Luis Artigue.
Donde siempre es medianoche.
Editorial Pez de plata. Oviedo, 2018.
-¡Sabueso, escucha, son tres casos los que debes
investigar; te encargamos tres casos en uno! -afirma con énfasis precipitado el
director de una agencia de noticias como si de pronto hubiera creído que es mi
jefe, mientras yo, que sujeto con desidia el smartphone, callo y rumio-. Así
que vete a casa, haz la maleta, tómate las pastillas que inhiben tus fobias,
sube al avión que sale para Silenza dentro de cuatro horas, infíltrate allí
para conseguir soplos y, sobre todo, descubre por qué es siempre de noche. Aunque, ya de paso,
encuentra también a esos dos tipos tan buscados (un premio Nobel que apareció
de pronto durmiendo en la Catedral de San Francesco y ahora está escondido, y
ese líder de secta peligrosa que llaman Anticristo Superstar), y eso, hazles
dos buenos retratos con entrevista incluida. ¡Te pagaremos muy bien esto!
Ese es el motor argumental de Donde siempre es
medianoche, la última novela de Luis Artigue, que publica Pez de plata en su
colección de narrativa con ilustraciones de Enrique Oria.
Narrada por El Sabueso Informativo, un fotógrafo
bélico, hipocondríaco y neurótico reconvertido en detective que vuelve a Silenza,
su ciudad natal, para investigar y documentar las causas y los efectos de la
noche perpetua en que se sume la ciudad desde hace casi un año.
Y al hilo de esa investigación van apareciendo otros enigmas relacionados entre sí: las existencias ocultas de un Anticristo Superstar, cabeza invisible de una secta apocalíptica de bebedores de sangre, y de un premio Nobel de Astrofísica sospechoso de estar en el secreto.
Al misterio astrofísico de la noche sin final se
suman esas oscuridades de personajes opacos y otra más: la de un crimen sin resolver
con esos dos sospechosos ocultos.
En torno a la figura del fotodetective-narrador,
en la indagación de la noche perpetua, de la identidad del Anticristo y de las
razones del Nobel para esconderse, un conjunto de personajes que ayudan en las
pesquisas del Sabueso Informativo: Elisabet, la coprotagonista, una bella e
inteligente mujer, experta en matemáticas antiguas, una vieja amiga de juventud
que guía del narrador por los ambientes oscuros y secretos de la ciudad; su
exmarido, catedrático de Astrofísica y depredador sexual, posible colaborador
del Nobel, “de existencia inteligente y delincuente que comprometía el porvenir”;
un psicoanalista argentino que hace observaciones marginales y rioplatenses al
relato mientras lee el manuscrito, o el alcaide-director del hotel-prisión del
castillo de Pontecorvo donde está oficialmente preso el Anticristo.
Y desde el principio, sin descanso, una sucesión
de peripecias: desde que el fotógrafo llega a la ciudad y es testigo del asesinato de un
periodista que cree haber descubierto la verdad a la pesadilla de un auto de fe
televisado como si fuera un reality show.
Donde siempre es medianoche, “novela de humor
neurótico” en palabras de Luis Artigue, tiene la estructura narrativa de una novela
negra. Conviven en su desarrollo lo gótico (no podían faltar los candelabros ni
un órgano) y el psicoanálisis en una mezcla explosiva en la que -junto con el surrealismo
y la influencia del cómic o la literatura fantástica- el humor es un
ingrediente fundamental.
Pero, con ser eso mucho, Donde siempre es
medianoche es algo más que un eficaz y divertido artefacto narrativo,
construido con un sentido del ritmo y una agilidad en los diálogos propios de
la novela negra y del cómic.
No es casual que el telón de fondo de la novela
sea la crisis económica y la agitación social que emerge en las manifestaciones de protesta
en la ciudad nocturna. El lector percibe entonces el contenido simbólico y
alegórico de su argumento y sospecha que hay conspiraciones que producen oscuridades
desde otras instancias no menos ocultas, no menos malignas que las de la noche
perpetua de Silenza.