11/9/19

Carmen Martín Gaite. Todos los cuentos


Carmen Martín Gaite.
Todos los cuentos.
Edición y prólogo de José Teruel.
Siruela. Madrid, 2019.

Pasamos media vida mirando hacia allá, imaginando. Tanto que nos parece que ya nos hemos ido.
Y un día, al alzar los ojos, estamos aún en el mismo sitio. Acostumbradamente se cruzan nuestros trenes y cada instante es una despedida.

Con esos dos párrafos comienza Desde el umbral, el primer cuento que publicó Carmen Martín Gaite. Ese breve relato de ambiente universitario, fechado en Salamanca el 15 de marzo de 1948, apareció en el número de abril-mayo de la salmantina Trabajos y días. Revista universitaria. 

Con él se abre el volumen que publica Siruela con Todos los cuentos de la autora con edición y prólogo de José Teruel. Es uno de los dos relatos de primera juventud que se recogen en la sección inicial del libro que ofrece en su parte central los diecisiete relatos de Las ataduras y El balneario, el único volumen de cuentos que publicó la autora antes de reunir su narrativa breve en los Cuentos completos que editó en 1978 y a la que no se incorporaron los cuentos que escribió en los ochenta y en los noventa, dispersos hasta ahora y reunidos en este libro que contiene cerca de treinta textos.

Completan la edición dos cuentos maravillosos -El castillo de las tres murallas y El pastel del diablo-, dos cuentos de Navidad -Un envío anómalo y En un pueblo perdido- Cuatro cuentos últimos -El llanto del ermitaño, Sibyl Vane, [Donde acaba el amor] y Flores malva- y un cuento autobiográfico -El otoño de Poughkeepsie- del que dice José Teruel en su prólogo que “constituye una obra maestra del pulso narrativo de nuestra autora ante la elaboración literaria de la intimidad: de cómo transformar el tiempo inerte «en tiempo de escritura»”.

Publicado póstumamente en 2002, dos años después de su muerte, en Cuadernos de todo, ese cuento final se convierte -en palabras de José Teruel- en una muestra de “esa persistente convergencia en todos sus cuentos entre tratamiento ficticio y momentos autobiográficos /.../ que encuentra en El otoño de Poughkeepsie su pieza maestra.”

La producción cuentística anterior, la que Martín Gaite agrupó en Las ataduras y luego en El balneario, surgió al calor de la Revista Española, en torno a la que se agruparon jóvenes universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid -Aldecoa, Fernández Santos, Ferlosio, Medardo Fraile y ella misma-, que revitalizarían en los años 50, bajo la influencia del neorrealismo cinematográfico. De ese ambiente surgen los cuentos de Las ataduras y la mayor parte de los de El balneario, en los que predominan los apuntes impresionistas con finales abiertos, la voluntad de hacer un reportaje narrativo del presente con una mirada cinematográfica.

Y desde entonces el cuento -explica Teruel- “fue un género decisivo en la formación de Carmen Martín Gaite como escritora y lo cultivó, con mayor o menor intermitencia, a lo largo de toda su singladura literaria.”

Una singladura de medio siglo, porque los cuentos que Martín Gaite publicó en vida aparecieron entre 1948 y 1997, cuando aparece el último, En un pueblo perdido. 

José Teruel fija en su prólogo -‘La extrañeza ante lo cotidiano’- la evolución de Carmen Martín Gaite desde el neorrealismo de Las ataduras y El balneario a los cuentos maravillosos y al eclecticismo y la experimentación de los últimos relatos. 

En esa evolución los cuentos de Martín Gaite se mueven entre el reflejo y la invención de la realidad, pasan de lo testimonial a lo introspectivo, del reflejo de lo cotidiano a la imaginación y a lo maravilloso, hasta culminar en las claves autobiográficas de los últimos cuentos, donde la narración aspira a la reconstrucción de la propia identidad en una integración de lo personal y lo ficticio que alcanza su momento cenital en El otoño de Poughkeepsie.

En 1983 había completado en El cuento de nunca acabar una profunda reflexión sobre el relato en la que defendía la imaginación creadora y la participación cómplice del lector en un modelo de cuento abierto. Con esta declaración se cerraba esa meditación sobre la teoría y la práctica del cuento:  

Mientras dure la vida, sigamos con el cuento.

Santos Domínguez