es una obra banal, aburrida, ramplona, lleno de inconsistencias y muy mal articulada. Lo único terrorífico que hay en ella es el estilo.”
El ágrafo Drácula, que conoció la sangre viscosa de Bram Stoker y la de su mujer, ligera y poco nutritiva, asume el papel de narrar su vida y las circunstancias que rodean el nacimiento del mito vampírico: las conversaciones de Arminius Vámbéry con Stoker; algunas celebridades como Oscar Wilde o Baudelaire, que fueron otros posibles narradores de su historia; amantes como la reina Victoria y personajes con los que tuvo relaciones vampíricas, como Aubrey Beardsley, Schubert, Nietzsche o Emily Brontë.
El Nosferatu de Murnau y el actor Max Schreck, el que mejor ha encarnado al personaje “inquietante y repulsivo” en el cine; la metamorfosis desde la tumba de Isaac Zuckerman, un recorrido por la historia del vampiro, la simpatía por el nazismo y la aparición de Hitler y Eva Braun, Himmler y Goebbels, la relación con Freud, con Belial, uno de los ángeles caídos, y con Ofelia, concubina del demonio y amante de Drácula, completan el relato de un personaje cada vez más solitario, selectivo con sus víctimas y de compleja disposición psicológica.
Un ejercicio literario y una revisión irónica del mito desde dentro, una reinterpretación irreverente y una relectura original escrita con ambición expresiva y con la soltura narrativa de una prosa que fluye con naturalidad.
Santos Domínguez