José Antonio Ramírez Lozano.
El camello de oro.
Carpe Noctem. Madrid, 2018.
Esta vez, la mirada de Teresa había perdido su arrobo y se había cargado de sospechas. A Ginés más le valía haberse tapado los oídos.
—Ya lo deja claro el Evangelio de Mateo con ocasión de aquel muchacho rico que preguntó qué tenía que hacer en la vida para entrar en el Reino de los Cielos —remató el obispo fulminante—. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los cielos. Palabra de Dios.
Toda la misa anduvo ya Ginés mohíno, embargado por la frase del Evangelio de Mateo. Nunca antes había caído en la tremenda consecuencia de aquellas palabras. Tal vez porque, no siendo rico, las tomaba entonces por ajenas, como si no fueran con él. Por eso no le afectaban, eso era. Pero habían cambiado sin duda las circunstancias y ahora le tocaban de lleno. Por más que acabase de hacer una gran obra de misericordia con los ancianos, aquello no parecía bastar para entrar en la mansión celeste. Las palabras del Evangelio no dejaban lugar a duda. Habían sonado en la voz del señor obispo con el timbre de un oscuro emisario. Se imaginó camello y no pudo resistir su angustia. El reino de los cielos le estaba negado. Nunca podría pasar por el ojo de una de aquellas agujas de Teresa.
—¿Te duele algo, Ginés? —le dijo ella en el coche—. No has parado de tocarte el pecho en toda la misa, hijo.
—Congoja, Teresa. Eso es lo que tengo.
—¿Y eso? ¿Congoja de qué?
—¿Tú has oído bien lo que ha dicho de los ricos el obispo?
Teresa se quedó un momento pensativa, recapacitando, tratando de recordar qué es lo que había dicho el prelado que contraviniera su condición.
—Ha dicho lo de los talentos que yo te dije, eso es. ¿A que tenía yo razón?
—Lo de los talentos es lo de menos, Teresa. Ha dicho que, según el Evangelio de san Mateo, los ricos lo vamos a tener difícil, que Jesucristo dejó bien claro que era más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja que un rico entrase en el Reino de los Cielos. Figúrate.
—Lo de los talentos es lo de menos, Teresa. Ha dicho que, según el Evangelio de san Mateo, los ricos lo vamos a tener difícil, que Jesucristo dejó bien claro que era más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja que un rico entrase en el Reino de los Cielos. Figúrate.
—Bueno —le quitó importancia ella—, eso será un ejemplo, como el de las parábolas.
—Las parábolas son figuraciones sí, pero esto no es ningún cuento que haya que interpretar, Teresa. Esto es que lo dice de viva voz Jesucristo, así a bocajarro. Aquí no hay parábola ninguna.
En ese fragmento está la clave del argumento de El camello de oro, la última novela de José Antonio Ramírez Lozano que publica en su cuidada colección de narrativa la editorial Carpe Noctem.
Ginés Vadillo, su protagonista, es un hombre de fe que hace una lectura de las circunstancias en clave de parábola. Esa es la variedad narrativa con la que Ginés da sentido al mundo desde la religión, desde la fe y la caridad como inversión.
Por eso se toma al pie de la letra aquello de que la fe mueve montañas y se especializa en retroexcavadoras que le convertirán en un nuevo rico con su trabajo de demolición. Es la consecuencia de los tiempos de crisis tras la burbuja inmobiliaria que arruina a unos y enriquece a otros como Ginés y su socio Juan Lineros, con el que funda la empresa de demoliciones Creyentes Reunidos, S.L.
La congoja de Ginés y Juan Lineros a partir de la alusión del evangelista es el motor que impulsa el argumento de la novela, porque a partir de esa preocupación sobrevenida, comienza otra empresa de demolición, pero ahora de frases del Evangelio que no están ya a la altura de circunstancias. Con ese propósito organizan en Sevilla un congreso de ricos europeos que no están dispuestos a jugarse el cielo por serlo y proponen la revisión de la palabra escrita en los evangelios para reinterpretar la dichosa imagen del camello y la aguja, para acomodarla a sus intereses y tranquilizar sus conciencias.
Y no tardan en encontrar un remedio. Lo aporta un italiano, Atilio Vivanti, de Aceros y mecanizados VIVANTI, de Milán:
—Hay una solución —despertó Vivanti
—¿Cuál? —coreó el cenáculo.
—Muy fácil. Si no podemos cambiar las palabras, cambiemos la realidad.
—¿Cómo la realidad?
—Sí. Veamos, el Evangelio dice el ojo de una aguja, pero no dice el tamaño de la aguja. Hagamos agujas grandes y todo quedará resuelto. Dios mismo ha puesto los medios en nuestras manos. Dinero no nos falta, cambiemos la realidad. Yo, que trabajo el acero, me presto a modificar de raíz el tamaño de las agujas. Será una inversión. Pero, señores, los camellos acabarán pasando por el ojo de las agujas ¿Qué les parece?
—Tiene razón —reconoció Lessart—. El dogma puede no cambiar, pero no cabe duda que la realidad está siempre en una continua mudanza, si no a qué la innovación y el progreso. Nada, propuesta aceptada, amigo Vivanti. Yo le compraré la primera aguja.
Los congregados parecieron mostrar una conformidad inesperada y gratificante. Partieron todos con el convencimiento de que Creyentes Reunidos lograría en menos de unos meses su objetivo. Y todo por la fe.
—La fe está siempre detrás de empresas como éstas —reconoció Ginés—. Va a ser toda una inversión, Vivanti. No hay mercado como el de la Iglesia. Ya ve usted el Domund.
Y así se diseñan cinco enormes agujas para coser el cielo a la tierra, para que quepan por su ojo un camello y un rico. Sólo faltaba hacer la prueba junto a las murallas del Alcázar sevillano con camellos reales traídos de Damasco. Parecía que esa iba a ser la prueba definitiva, pero los camellos no caben por ese ojo y otra vez se cruzarán como en un juego el sentido literal y el sentido figurado para hallar la solución, que está en el hilo de oro bordado por la mujer de Ginés, Teresa, que a falta de un monólogo interior que hubiera sido inverosímil habla consigo misma a través de los muebles y los electrodomésticos de su casa.
Porque en El camello de oro viven personajes creíbles, trazados con la agilidad narrativa que caracteriza a Ramírez Lozano y de la que da aquí una nueva muestra. Y vibra también en estas páginas la lengua viva de los diálogos fluidos que perfilan el contorno de los personajes, hasta el punto de que un figurante tan esporádico como el arzobispo queda retratado en una intervención incontestablemente arzobispal en la unción de su tono y en el carácter terminante de su contenido admonitorio.
El espíritu de las parábolas evangélicas, alegorías narrativas de cánones de comportamiento, sobrevuela las páginas de El camello de oro, una novela en la que la razón narrativa se convierte en razón alegórica de algo más profundo: la interpretación de la realidad actual y de un modelo social en demolición desde la perspectiva irónica, distante y benévola, que es habitual en la literatura de Ramírez Lozano.
Porque aquí la ironía sustituye a la moraleja, la sonrisa ocupa el sitio del sermón y la imaginación desaloja el espacio del púlpito.
El espíritu de las parábolas evangélicas, alegorías narrativas de cánones de comportamiento, sobrevuela las páginas de El camello de oro, una novela en la que la razón narrativa se convierte en razón alegórica de algo más profundo: la interpretación de la realidad actual y de un modelo social en demolición desde la perspectiva irónica, distante y benévola, que es habitual en la literatura de Ramírez Lozano.
Porque aquí la ironía sustituye a la moraleja, la sonrisa ocupa el sitio del sermón y la imaginación desaloja el espacio del púlpito.
Santos Domínguez